Me veo a mí misma con un cordón umbilical invisible que me conecta con la tierra, igual que un feto conectado a su madre, y sé que no he nacido aún porque estoy aquí viviendo de ella. El día que muera naceré a otra vida. Mientras tanto, necesito estar en contacto con la tierra, no solo para caminar, respirar o alimentarme de ella sino para nutrir mi espíritu observando un árbol, una flor, una nube, un pájaro, la puesta del sol, o las palmeras que son mis favoritas.
Cuando me siento triste o preocupada salgo a caminar y al ir observando mi alrededor siento cómo me voy relajando. Es como escuchar el latido de su corazón desde el vientre de la madre.
La experiencia espiritual que yo y todos nosotros estamos viviendo en esta tierra con este sol, con su fauna, flora, frío, calor. Lo que hay aquí es irrepetible en otro lugar, aunque fuéramos capaces de vivir en otro planeta.
Un día saliendo de mi casa, vi una hoja tirada en la tierra y este pensamiento vino a mí: somos como una hoja que cae de un árbol, la cual puede parecer insignificante, pero esa hoja, por más pequeña que sea, dio vida a todo el árbol y a sí misma.
Nuestra existencia da vida a la conciencia colectiva y la conciencia colectiva nos da vida a nosotros. Todas nuestras experiencias individuales nos hacen crecer, evolucionar no solo a nosotros mismos sino a todos. Porque somos uno y el mismo, aun con nuestras diferencias.
Cuando celebramos a la tierra nos estamos celebrando a nosotros mismos y cuando la destruimos nos estamos destruyendo. No sé en qué momento nos creímos seres distintos y perdimos la conciencia de que somos uno mismo.
Para mí la tierra es una ser vivo con su propia conciencia y es ahora cuando debemos de cuidarla.
* Leonor García
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