Un emotivo mensaje para estas fechas de Navidad, que nos invita a encontrar la paz a partir del perdón y del amor.
Cuando era niña, la celebración de las navidades era diferente a las celebraciones de hoy en día. En ese entonces no teníamos ni árbol de navidad, ni Papá Noel. Entonces, ¿quién traía los regalos para los niñxs? ¿Y en dónde nos los dejaba mientras dormíamos? En el polo norte al menos Santa Claus tenía sus elfos y sus renos y claro la señora Claus quienes le ayudaban durante todo el año a construir y a empacar los juguetes. En Colombia era solamente el pobre niñito Jesús cargando todos esos miles de regalos y poniéndolos debajo de nuestras almohadas y yo toda curiosa pensando ¿cómo es posible que un recién nacido haga semejante hazaña? Otro dulce recuerdo de aquellos tiempos es la alegría de ayudar a preparar el pesebre en una esquina de la sala. Me encantaba ir al bosque a recoger musgo para cubrir partes de la escena, imitar el pueblito de Belén con casitas con puertas y ventanas hechas con cajas de cartón colectadas durante el año y colocar espejitos aquí y allí, para imitar lagos.
Y hoy, qué diferencia con aquellos inocentes días. Qué fortaleza y buen sentido necesitamos para resistir la comercialización de la navidad con su avalancha de anuncios en los medios masivos de comunicación abrumándonos la mente, llenándonos de culpa si acaso no tenemos suficiente para comprar regalos para todo el mundo y diezmando nuestros recursos. Esos mismos medios nos traen desde los países en guerra, escenas trágicas de criaturas muriendo de hambre con sus cuerpitos emaciados en los brazos de madres emaciadas que reflejan en sus tristes ojos el dolor y la angustia de su impotencia para arrebatar de la muerte y la enfermedad a esos inocentes. Tristemente, la violencia, las guerras, la opresión, –todas violaciones de los derechos humanos– parecen indestructibles al ser provocadas por la avaricia y el poder incontenibles de los que se creen tener el derecho de invadir y acaparar cuanta riqueza natural de naciones y gentes menos poderosas puedan tener. En menor escala pero no menos ofensivos y devastadores son los ataques verbales y físicos contra las minorías convertidas en bodes expiatorios en cada país, por los que las temen y odian.
Presenciando el diario sufrir causado por las vidas perdidas, o dañadas emocional y físicamente, el ver pueblos y ciudades arrasados, miles de huérfanos, familias enteras sin techo ni comida buscando asilo, puede llegar a cerrar nuestros corazones y hacernos insensibles e impotentes para promover el cambio necesario. Personalmente, como millones alrededor del mundo, a veces me es difícil escapar al temor y a la desesperanza que me dicen que nunca viviremos en un mundo de paz, de progreso y de igualdad. Para evitar tanto la paralización de mis anhelos, como ser rehén del miedo, la ira, el despecho, o la incapacitación, participo en marchas, vigilias, oraciones públicas y otras actividades para promover la paz. Estoy convencida que sin paz es muy difícil que todos podamos alcanzar los beneficios básicos para lograr una vida próspera, sana y libre. Cuando me siento desalentada o abrumada por el dolor del mundo, me recuerdo a mí misma que no estoy sola con mi pena y mi desconsuelo y que a través de la historia, en cada movimiento político y religioso han habido profetas y mártires de la paz y el amor cuyos ejemplos y palabras siempre me han ayudado a regañar mí fe. Porque ¿cómo podemos tú o yo, descorazonarnos y convertirnos en víctimas de la desilusión, cuando todavía viven entre nosotros tesoros de coraje, generosidad de espíritu, profetas y practicantes incondicionales de la paz, como Desmond Tutu, Thich Nhat Hanh y el Dalai Lama? Este último dijo: «El enemigo es realmente quien puede enseñarnos a practicar las virtudes de la compasión y la tolerancia».
En el orgulloso legado de nuestra fe tenemos mujeres y hombres Unitarios y Universalistas quienes con sus escritos y obras se opusieron a las guerras insensatas y a la opresión en todas sus formas. Olympia Brown, la primera mujer ordenada como ministra Universalista en 1863, escribió y predicó extensamente sobre la justicia y la paz. En su escrito “la Gran Lección” dice: «Peleando nunca podremos hacer que el mundo sea un lugar seguro».
Cada nación debe aprender que las gentes de todas las naciones son hijos de Dios y deben compartir la riqueza del mundo. Tú puedes decir que esto es impráctico, lejano, que nunca se podrá efectuar, pero este es el trabajo que se nos ha encomendado. Alguna vez, de alguna manera, en algún lugar, tendremos que enseñar esta gran lección.
