Yo marché por las causas que me preocupan a mí y por las causas de las demás. Para mí, la marcha era una demostración de solidaridad con aquellos que la campaña del actual presidente había convertido en blanco de su retórica de odio: los inmigrantes, personas con discapacidad, los pobres, la comunidad LGBT, los musulmanes.
No hemos dejado de marchar
Yo, como muchas otras personas, asistí a la marcha de mujeres en San Diego. Camino a casa, mi hija mayor me dijo que le había gustado la experiencia y que quería ir a más. “Qué bueno”, le dije, pensando que vamos a necesitar muchas ganas de marchar en tiempos venideros.
Yo marché por las causas que me preocupan a mí y por las causas de las demás. Para mí, la marcha era una demostración de solidaridad con aquellos que la campaña del actual presidente había convertido en blanco de su retórica de odio: los inmigrantes, personas con discapacidad, los pobres, la comunidad LGBT, los musulmanes.
Eran muchas las causas por las que se marchó y cualquiera que diga lo contrario se equivoca. Lo espectacular de estas marchas fueron los números de asistentes y el hecho de que muchas de ellas eran mujeres jóvenes blancas que nunca antes habían salido a las calles a protestar.
Pero muchos de nosotros hemos venido marchando desde hace tiempo. Nuestro camino de resistencia está marcado por los pasos de otros que han puesto a los marginados al centro y que han optado por levantar la voz para apoyarlos. Para muchos de nosotros, la marcha de mujeres es ya parte de una tradición que nos llama a hacer que se nos escuche y a reclamar nuestro derecho de nacimiento al respeto y la dignidad humana.
Tania es seminarista en Meadville Lombard Theological School y la ministra en pasantia en la Primera Iglesia Unitaria Universalista de San Diego.
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