Cada uno de nosotros estamos siendo testigos de la muerte de nuestro planeta y al mismo tiempo somos sus asesinos. Algunos por la descontrolada ambición económica, otros por necesidad, otros por ignorancia y la gran mayoría, por negligencia.
Cuando estaba estudiando el bachillerato tuve que tomar las clases de lógica, ética y filosofía básica. Las tres clases tenían en común las tres preguntas más difíciles de contestar “De donde venimos, quienes somos y a donde vamos” Todos los seres humanos de todos los tiempos se han preguntado sobre estas cuestiones fundamentales de la vida.
Y desde que el ser humano apareció en la faz de la tierra, ya sea que este inicio se tome como nos dice la Biblia, con la aparición de Adán y Eva y el jardín del Edén, o con el homo sapiens de acuerdo a la teoría de la evolución de Charles Darwin, hemos tratando de contestar estas preguntas, y hemos tratado de contestarlas a través de creer que existe algo superior a nosotros, algo que nos trasciende; a esa idea le llamamos Dios.
Para los antiguos habitantes de nuestro planeta, el sol, la luna, la lluvia, el viento y los demás elementos de la naturaleza, incluida la tierra, eran dioses, y conforme los seres humanos fuimos evolucionando, los dioses también evolucionaron con nosotros. En la cultura Sumeria, una de las primeras culturas, aparte de los dioses del sol, la luna, el viento y la lluvia, tenían un Dios diferente a los mencionados, un Dios que no era parte de la naturaleza, este Dios fue Ea, el creador de los humanos, y más tarde apareció Marduk como el dios principal. Los sumerios creían que Marduk era el encargado de restablecer el orden celeste, de hacer surgir la tierra del mar y de esculpir el cuerpo del primer hombre antes de repartir los dominios del universo entre los demás dioses. Mientras que en la cultura egipcia, los dioses tenían cuerpos humanos y cabezas de animales, en la cultura griega y romana, los dioses terminaron teniendo la apariencia de los seres humanos.
Entre las culturas americanas, la idea de los dioses era similar a las culturas europeas, asiáticas y africanas, en donde los dioses también eran parte de la naturaleza como El sol, la lluvia, el viento, la tierra, etc.
En la antigüedad grecorromana, los filósofos ya intentaban explicar el origen de las creencias religiosas. Por ejemplo, Lucrecio decía que los hombres inventaron a los dioses para explicar las maravillas y los misterios de la naturaleza: para explicar lo que no podían controlar, y Critias pensaba que la religión y el temor a los dioses, se había inventado para imponer a los seres humanos el respeto a la sociedad: la disciplina, la moral, el bien y el mal.
También, desde la creación de las sociedades humanas y en todas las culturas, el matar ha sido castigado tanto por las leyes civiles como las religiosas, entonces, ¿porque que no se castigó a aquellos que empezaron a matar a sus dioses? La respuesta esta en la evolución del ser humano y por supuesto de las religiones del mundo. Al entender los seres humanos los ciclos de la naturaleza, poco a poco fueron entendiendo que el sol, el viento o la lluvia no eran dioses y la idea de Dios cambio hacia algo diferente, hacia algo superior y desconocido. Algunas religiones se fueron sofisticando para observar nociones de pureza de cuerpo y espíritu, creando rituales, oraciones, y técnicas contemplativas que se convertirían en los facilitadores de la experiencia religiosa, y esta evolución, unida al triunfo o colapso de las diferentes civilizaciones que las acogían, y a la presión del medio social en el que se desenvolvían, cambiaron su manera de pensar y sentir con respecto a lo sagrado.
Esta evolución social dio por resultado una religión monoteísta, y con la aparición del cristianismo, apareció también el fanatismo religioso, lo cual dio por resultado la muerte paulatina de los antiguos dioses, tanto europeos como americanos. O sea, empezamos a matar junto con los dioses, a la naturaleza, porque ya no representaba para nosotros una deidad; lo sagrado de los bosques, del agua, del viento o de las plantas, había quedado obsoleto.
