En este mes en que celebramos el Día de los Muertos deseo honrar la memoria y el legado dejado por los seres queridos que ya cruzaron el umbral del infinito. Creo que no hay mejor manera de hacerlo que transformando mi propia vida e invitándolos queridos lectores a transformar las suyas, de acuerdo a los ejemplos dados por aquellos que nos inspiraron y que aunque fallecidos siguen presentes en nuestras vidas incitándonos a vivir plenamente.
No vivimos en nuestra casa aquí en la tierra.
Aquí solamente por breve tiempo la tomamos en préstamo.
Poema Náhuatl
Estos versos de un poema Náhuatl, pre-hispano, nos unen con los Aztecas a través de siglos en la expresión de nuestra condición humana, porque como ellos, hoy seguimos experimentando en nuestras propias vidas y en todo lo que nos rodea, que no somos más que destellos fugaces en el teatro del infinito. Como el autor o autora de estos versos quizás lo experimentó, sabemos que nuestro paso por la tierra es una cadena de chispas de gracia bendita, de momentos de alegría en familia y en amistad, de contactos con la madre tierra, de añoranza por un hogar en las estrellas, de segundos de iluminación y comunión con el infinito, de horas de espera y de dolor que parecieran interminables, de momentos para llorar y de otros para reír, de ocasiones para amar y de otras para rechazar lo que se ha querido, de oportunidades para herir y de otras para sanar, culminando todo en nuestra inexorable partida hacia el más allá.
Ah! Y cuando la muerte nos separa de un ser querido, nos abruman los interrogantes y nos parece imposible encontrar consuelo ante la devastación causada por su ausencia. Sin embargo, sabemos bien que ese período de luto y dolor podría tornarse en una oportunidad de crecimiento y transformación. Entonces, quizás nos preguntamos: ¿Cuándo será nuestro turno? Y entre tanto, ¿cómo hemos de vivir? ¿Cómo hemos de usar nuestros dones y poderes? ¿Cuál es el legado que deseamos dejar? ¿Cómo nos recordarán en el aniversario de nuestra muerte?
Uno de nuestros prominentes ministros Unitarios Universalistas Mark Morrison-Reed en su poema “Let Me Die Laughing” (“Déjenme morir riendo”) dice algo impactante:
No necesitamos tener miedo a la muerte, sino a la vida—-vidas vacías, vidas sin amor, vidas que no construyen sobre los regalos que se nos han dado; vidas que son como muertes vivientes, vidas en las que nunca tomamos el tiempo para saborear y apreciar; vidas en que no pausamos para respirar profundamente.
Nuestras vidas son breves e impredecibles. Pero por eso mismo son emocionantes, vibrantes y desafiantes. No esperemos a que un hecho inesperado, un accidente, una tragedia familiar, un diagnóstico que nos enfrente con la muerte nos dé el sacudón que nos despierte de nuestro letargo existencial. No necesitamos tener miedo a la muerte, sino a la vida—-vidas vacías, vidas sin amor. . . ¿Y no es acaso el prestar más atención a la vida lo que la enriquece, le da valor y nos prepara para el paso final de la existencia?
Mientras estemos vivos todavía es tiempo. Mientras que el préstamo de nuestra vida nos dure, hay mucho que podemos hacer para no vivir como si estuviéramos muertos. Ahora es el tiempo de dar las rosas y no cuando tengamos que llevarlas a la tumba. Ahora es el tiempo de decir te amo, te extraño, te quiero, te agradezco. Ya mismo es el tiempo de hacer las preguntas sobre lo que atañe a nuestras vidas. ¿Quieres saber algo más de lo que ya te han dicho? Ahora es el tiempo de preguntar. No dejes que otros se lleven las respuestas a la tumba. Así mismo, ahora es el tiempo de empezar a poner nuestros papeles en orden, para que al morir no tengan otros que venir a tratar de descifrar nuestros deseos.
Ahora es el tiempo de que con o sin lágrimas digamos: perdóname. Porque es muy seguro que después que se vaya a quien hemos ofendido, sentiremos culpa, pediremos perdón, y aunque esto ayuda, no es lo mismo que hacerlo en vida, preferiblemente, frente a frente. Ahora es el tiempo de salir de nuestro encierro físico o mental e ir a la naturaleza y apreciar su belleza y elevar el espíritu en su contemplación.
