Foto por: angelofsweetbitter2009. CC licence.
Dios es demasiado grande para ser metido en cajitas. Cuando yo tenia 8 años sabia exactamente quien era Dios: era un señor que se llamaba Jesús de pelo largo, rubio, de ojos azules y con barba. El había escrito un libro que se llamaba “La Biblia”. Le gustaba vestirse con una túnica blanca y se la pasaba mirando al cielo con los brazos abiertos y ojos soñadores. No lo conocía muy bien pero en general parecía buena gente.
A medida que fui creciendo, nuestra relación se agrio un poco. Por medio de los curas y de los profesores de catequesis del colegio, me fui enterando de ciertas características de su carácter que me ponían algo nervioso. Por ejemplo aprendí que era un dios algo caprichoso; que no dudaba en mandar al infierno para siempre – con dolor de quemadura de primer grado incluido- a los que no siguieran sus leyes. Y seguir sus leyes no era cosa de juego por que Dios siempre sabia todo lo que yo hacia y guardaba una lista completa de todas mis acciones: buenas y malas. Según mis profesores mi tarea era asegurarme de hacer mas cosas buenas que malas para evitar “el horno”. Lo de no robar y no matar era relativamente fácil de cumplir, pero con los años eso de no mirar la mujer del prójimo se hizo cada vez mas difícil… y eso que la mayoría de las niñas a las que miraba en esa época todavía no tenían edad de ser la mujer de nadie.
Después de mi primer beso la cosa se complico aún mas por que en ese momento algo quedo claro: me gustaban mas las niñas que Dios. Con la lógica del condenado decidí que si ya estaba condenado de todos modos, pues mas cosas “malas” no hacían ninguna diferencia. Cuando me pusieron a escoger entre seguir a Dios y explorar lo que la vida ofrece, escogí explorar la vida. Así, el intento de tener una relación con ese Dios estrecho y celoso de mi infancia se acabo definitivamente.
Esa negación del Dios de mi niñez fue necesaria para poder encontrar al “Dios” inclusivo, que no tiene forma, que responde a muchos nombres y es reconocido por todas las religiones. Un Dios o Diosa que no tiene genero definido, que no condena el sexo, que no le tiene miedo a la ciencia y al conocimiento, que no tiene favoritos, ni pueblos elegidos, que no pide obediencia ni fe ciega y que no me pide rechazar a los que son diferentes o creen algo diferente a mi.
Yo creo en un Dios que esta mas allá de lo que las palabras y el intelecto pueden definir y entender, pero cuya presencia es muy clara y definida en mi vida. En diferentes etapas de mi camino espiritual he usado diferentes palabras para describir el mismo principio sagrado y trascendental que a veces llamo Dios: naturaleza, amor, comunidad, verdad o energía. Hoy por hoy me gusta el nombre “Espíritu de Vida.” Pero ese nombre mas que una creencia indica una decisión de vivir la vida de tal manera que mis acciones del día a día soporten y nutran la vida en todo su esplendor y variedad. Y eso no es tarea fácil por que mi “Dios” no tiene respuestas o leyes fijas e inalterables y cada vez que hay algún tipo de injusticia o acto violento que va contra los principios de vida, El me pregunta “¿y usted que va a hacer?
En una sociedad como la nuestra donde la violencia, la intolerancia y la homofobia son pan de cada día, esta es una pregunta que tengo que contestar con acciones todos los días. Dios es acción.
El señor Jesucristo- que no es el de la estampita- no vino a enseñarnos que creer, el vino a mostrarnos como vivir. Con el ejemplo de su vida la pregunta que nos dejo a todos lo que creemos en su mensaje es: ¿y usted que hace para mostrar su amor al prójimo?
Jorge Espinel
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