De acuerdo con algunas interpretaciones de la Biblia, nosotros no fuimos hechos por Dios como parte de la naturaleza, en otras palabras, fuimos creados fuera de la naturaleza, fuimos creados por Dios de una forma diferente y Dios nos dio a la naturaleza para someterla, ahora diríamos para explotarla. “Dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Que mande a los peces del mar y a las aves del cielo, a las bestias, a las fieras salvajes y a los reptiles que se arrastran por el suelo. Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios los creó. Macho y hembra los creó. Dios los bendijo, diciéndoles: Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Manden a los peces del mar, las aves del cielo y a cuanto animal viva en la tierra. (Génesis I: 26-28)
Y desafortunadamente, seguimos al pie de la letra sus indicaciones; nos empezamos a reproducir como una plaga y esa idea de que somos los dueños de la naturaleza nos la creímos y empezamos a destruirla poco a poco. Nos hemos creído que no somos parte de la naturaleza, que somos los dueños y por lo tanto hemos roto el delicado equilibrio entre ella y nosotros.
Joan Manuel Serrat, conocido cantautor español dijo como preámbulo a una de sus más recientes canciones: “Cuando escribí la canción de Mediterráneo, quería cuando muriera que me enterraran ahí entre la playa y el cielo:
Si un día para mi mal viene a buscarme la parca
Empujar al mar mi barca, con un levante otoñal
Y dejad que el temporal, desguace sus alas blancas
Y a mi enterradme sin duelo, entre la playa y el cielo…
Toda mi vida creí”, sigue diciendo Serrat, “que yo moriría antes que todo lo conocido, pero por la ineptitud y por la estupidez de la raza humana, estoy siendo testigo de la muerte del mediterráneo”
Y así es. Cada uno de nosotros estamos siendo testigos de la muerte de nuestro planeta y al mismo tiempo somos sus asesinos. Algunos por la descontrolada ambición económica, otros por necesidad, otros por ignorancia y la gran mayoría, por negligencia.
Dios nos dio su obra para que viviéramos, no para que la matáramos, nos dio el agua para saciar nuestra sed y el aire para respirar, no para que los envenenáramos, nos dio el suelo para sembrar nuestros alimentos, no para enterrar químicos nocivos y substancias radioactivas que nos dañan. Nos dio los bosques y selvas para renovar el oxigeno que es necesario para la vida de nosotros y del resto de nuestros hermanos, los animales.
Nuestro séptimo principio Unitario Universalista nos dice que nosotros nos comprometemos a afirmar y promover el respeto por la red interdependiente de la existencia de la cual somos parte. Esto nos quiere decir que los humanos somos solo una parte de la naturaleza, no somos algo aparte de ella.
Al estar matando a la naturaleza, estamos matando a ese Dios que decimos amar, respetar y/o temer. Ahora nuevamente la pregunta es: ¿que castigo recibiremos los seres humanos por la muerte de Dios? ¿Será nuestra propia muerte?
Esta idea de que estamos matando a Dios, Nietzsche la plasmó en su libro “El loco”:
“Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado. ¿Como podríamos reconfortarnos, los asesinos de todos los asesinos? El más santo y el más poderoso que el mundo ha poseído se ha desangrado bajo nuestros cuchillos: ¿quién limpiará esta sangre de nosotros? ¿Que agua nos limpiará?”
La muerte de Dios es la forma de decir que los humanos ya no son capaces de creer en cualquier orden cósmico desde que nosotros mismos no lo reconocemos. La muerte de Dios conducirá, dice Nietzsche, no sólo al rechazo de la creencia en un orden cósmico o físico, sino también al rechazo de los valores absolutos — al rechazo de la creencia en una objetividad y una ley moral universal, que se ejerce sobre todos los individuos.
Estamos matando lo más valioso que realmente tenemos, a nuestro planeta, a la obra divina.
Entonces déjenme hacerles las mismas preguntas de Nietzsche para que las meditemos: ¿Cómo podríamos reconfortarnos, los asesinos de todos los asesinos? El más santo y el más poderoso que el mundo ha poseído se esta desangrado bajo nuestros cuchillos, nuestras sierras eléctricas, nuestros edificios, nuestras fábricas, nuestros automóviles, nuestras computadoras, nuestra desmedida ambición económica, nuestra apatía y negligencia: ¿quién limpiará esta sangre de nosotros? ¿Que agua nos limpiará?
Roberto Padilla
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