La Unitaria Julia Ward Howe, fue una ilustre escritora, conferencista, fundadora de la Asociación de Mujeres para obtener el derecho al voto, y de múltiple organizaciones similares. Aterrorizada por la devastación causada por la guerra Franco-Prusiana, en 1871 Julia escribió un apelo a las madres del mundo invitándolas a luchar por la paz. Poco después ella creó el día de la madre a celebrarse el dos de junio, dedicado a abogar por las causas y doctrinas pacifistas. En su proclamación del día de las madres Julia dijo: «Nuestros esposos no se nos deberán acercar con tufo de matanza, pidiendo aplausos y caricias. Nuestros hijos no nos deberán ser quitados para desaprender lo que les hemos podido enseñar de caridad, misericordia y paciencia… Nosotras las mujeres de un país tendremos mucha compasión con aquellas de otros países como para no permitir que nuestros hijos sean entrenados para herir a los suyos. Desde el pecho de la devastada tierra se levanta una voz en unísono con la nuestra que dice: Desármense! Desármense!»
Qué tristeza que el día de las madres creado por Julia, para recordarnos la importancia de la paz y de incitarnos a trabajar por ella, haya perdido su importante objetivo al haber sido como la navidad, secuestrado por el comercialismo.
El legado de lucha por la paz dejado por estas dos mujeres y por muchas otras activistas por la paz, resuena en las palabras del Reverendo Dana McLean Greeley, primer Presidente de la nueva Asociación Unitaria Universalista (1961), cuando dijo: «Debemos tener fe en que la paz es buena, en que es posible y en que es irreemplazable».
Hablando de la paz no podemos dejar de mencionar los tesoneros profetas de la paz quienes fueron martirizados por los cobardes para quienes su preciosa labor en pro de la paz y la justicia constituía un reto. Entre ellos, Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Jr. y Monseñor Oscar Romero, el mártir Salvadoreño, elevado recientemente a la categoría de santo. En esta famosa citación él define lo que es la verdadera paz:
«Paz no es el producto de terror o miedo.
Paz no es el silencio de los cementerios.
Paz no es el resultado silencioso de represión violenta.
Paz es la generosa y tranquila contribución de todos
al bien de todos.
Paz es dinamismo. Paz es generosidad.
Es recta y es deber».
Cuán verdaderas e inspiradoras son estas palabras. Sin embargo, ¿quién y cómo podría encarnarlas? Lao-Tse nos dice quien, en su conocida amonestación hecha 450 años antes del nacimiento del niño Jesús en Belén:
«Si ha de haber paz en el mundo, debe haber paz en las naciones.
Si ha de haber paz en las naciones, debe haber paz en las ciudades.
Si ha de haber paz en las ciudades, debe haber paz entre los vecinos.
Si ha de haber paz entre los vecinos, debe haber paz en los hogares.
Si ha de haber paz en los hogares, debe haber paz en el corazón».
¿Cómo podríamos ser como nuestros profetas y mártires de la paz? ¿Cómo podríamos traer la paz a nuestros corazones y así ser el primer eslabón que comience la cadena de paz entre nuestros vecinos, en nuestra ciudad, y hacerla extender a nuestra nación y de ella al mundo entero? Creo que un primer paso podría ser tratar de imitar a quienes nos han dado ejemplo de vivir en paz, quienes vivieron o aún viven sus vidas con tal pasión y tal propósito que nadie, ni nada se interpuso o se puede interponer en sus caminos. Esto requiere que como ellxs, aceptemos el llamado a veces miedoso, pero siempre glorioso a trabajar por la paz. Este llamado requiere desarrollar la habilidad de perdonar aún lo más injusto y cruel que se nos haya hecho o que se le haya hecho a nuestras familias, a los que amamos, incluyendo a nuestras comunidades y naciones. No perdonar y abrigar ira, deseo de revancha y envidia, es contraproducente pues envenena el alma y puede llegar a dañar la salud mental y física.
