“Para el habitante de Nueva York, Paris o Londres, la muerte es palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente. Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los otros; mas al menos no se esconde ni la esconde; la contempla cara a cara con paciencia, desdén o ironía”
Octavio Paz
Estamos en octubre, en muchos lugares de México se están preparando para recibir y festejar a todos aquellos seres queridos que han muerto.
En estos momentos se estarán limpiando a conciencia las casas, se estarán terminando de bordar los manteles que se usaran, así como las flores de papel y el papel picado para poder poner el altar de muertos.
El 1 y 2 de Noviembre se acercan rápidamente y aún hay muchas cosas que preparar, como ir a limpiar la o las lápidas en el panteón, ir a comprar las flores de cempaxúchitl, y las innumerables velas que se necesitan para tener todo listo para poder adornar las tumbas, ir a comprar los chiles, las semillas, las especies, las hojas de elote o de plátano, la carne o el pollo, según sea el caso, ir al molino para moler todos los ingredientes para cocinar la comida que a nuestros seres queridos les gustaba .
El primero de noviembre se festejan a los niños que han muerto y el día dos a los adultos. Para nosotros los mexicanos estas dos fechas son días de fiesta, de alegría, de música, de dolor y tristeza, de recuerdos, de amor, de espiritualidad en su forma más profunda.
En estos dos días, la vida y la muerte se entremezclan en una fiesta de color, sabor, olores, texturas, nostalgias y música. Esta celebración es parte de mi cultura, es parte de mi espiritualidad, es honrar la vida.
Un altar de muertos es un lugar muy especial, es el lugar donde nuestros seres queridos que han muerto llegan a visitarnos todos los años, por eso, colocamos ahí los retratos de nuestros seres queridos ya fallecidos, y también los retratos de los seres queridos de nuestros seres queridos. También les ponemos velas para que ellos puedan, a través de esa tenue luz, encontrar su camino; como ellos llegan cansados y con sed, en el altar les ponemos la comida y la bebida que a ellos les gustaba para que ellos puedan disfrutar de todo lo que les ofrecemos.
Como todo en esta vida, hay desde altares muy sencillos y humildes hechos sobre una mesa, hasta grandes altares donde salen a relucir el cristal cortado y la plata.
En el panteón, los familiares y amigos de los fallecidos limpian las tumbas, adornan con flores de papel y naturales, ponen velas, muchas velas, y en la noche se lleva parte de la comida que se preparó, dulces, pan, café, tamales y se sientan a rezar y a esperar a que sus seres queridos lleguen al festín de una sola noche.
Esta es una festividad espiritual donde los mexicanos no permitimos que nuestros seres queridos mueran por una segunda vez, porque al recordarlos, les estamos dando vida en nuestra memoria y en nuestra cultura y en nuestra vida, porque como dijo Octavio Paz: “Vida y muerte son inseparables y cada vez que la primera pierde significación, la segunda se vuelve intrascendente”
El Día de los Muertos es un tiempo para reflexionar acerca del significado de la vida y de la misión que cada uno de nosotros necesitamos llevar a cabo. La muerte en muchas ocasiones llega con un sentimiento de dolor y pérdida, sobre todo a aquellos que no supieron el propósito de su camino por esta vida, en cambio para otros la muerte es trascendencia, transformación y resurrección. Es el momento de iniciar un nuevo ciclo.
Iglesia de la Gran Comunidad
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