Después de algún tiempo, entendí de lo que se trataba esta religión, y ahí fue donde empezó lo difícil, poner en acción los siete principios Unitarios Universalistas. Cambie de ser un católico de nombre, a un Unitario Universalista practicante. Ya no se trataba de la religión que mis padres me habían impuesto, sino de la fe que yo había escogido; ahora era un compromiso personal el tomar mi futuro humano y espiritual en mis propias manos.
Por: Roberto Paidlla. Yo nací en el seno de una familia católica tradicional mexicana, donde mis padres nos bautizaron a mis hermanos y a mi sin consultarnos si queríamos ser católicos o no, esa es la tradición en todos los países latinoamericanos.
Mis padres nos llevaban a mis hermanos y a mí a la iglesia todos los domingos a escuchar a un sacerdote que cada domingo les hablaba a los adultos, nunca a los niños y si alguno de nosotros o algún otro niño se aburrían, lloraban o jugaban en la iglesia, el sacerdote les exigía a los padres que sacaran a ese niño llorón, o a los niños que estaban jugando, les exigía a los padres que los callaran, y uno como niño tenía que aguantar una interminable hora de aburrimiento. Por supuesto que mis hermanos y yo tratábamos de escaparnos del suplicio de ir a misa los domingos por la mañana, pero mis padres decían que con el simple hecho de estar presentes en la “Casa de Dios” era suficiente para salvar nuestras almas.
Y como a todos los niños católicos nos llegó el tiempo de ir al catecismo para prepararnos para hacer nuestra primera comunión. Ahí aprendí verdades a medias, mentiras institucionalizadas, y todo esto matizado con que la fe no se debe poner en tela de juicio, simplemente se debe de creer lo que se nos está diciendo y basta.
Después de interminables tardes de aburrimiento, llego el día de confesarnos con el sacerdote; ahí empezó otro problema, cuando el sacerdote me dijo “hijo, dime tus pecados”. ¿Cuáles pecados? Entonces empecé a mentirle al sacerdote diciéndole cosas que jamás había hecho, además de cosas comunes de los niños a esa edad; el sacerdote se quedó muy satisfecho de mi confesión.
El tiempo pasó y llegue a la adolescencia y empecé a preguntar a los sacerdotes porque esto y porque aquello, e invariablemente su contestación siempre fue la misma: Porque así son las cosas, porque es la palabra de Dios, porque si tienes fe, debes obedecer sin preguntar, solamente creer. Cuando le preguntaba a mi madre, ella contestaba lo mismo que los sacerdotes a los cuales yo les había preguntado, porque uno debe creer sin cuestionar nada, porque es la palabra de Dios.
Yo termine no haciendo nada, pero tampoco creyendo en nada en lo que de niño había creído, y seguí viviendo mi vida como la gran mayoría de los católicos que creen que con ir a misa los domingos, ya cumplieron con su fe.
Cuando llegue a vivir a California, y tuve mi primer contacto con la fe Unitaria Universalista, se me hizo muy interesante, pero pronto descubrí que no era como la religión católica o cristiana donde yo acudía a los servicios dominicales, seguir las instrucciones de los ministros y con eso ya era suficiente.
Yo no recuerdo que fue lo que se dijo en ese mi primer servicio Unitario Universalista, pero sí sé que no se habló del cielo como premio a mis buenas acciones, ni del infierno como un castigo, tampoco se dijo cuál era la clave para ser un buen Unitario Universalista. Entonces de que se trataba todo esto, me pregunte a mí mismo.
Al terminar el servicio, yo seguía sin entender absolutamente nada, no se habló de Dios como fuente de bondad, sabiduría y amor, no se habló del diablo como ese ente tentador al mal.
Algo que si me dieron fueron unos folletos donde encontré los siete principios y las fuentes de inspiración Unitarias Universalistas, además de un folleto donde me decían que todos son bienvenidos sin importar raza, color, sexo, nivel socioeconómico, edad, orientación sexual y creencias religiosas y toda esta información fue acompañada con una taza de café.
