Este artículo fue escrito en mayo del 2010, pero lo publicamos hoy porque este mensaje es tan importante ahora, como lo fue entonces.
«Mi casa es su casa.» ¿Ahora que están en mi casa, se sentirían cómodos para caminar alrededor de la casa, abrir el refrigerador y comer la comida que esta ahí, encenderían el televisor, se quitarían los zapatos, se sentarían y se relajarían? ¿Lo harían? ¿Por qué no, si somos amigos y yo les he dado la bienvenida a mi casa? Entonces ¿por qué esperamos que otros se sientan como en casa cuando no es el lugar que ellos consideran su casa? ¿Porque pensamos eso, cuando todo lo que hay alrededor de ellos les parece demasiado distante y diferente de lo que ellos consideran familiar?
Es la mañana de un día frío de diciembre; el pollo en mole que cocine una noche anterior está cuidadosamente guardado en un recipiente de plástico listo para llevar. Yo me dispongo a guardar mi libro de gramática inglesa en aquella mochila azul que compré en Target. Es el último día de mi clase de inglés como segunda lengua. Linda, como le gusta que le llamemos, es nuestra maestra. Estoy emocionado sabiendo que hoy es el último día de nuestra clase antes de las vacaciones navideñas, que concluirá con una celebración.
La semana pasada Linda nos dijo que celebraríamos con un almuerzo. Ella nos pidió traer platillos tradicionales de cada uno de nuestros países de origen y sugirió que viniéramos vestidos con el traje típico de nuestros países, si así lo deseábamos.
En la parte de atrás del salón, hay dos mesas con manteles rojos de plástico en los que cada uno de nosotros hemos colocado muy orgullos los platillos que nos representan.
Todos los que estamos en esta clase somos inmigrantes recientes provenientes de países donde no se habla inglés. Países como Eritrea, China, Marruecos, Japón, Turquía, Argelia, Rusia, Ucrania, Brasil, Vietnam, La India, Grecia, El Salvador, Guatemala, Nicaragua y de diferentes partes de México. Durante el curso de la clase me entere que algunos de mis compañeros eran ingenieros, abogados, médicos, jardineros, amas de casa, campesinos y albañiles. Algunos eran casados y otros éramos solteros; algunos tenían mejor posición económica que otros; algunos habían entrado al país con una visa y otros éramos indocumentados. Había una gran diversidad de idiomas, de costumbres, nivel de estudios, estado migratorio y nivel económico. Mi clase parecía una Torre de Babel.
Es el momento de compartir los platillos que hemos traído. Toda la comida luce muy apetitosa. Al lado de cada platillo esta escrito el nombre del país de origen y si contenía carne o era vegetariano, sin embargo, ninguno de nosotros nos animamos a probar la comida. Estamos parados frente a todos esos platillos sin atrevernos a probar algo que no conocemos, que no nos es familiar. Podríamos empezar comiendo de los platos que conocemos, pero también queremos ser corteses y hacerle el honor a aquellos que nunca hemos visto antes, aún estamos inseguros acerca de qué esperar. Solamente nos vemos los unos a los otros y a la comida y sonreímos nerviosamente. Entonces, una compañera de Eritrea se anima a probar un platillo de otro compañero y con su escaso inglés, su acento difícil y una gran sonrisa, nos hace saber que le ha gustado lo que esta comiendo. Poco a poco el resto de nosotros empezamos también a probar los diferentes platillos. Estamos sorprendidos de la variedad de sabores que tenemos frente a nosotros y que no nos animábamos a probar. El platillo de Eritrea es picosito como la comida mexicana; las pupusas salvadoreñas me recuerdan la comida que hacia mi madre los domingos para el almuerzo, el plato de Japón tiene una textura y sabor delicado. La ensalada griega es refrescante, el cuscús de Marruecos ha pesar de que es sabroso, no me atrevería a volver a comerlo y los pasteles Rusos son deliciosos.