Yo sé que el concepto del perdón es a veces muy controvertido, que puede parecer radical e ingenuo y por tanto, difícil de aceptar. Pero estoy convencida que una paz a medias, es una paz fracasada. La paz radical demanda perdón radical facilitado por un amor y una fe igualmente radicales. Ahora bien, perdonar no significa olvidar, no representa pasividad y mucho menos aprobación de las maldades cometidas contra nuestros países, nuestras familias, o contra nosotrxs mismxs. Perdonar es ver con ojos compasivos, a través de los ojos de la persona ofendida y de los ojos de la persona ofensora. Perdonar conlleva usar todos los medios posibles para tratar de entender las raíces de la ofensa y así poder extirparlas. Esos medios pueden ir de una simple conversación honesta, hasta negociaciones más complejas. Nelson Mandela, máximo líder pacifista al ser liberado después de 27 años de prisión política en una celda miserable, practicó heroica generosidad de espíritu al extender perdón radical a sus opresores. Su ejemplo conmovió al mundo, nos inspiró a perdonar, y ayudó a transformar la sociedad Sudafricana. En esta sociedad donde reinaba el apartheid, se formaron tribunales de reconciliación trayendo en buena medida la paz. Más recientemente, después de años de lucha política con devastadoras consecuencias, se formaron Tribunales similares en el Perú.
En la iglesia que yo atiendo, aplicamos con éxito un proyecto llamado Justicia Restaurativa, con un joven que profanó nuestro cartel en el que afirmamos que las vidas de las personas afroamericanas son importantes. En Massachusetts, el profanar dentro de su perímetro, una iglesia u objetos pertenecientes a ella, es considerado un crimen grave. Cuando el joven fue aprehendido supo que había arruinado su vida. Pero cuando la congregación fue informada de su detención, en lugar de enviarlo por años a la prisión, decidimos en conjunto con la policía aplicar Justicia Restaurativa. Como parte del programa el joven aprendió los principios y teología del Unitarismo Universalismo, trabajó horas como voluntario, aprendió sobre la ley, vino a nuestra iglesia y pidió perdón en público por la ofensa cometida y nos agradeció el haberle dado tan tremenda oportunidad de redención.
¿Es el perdón radical complicado o difícil? A veces sí y a veces no tanto. Pero a menos que prometamos y aprendamos a perdonar de corazón, la paz nunca nos llegará y el horror, la violencia y la destrucción acarreadas por la guerra y los conflictos armados, la opresión entre grupos y las peleas familiares continuarán en nuestro planeta. Como verdaderxs Unitarixs Universalistas, con una ilustre herencia de amor y compasión en la lucha por la justicia social, lo mínimo que podemos hacer es contemplar la posibilidad de cooperar con quienes están trabajando por la paz y el amor universales. Esto lo podemos hacer aprendiendo cuáles son las organizaciones que trabajan por la paz en nuestra ciudad y en nuestro país y ofreciéndoles nuestro trabajo voluntario así sea una hora o dos por semana, apoyándolas económicamente en la medida de nuestra capacidad y atendiendo su llamado para demostrar, para escribir a los gobernantes y para participar en cualquier otra de sus iniciativas. Por medio del internet podemos inclusive conectarnos internacionalmente y apoyar las actividades en pro de la paz de diferentes países.
En esta clara noche estrellada, te animo, como me estoy animando a mí misma, a abrir tu corazón y tu alma al mensaje de esperanza dado por las proféticas voces del pasado y del presente llamándonos a actuar con pasión y con amor por la paz y la justicia. Escuchemos las voces de los ángeles cantándole villancicos al niñito Jesús, quien fue llamado el Príncipe de la Paz. Enganchemos nuestros sueños a los sueños de los visionarios famosos y de los menos conocidos quienes aún rodeados de atrocidades y con innumerables motivos para el desaliento, continúan anhelando y trabajando para que su visión de un mundo en paz se convierta en realidad. Como ellxs, usemos nuestro dolor como un trampolín para la acción. Durante esta estación navideña démonos la paz a nosotros mismos; demos la paz a nuestras familias y vecinos; seamos generosos con nuestro regalo de paz a nuestras ciudades, a nuestro país y a nuestro mundo. Que haya paz en la tierra y que ésta empiece con cada uno de nosotrxs, en este mismo momento en que corazón a corazón y mente a mente tú y yo nos conectamos por intermedio de este mensaje. Atraigamos la verdadera paz a nuestras almas practicando el perdón dado y recibido y amando de veras a nosotros mismos, al prójimo y al Espíritu de Vida y Compasión, Origen de todo lo existente. Seamos aquellos hombres, mujeres, jóvenes y niñxs merecedores de la gracia, la buena voluntad y la paz, prometidas a todxs por los ángeles aquella solemne y tranquila noche en el pueblecito de Belén.
Amor, Justicia Restaurativa, navidad, Paz, Tribunales de Reconciliación
Rev. Lilia Cuervo
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