En momentos de contingencia mundial por el COVID-19, podemos reflexionar sobre los alcances de esta pandemia y cómo nuestra salud espiritual reacciona y se inmuniza también ante tal fenómeno que está alterando la vida de millones de personas.
Era una plácida tarde de verano austral acá en donde vivo, yo tendido en la arena en una de mis playas favoritas, mirando el mar y disfrutando de los rayos de sol por un instante. Repentinamente llamó mi atención cómo el cielo comenzó a opacarse. Y no era un nublado típico, sino que más bien un semi difuso nublado sucio. No tuve mejor ocurrencia que tomar unas fotos con mi celular para luego compartirlas en mi Facebook. Una vez que regresé a casa me percaté que dicho nublado sucio era sorprendentemente el humo de los incendios forestales de Australia que habían ya alcanzado las costas centrales de Chile y que luego cruzarían los Andes para seguir hacia Argentina. Decidí subir una foto en mi Facebook sobre tal hecho acompañada de una reflexión. Sinceramente me impactó y a la vez me generó una extraña sensación, algo así como un llamado de atención a un serio problema y a un futuro delicado.
Y paralelamente cuando Australia se incendiaba, y se seguía incendiando la selva del Amazonas, a principios de enero llegaban noticias de que algo estaba sucediendo en una ciudad emergente y se expandía más allá de sus límites. Y al llegar marzo acá me encontré que un fenómeno inesperado, de alcance global, se tomó la agenda completamente y que ha alterado la vida de millones en todos lados: el nuevo coronavirus, cuyo nombre científico es SARS-CoV-2, y que produce la enfermedad conocida como COVID-19. Impresionante. Vuelvo a ser sincero en que se me vino a la mente aquella tarde de playa cuando ese extraño nublado cubrió el cielo con ese humo que venía desde Oceanía. No quiero sonar apocalíptico, pero se reforzó en mí la sensación de que todo será distinto, alterado y hasta intrigante.
Sin pretender profundizar en los alcances que esta pandemia está produciendo en nuestras vidas, trataba de reflexionar mucho sobre el valor de la vida (pensando mucho en quienes han muerto por este nuevo coronavirus en diferentes rincones del planeta), sobre el miedo en múltiples grados que esto está causando y sobre en el “ahora ya”, tratando de vincularlo obviamente con la espiritualidad y cómo esta sigue vigente cuando buena parte del mundo tiene restricciones para moverse y reunirse a modo de inéditas cuarentenas, barreras sanitarias, cierres de fronteras y toques que queda.
He tenido ocasión de hablar de esto con gente muy cercana a mí que lo ha interpretado desde múltiples perspectivas: científicas, religiosas, económicas, comunicacionales, ambientales y políticas. Pero muy personalmente considero que esto es un particular hito en la historia humana que traerá cambios en el cómo vivimos: cómo vivimos entre nosotrxs y cómo vivimos con la naturaleza. Ni quiero pensar en el futuro, que tal vez sea complicado para muchos, sino que pensar sobre cómo podemos mostrar y fortalecer lo mejor de todos nosotros para hacer frente a esta contingencia, una contingencia que se convierte al parecer en una prueba existencial. ¿Qué herramientas espirituales tenemos a disposición para enfrentarla? ¿Cómo nuestros principios y fuentes UU nos pueden ayudar en este “ahora ya” y en un futuro incierto? ¿Cómo nos cuidamos entonces a modo individual y colectivo?
Las respuestas pueden ser variadas y podemos hablar bastante al respecto. Mientras tanto los principios 6 (una comunidad mundial con paz, libertad y justicia para todos) y 7 (el respeto por el tejido interdependiente de todo lo existente) me resultan llamativos para profundizar reflexivamente en esta gran contingencia. Cuidémonos, apoyemos a quienes están dando lo mejor de sí por salvar vidas y sanar ante esta gran emergencia sanitaria así también ante otras enfermedades existentes y que cobran muchas vidas, y que la luz de nuestro cáliz UU nos ilumine durante esta masiva cuarentena para no sentir encierro ni temor.
coronavirus, COVID-19, pandemia. resiliencia
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