Sabores, colores, aromas, costumbres, idiomas, acentos e historias diferentes todas entre si, se mezclaban de forma exquisita como las especias con las que se elabora el mole que yo traje, el cual representa una importante región de mi país— ¡y el cual había sobrevivido el viaje en camión sin derramarse!.
Éramos un grupo multicultural, entendiendo multiculturalismo como la variedad de características que nos distingue como individuos y al mismo tiempo, nos identifica como pertenecientes a un grupo o grupos: diversidad de edad, de cultura, de clase socioeconómica, de origen étnico, de sexo, de idioma, de lugar de origen, de raza, de religión y de orientación sexual. Todos éramos seres humanos con los mismos objetivos y deseos; nosotros compartíamos el deseo de aprender inglés y conocer sobre otras culturas.
Esto me lleva a pensar que nuestras comunidades Unitarias Universalistas estamos esforzándonos por llegar a ser comunidades aceptantes en todos los sentidos, pero si el concepto de comunidad aceptante solamente lo aplicamos en aceptar a personas de diferente color o a personas con preferencias sexuales diferentes a la nuestra y no incluimos a personas de diferentes culturas y etnias con todo lo que viene con cada cultura, entonces, nosotros nos estamos quedando cortos. Así como cada comunidad Unitaria Universalista abrió sus puertas, sus brazos y sus corazones a personas de diferente color y preferencia sexual, los invito a extender esa apertura a personas de diferente cultura, clase socioeconómica, idioma y origen étnico y no solo a personas de diferente color o preferencia sexual.
En todas las épocas y en todas las sociedades, se han dado intercambios culturales, y es natural que en los primeros acercamientos con otras culturas, sea difícil entender y aceptar las diferencias culturales y por supuesto, es un poco más difícil el adoptar parte de otras culturas y adaptarlas a nuestra propia cultura,
Si las comunidades Unitarias Universalistas vamos a participar activamente en este esfuerzo multicultural, los invito a que antes de iniciar este viaje, se pregunten: ¿Somos capaces de invitar a personas de diferentes culturas? ¿Podemos despojarnos de las ideas preconcebidas que tenemos en relación a otras culturas? ¿Queremos ser comunidades realmente inclusivas? si la respuesta es afirmativa, entonces, empecemos a invitar a esa gente de diferentes culturas que esta a nuestro alrededor, manteniendo en mente la responsabilidad con todo lo que hay alrededor de esta invitación.
Por ejemplo, Quiero invitarlos a todos ustedes, pero de uno por uno, a venir a visitarme en mí casa. Soy su amigo y a todos ustedes, los considero mis amigos. Por lo tanto, una vez que estén en mi casa, quiero que se sientan como en su casa. «Mi casa es su casa.» ¿Ahora que están en mi casa, se sentirían cómodos para caminar alrededor de la casa, abrir el refrigerador y comer la comida que esta ahí, encenderían el televisor, se quitarían los zapatos, se sentarían y se relajarían? ¿Lo harían? ¿Por qué no, si somos amigos y yo les he dado la bienvenida a mi casa? Entonces ¿por qué esperamos que otros se sientan como en casa cuando no es el lugar que ellos consideran su casa? ¿Porque pensamos eso, cuando todo lo que hay alrededor de ellos les parece demasiado distante y diferente de lo que ellos consideran familiar?
Como individuos y como comunidad, necesitamos empezar por hacernos amigos de todos aquellos que queremos invitar a nuestro hogar espiritual, empezar a salirnos de nuestro propio espacio de confort, salir de nuestras casas para visitar a nuestros nuevos amigos en sus propias casas. Conozcamos a sus familiares y amigos; comamos con ellos sus alimentos y nuestros alimentos, cantemos sus canciones y nuestras canciones, aprendamos a pintar nuestras vidas con parte de sus colores, para que ellos puedan reconocer algo de ellos cuando entren en nuestras vidas y en nuestras comunidades.