Ahora mismo es el tiempo de declarar nuestra libertad, rompiendo las cadenas que nos atan a situaciones de opresión las cuales rebajan nuestro valor y terminan haciéndonos víctimas de violencia y de menosprecio. Ahora es tiempo de decir: ¡No más! Basta de insultos, basta de encierros físicos, mentales o emocionales. Basta de dominar mi vida quitándome la libertad de vivir con plenitud, con alegría y como lo merezco como ser humano. Ahora es el tiempo de renunciar a vivir una vida vacía, sin horizontes propios. Sea que nosotros mismos nos hacemos esa violencia y nos menospreciamos porque nos creemos inferiores por cualquier razón, o sea que nos sometemos a otros, ya es el momento de empezar a declarar y obrar en pro de nuestra propia independencia.
Sé por experiencia propia lo difícil que es conquistar nuestras adicciones, mejorar nuestras actitudes ante las cosas que nos molestan o hieren y sobre todo, dejar atrás relaciones que en lugar de ayudarnos a vivir nos secan el espíritu y contribuyen a que vivamos vidas vacías, vidas sin amor, vidas que no construyen sobre los regalos que se nos han dado; vidas que son como muertes vivientes, vidas en las que nunca tomamos el tiempo para saborear y apreciar; vidas en que no pausamos para respirar profundamente como dice Morrison-Reed.
Sin embargo, atañe a nosotros mismos y a nadie más hacer acopio de nuestra valentía y de nuestra fuerza de voluntad no sólo para dar los primeros pasos hacia la liberación sino para mantenernos firmes en su ruta sin hacer caso a cuántos obstáculos se nos presenten y cuántas tentaciones nos quieran distraer de nuestro propósito de alcanzar la meta.
Desde tiempo inmemorial hasta el presente, y en todos los continentes del planeta ha habido y hay los que honran la memoria de sus muertos. Un ejemplo edificante es la celebración del día de los muertos en México y por extensión en algunos estados de los Estados Unidos donde la influencia cultural y religiosa de esta celebración sigue siendo mantenida por inmigrantes y sus descendientes y por aquellos que han aprendido a apreciar y a incorporar en sus culturas esta tradición. En la ciudad de San José, California, cada año hay un despliegue de ofrendas, altares construidos en varios establecimientos públicos y claro en las iglesias, para recordar y ofrecer gratitud a los queridos muertos. Siempre me resultó imposible entrar al santuario de la Primera Iglesia Unitaria de San José, ver la imponente ofrenda y no sentir fuertes emociones relacionada con la vida, con la salud, con la enfermedad, con la muerte y con el más allá.
Cada año la ofrenda es un testimonio al hecho de que confrontados con la separación física final de nuestros seres queridos, rehusamos dejar que la relación espiritual de alma con alma y corazón con corazón se termine. Cada ofrenda nos conforta al recordarnos que esa relación puede continuar y que se puede intensificar a pesar del misterioso velo que nos separa. Al colocar fotos y recuerdos de quienes existieron en nuestras vidas y al iluminarlos con velas, estamos honrando sus memorias y prometiéndoles atesorar sus herencias espirituales de amor, bondad, integridad, trabajo duro, generosidad y otras que nos impactaron. Está ahora en nuestras manos demostrar nuestro aprecio por esa herencia en forma tangible y positiva. Una forma quizás la más poderosa es usar el tiempo que nos queda para transformar nuestras vidas para mejor. Mientras nuestros corazones palpiten, todavía es tiempo para empezar a prestar más atención a nuestras vidas personales, para empezar una nueva etapa en la que vivamos con amor, con gratitud y con esperanza,
A pesar de las tragedias que estamos viviendo con los horrores de la guerra entre países, las cantidades enormes de refugiados y desplazados por la violencia y por las malas condiciones económicas, los desastres naturales, los abusos y las opresiones, puedan sus almas aferrarse a la esperanza de un mundo cada vez mejor en el cual cada quien ponemos de nuestra parte para lograrlo.
Que la Fuente de Amor y Compasión ilumine sus almas este día y a cada momento de sus vidas. Que viviendo con el corazón abierto a la plenitud de la vida, puedan llegar al día de su transición al seno del infinito en paz, libres de remordimientos y con la satisfacción de haber soñado lindos sueños y de haberlos hecho realidad. Puedan transformar sus vidas para que sus legados sean ricos en amor y en recuerdos, los cuales ayuden a mantener viva la memoria de su paso por esta tierra en los corazones de quienes los aman.
Que así sea.
Rev. Lilia Cuervo
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