Después de algún tiempo de estar asistiendo a los servicios religiosos, entendí de lo que se trataba esta religión, y ahí fue donde empezó lo difícil, poner en acción los siete principios Unitarios Universalistas. Cambie de ser un católico de nombre, a un Unitario Universalista practicante. Ya no se trataba de la religión que mis padres me habían impuesto, sino de la fe que yo había escogido; ahora era un compromiso personal el tomar mi futuro humano y espiritual en mis propias manos.
Con los tres primeros principios no tuve problema: El valor y la dignidad propia de cada persona; La justicia, equidad y compasión en las relaciones humanas; La aceptación del uno al otro y el estímulo al crecimiento espiritual en nuestras congregaciones; y el quinto principio: La meta de una comunidad mundial con paz, libertad y justicia para todos ya que esto lo aprendí con otras palabras en la religión católica, y con la educación que mis padres me dieron.
El cuarto principio para mí fue un verdadero reto: La búsqueda libre y responsable por la verdad y el sentido. Estaba acostumbrado a que yo no era el que buscaba, el que decidía, el que escribía; estaba mal acostumbrado a lo que los sacerdotes o mis padres me decían que era la palabra de Dios y eso era incuestionable. Ahora yo era un buscador de la verdad, pero, ¿a dónde la podía encontrar?
Todos aseguran tener la verdad, pero como dice un anuncio en un canal de la televisión aquí en los Estados Unidos: “Aquí esta una montaña de bananas, en el centro hay una manzana, Todos te dirán que para que ir a comprobarlo, créelo, pero si quieres saber que hay en el centro, empiezas a escarbar, y eso exactamente fue lo que empecé a hacer; empecé a buscar por mí mismo en “La experiencia directa de aquel misterio y maravilla afirmada en todas las culturas, que nos lleva a una renovación del espíritu y a una apertura a las fuerzas que crean y sostienen la vida; en las palabras y escrituras de mujeres y hombres con visión profética que nos desafían a enfrentar las poderes y estructuras del mal con justicia, compasión y el poder transformador del amor; en la sabiduría de las religiones del mundo que nos inspiran en nuestra vida ética y espiritual; en las enseñanzas judías y cristianas que nos llaman a responder al amor de Dios, amando a nuestros vecinos como a nosotros mismos; en las enseñanzas humanistas que nos aconsejan a oír la guía de la razón y los resultados científicos y que nos advierten contra las idolatrías de la mente y del espíritu; en las enseñanzas espirituales de tradiciones de la tierra-centradas, las cuales celebran el sagrado círculo de la vida y nos enseñan a vivir en harmonía con los ritmos de la naturaleza y en mi propio interior.
Y una vez que di el primer paso en esa búsqueda, comprendí que sería un trabajo para toda mi vida, pero además debería darle sentido a esa búsqueda, porque la idea no solo es el buscar por buscar, el buscar para encontrar, sino para vivir de acuerdo a esa búsqueda.
Otro de los principios que me costó trabajo fue el quinto principio: “El derecho de la conciencia y el uso del proceso democrático dentro de nuestras congregaciones y en la sociedad en general” debido a que en nuestros países latinoamericanos tenemos una mala concepción de la democracia, por eso existe tanto abstencionismo en nuestros países.
Yo vengo de una generación que no tenía claro lo que era tener Respeto por el tejido interdependiente de todo lo existente, del cual somos una parte. Sabíamos que éramos parte de la naturaleza, pero las religiones Judeo-cristianas, las políticas socioeconómicas que se aplican en todo el mundo, nos estuvo diciendo que los humanos éramos los dueños absolutos de la naturaleza, y todo lo que hay en este planeta podíamos explotarlo en el nombre del “progreso”.
El cambiar nuestros viejos malos hábitos es difícil, se requiere de mucha disciplina, constancia, paciencia y la convicción de que este es un trabajo personal, y que con nuestro ejemplo podemos contagiar al resto de nuestras comunidades.
El ser Unitario Universalista es estar dispuesto a trabajar arduamente con uno mismo y con la sociedad en general para poner nuestra fe en acción, y que no se quede en palabras muertas en algún folleto o libro.
Roberto Padilla
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