Nosotros en San José, una comunidad intencionalmente multicultural y en dos idiomas, inglés y español, sabemos que el verdadero multiculturalismo no solo es acerca del lenguaje, pero el idioma es una puerta importante para la comprensión.
Hace muchos años fui a trabajar como médico a un pequeño pueblo en las montañas de Veracruz, México. Llegue a una modesta oficina médica con mis conocimientos y con mi sueño de ayudar. Llegue a una sociedad donde nunca habían tenido un médico, donde hablaban español (Ahí no existía la barrera del lenguaje) y mi primer paciente me dijo, “Doctor me siento feo”. ¿Feo?, estábamos hablando el mismo idioma pero yo no podía entender a mi paciente; yo que había pasado los exámenes de bioquímica más difíciles y no podía entender lo que este señor quería decirme con que se sentía feo. yo que había escrito ensayos muy largos con una ortografía perfecta, no podía entender a lo que se refería con sentirse feo. Tuve que solicitar la ayuda de alguien del pueblo para poder entender lo que él me estaba diciendo. (El se sentía enfermo) En ese momento entendí que tenía que empezar a construir relaciones a un nivel humano. Entendí que necesitaba entrar en sus casas para aprender no solo su lengua, sino su cultura, sus costumbres y tradiciones y no sólo saber que feo significa enfermo. Por supuesto, que no fue fácil de hacer, pero tampoco fue imposible.
Nosotros en San José tenemos más de una década haciendo el trabajo del alma, construyendo nuestra amada comunidad multicultural y multiétnica, no solo aprendiendo el español, ( o en mi caso inglés) sino aprendiendo nuevas costumbres, nuevas tradiciones, nuevas formas de pensar y de actuar. Estamos aprendiendo día a día a mezclar la cultura anglo y la latina. Por supuesto que nosotros no tenemos la formula perfecta de cómo crear comunidades UU multiculturales, ya que cada comunidad es única, pero lo que si sabemos es que con amor, paciencia y perseverancia, se puede lograr. También nosotros, la comunidad de San José, estamos deseosos de compartir con cada una de las comunidades UU que así lo deseen, nuestros fracasos y nuestros éxitos en este enriquecedor viaje llamado multiculturalismo.
Inicie este artículo con un momento de mi propia vida, como una metáfora para ejemplificar lo incómodos que a veces nos sentimos cuando nos enfrentamos con las diferencias de otras culturas y de otras costumbres. Yo nunca había estado frente a tanta comida de diferentes países, de los cuales yo desconocía sus sabores, sus texturas y sus olores, pero al verme frente a ellos, mi primera reacción, como la de mis compañeros de clase, fue la de no atreverme a probar esos manjares que la vida me ponía prácticamente gratis frente a mi, por miedo a lo desconocido; pero cuando alguien se atrevió a dar el primer paso y su reacción fue de agradable sorpresa, el resto de mis compañeros y yo, pudimos vencer ese miedo inicial y nos animamos a probar y deleitarnos con “eso” que al principio pensábamos que era “extraño” para cada uno de nosotros.
Millones de personas de diferentes culturas están ahí, alrededor de nosotros, para compartir con todos aquellos que lo deseen, sus culturas, su comida, sus tradiciones y sus historias; como aquellos estudiantes de ESL en aquella celebración escolar. ¿Nos animaremos a intentarlo? ¿Lograremos llegar a ser comunidades totalmente inclusivas? ¿Lograremos sacudirnos el miedo natural que sentimos e invitar a otras personas de otras culturas y tradiciones? ¿Los Unitarios Universalistas podremos enfrentar este nuevo Reto?
Yo no tengo las respuestas a todas estas preguntas, pero creo que cada Unitario Universalista puede encontrar las respuestas en su corazón y su mente, en nuestros cuerpos y en nuestros corazones.
Roberto Padilla
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