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Permítanme compartir con ustedes una de mis varias pasiones como ser humano. Tengo una gran pasión por la música. Pero también déjenme aclararles que yo nunca aprendí a tocar ningún instrumento musical, pero no por falta de tiempo o de oportunidad, creo que fue por falta de disciplina; tampoco se cantar, ya que canto peor que una cacatúa desafinada, ya sea cuando me estoy bañando, cuando voy caminando por la calle con mi iPod o cuando cantamos aquí, dentro del servicio. También puedo decirles que me gustan todos los estilos musicales, los cuales van desde la música clásica, y la opera, pasando por los boleros, el bosanova, el rock and roll, la música folclórica de todo el mundo, y por supuesto la mexicana; la música de protesta latinoamericana, hasta el jazz, la música new age y una docena de piezas de reguetón.
La música llega desde mis oídos hasta mi corazón y hace vibrar todo mi ser, como lo pueden hacer la poesía, el cuento, la danza, la literatura, la pintura o la fotografía. La música despierta en mi un sin fin de sentimientos tales como la alegría, la nostalgia, la tristeza, el amor, la tranquilidad y en muchas ocasiones ganas de bailar, aunque he de confesar que tampoco se bailar. Las notas de la música me transportan a mundos mágicos cálidos e insospechados que me relajan y al mismo tiempo me dan energía. También he de confesar que muchas melodías me gustan por la composición musical y por el ritmo, aunque no logre entender lo que la letra dice, ya que están en idiomas que yo desconozco; por supuesto que la música con letras en español y algunas en inglés me son fáciles de entender el mensaje escrito que acompaña a esa música.
Como ven, me fascina la música, pero algo que aun no he hecho, es dejar de comer o de pagar la renta por ir a un concierto, o no he dejado de pagar el gas por comprar un CD, y nunca he gritado desaforadamente, ni me he desmayado en un concierto como lo hacen muchos fans.
Entonces, ¿me podría catalogar a mi mismo como un fanático de la música, o ustedes me podrían calificar como tal? no, no lo creo, no soy un fanático de la música.
Prácticamente todos tenemos algunas pasiones en la vida; pero solo unos cuantos logran pasar esa delgada línea de la pasión al fanatismo. ¿Pero porque la traspasan?
Primero vamos a definir que es un fanático. Un fanático es aquella persona que defiende con tenacidad desmedida y con apasionamiento, creencias u opiniones, religiosas, políticas, deportivas o algún pasatiempo o hobby. El fanático esta preocupado o entusiasmado ciegamente por una cosa. Eric Hoffer en su libro “El verdadero creyente/The True Believer” nos dice que “El fanático no es realmente aquel que se identifica con extremo rigor a los principios. No abraza una causa primordialmente por su justicia o santidad, sino por la desesperada necesidad que tiene de aferrarse a algo”
La palabra fanático viene del latín fanum que significa templo, por tanto, fanático quería decir perteneciente al templo y hubo un tiempo en que llegó a significar protector del templo. Después, adquirió el sentido de intolerancia desmedida en la defensa de la religión.
Psicológicamente, el fanático siente odio hacia sí mismo y tiene una gran inseguridad en si mismo y se adhiere a un grupo, ya sea religioso o político para compensar su sentimiento de vacío existencial. El fanático suprime la conciencia de su yo mediante el ceñimiento de su yo, a través de acentuar la pertenencia a otro.
El fanático se caracteriza por ser un gran enemigo de la libertad. Los lugares donde impera el fanatismo son terrenos donde es difícil que prospere el conocimiento y donde parece detenerse el curso fluyente de la vida. Un mundo, en definitiva, contrario a la cambiante naturaleza humana.
“El hablar de fanatismo”, nos dice Hoffer, es hablar de los movimientos de masas los cuales, por supuesto incluyen a los movimientos religiosos (con extensas discusiones sobre el Islam y el Cristianismo), así como los movimientos políticos. También incluyen a los aparentemente benignos movimientos de masas que no son ni políticos ni religiosos como pueden ser los deportivos. Un principio clave en los fanáticos, es que son intercambiables. Que quiere decir esto de que son intercambiables? Como los fanáticos tienen una gran soledad y necesitan tener la sensación de pertenencia, los fanáticos cambian de bandera, cuando en la que militan ya nos les alivia esa sensación de soledad. Por ejemplo, algunos nazis fanáticos después de la segunda guerra mundial se tornaron en fanáticos comunistas; y algunos comunistas fanáticos después de la caída del comunismo se volvieron en fanáticos anti-comunistas, y en religión podemos hablar de Saulo de Tarso, el cual fue un perseguidor acérrimo de los cristianos, luego se convirtió en San Pablo, un cristiano fanático”
Probablemente una gran mayoría de los «sensatos» ciudadanos occidentales existe un cierto grado de fanatismo. De hecho, podemos reconocer fanáticos de equipos de fútbol y de otros personajes públicos; fanáticos religiosos capaces de flagelarse el cuerpo, fanáticos políticos, fanáticos de ciertos alimentos, etc, etc.
Lo importante del tema es lo que el fanatismo puede llegar a producir, sobre todo cuando se traspasa el límite de la vida misma. Por supuesto que cualquiera me diría que ninguna mente sensata defendería el fanatismo como actitud propia del ser humano civilizado, desafortunadamente, el fanatismo es muy común en nuestras vidas. En nuestra cultura occidental se apoya al fanatismo desde la escuela: Glorificamos a los héroes que dieron su vida por su país, a los mártires que dieron su vida por su dios, conquistadores que extendieron su fe salvadora por el mundo… Incluso nos hemos habituado a escuchar a deportistas que lo “dan todo”, a entrenadores que exigen luchar a muerte por la victoria, hasta seguidores “a muerte” de su equipo deportivo… De hecho, en occidente se admira a quien da su vida por un ideal, siempre que el ideal sea por supuesto, “políticamente correcto”.
Pero el fanatismo esconde unos terribles efectos secundarios: limita la libertad, empobrece el pensamiento, incomunica al ser humano, limita la autocrítica y en el afán de superación, reduce la riqueza de matices de la vida y en muchos casos llega a la negación de la dignidad humana de los otros.
Cualquiera podría decir que es bueno defender sus ideas, su modo de vida, sus derechos, su tipo de gobierno, pero en ese afán de defender nuestra verdad y nuestros derechos, nos olvidamos de la verdad y de los derechos de los demás. Esto que estoy diciendo no esta muy lejos de nosotros que estamos aquí sentados esta mañana. Hace un año y medio mas o menos, aquí en California, muchos grupos “cristianos conservadores” apoyaron la proposición # 8, la cual niega el derecho al matrimonio a las personas del mismo sexo. Muchos de estos grupos conservadores, que en realidad son fanáticos religiosos, alegan que el matrimonio entre personas del mismo sexo va en contra de las leyes divinas y dieron su tiempo, su esfuerzo y su dinero para apoyar a la proposición 8.
Dentro de este fenómeno del fanatismo moderno surge un personaje que le da dirección y sentido a esta forma de pensar y por lo tanto de actuar: el caudillo. Un ejemplo de esto es el caso de Joe Arpagio, el alguacil de Maricopa, Arizona, el cual se ha autonombrado defensor de la frontera entre México y los Estados Unidos. El defiende su “magna causa” que no es otra cosa que la satisfacción narcisista de su ego político, enmascarado bajo la promesa de la seguridad nacional, cosa que a muchos americanos les agrada y sienten simpatía por el alguacil “protector”. El fanatismo político en los Estados Unidos va en aumento; hace varios días la gobernadora de Arizona firmo una ley que criminaliza a los inmigrantes indocumentados. Esta es una de las leyes más duras y discriminatorias de todo el país.
Afortunadamente ni todos los cristianos, ni todos los musulmanes son fanáticos, ni todos los americanos lo son tampoco.
Ante el fanatismo, lo práctico acaso sería atacar el problema real (identificar y desarrollar la forma de la «intolerancia de la intolerancia») y no atacar a los bandos; pues al tomar partido, ya sea del lado de los intolerantes o de lo no intolerantes se pudiera ser cómplice de los disparos o de los muertos que se den: como dijo Tagoré, «Donde no hay coexistencia hay co-destrucción»
Una de las cosas por las que escogí la fe Unitaria Universalista es que aquí encontré la aceptación y el respeto de todas las formas de pensar, de todas las religiones y de todas las culturas. Aquí, por ejemplo, tal ves sea criticado por lo que digo, pero no hay nadie que me prohíba el decirlo, como Evelyn Beatrice Hall escribió en 1906 en “Los amigos de Voltaire”, como resumen de la actitud de Voltaire: “Estoy en desacuerdo con tus ideas, pero defiendo tu sagrado derecho a expresarlas» Por supuesto que esto no quiere decir que dentro de los Unitarios Universalistas no hay personas que sean intolerantes, pero afortunadamente no son la mayoría.
Los inmigrantes y sobre todo nosotros los inmigrantes latinos que estamos en medio de la controversia política actual, no debemos quedarnos de brazos cruzados. Empecemos por educarnos a nosotros mismos y a nuestros hijos a respetar las creencias de los demás, a respetar las ideas, y los derechos de las demás personas. Dependiendo de la educación que les demos a nuestros hijos, los va a llevar a ser o no ser intolerantes en el futuro.
Nuestros hijos aprenden con el ejemplo, si empezamos nosotros mismos a defender nuestros propios derechos, sin apasionamientos desmedidos, nuestros hijos eso es lo que va a aprender, pero si por el contrario luchamos por nuestros derechos sin respetar los derechos de los demás, nuestros hijos van a ser los próximos fanáticos.
Iglesia de la Gran Comunidad
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