¿Cómo fue el juicio al que se sometió a Jesús? ¿Puede la Historiografía reconstruir con exactitud los hechos? ¿Se puede probar históricamente la existencia del proceso? ¿Por qué fue juzgado y condenado Jesús? Desde la perspectiva académica de la Literatura y la Arqueologia Bíblicas y usando las herramientas del método histórico crítico se puede conocer la figura del Jesús histórico e intentar trazar las líneas fundamentales del episodio más decisivo y aparentemente conocido de su vida que, sin embargo, está lleno de contradicciones en las fuentes que han llegado hasta nosotros y que plantea al lector numerosos interrogantes que sólo pueden ser respondidos desde el conocimiento de las mentalidades colectivas de la Palestina del siglo I.
A las puertas de la Semana Santa propongo reflexionar acerca de la historicidad del proceso de Jesús de Nazaret lo que puede ayudar a conocer y comprender mejor su figura histórica, el contexto social, político y cultural en el que vivió, ciñéndonos a aquellos documentos que nos sirven para reconstruir los hechos y los motivos. Tenemos que servirnos, fundamentalmente, de las herramientas del método histórico crítico, ampliamente usadas desde hace décadas en el campo académico por los estudiosos de la Literatura y Arqueología Bíblicas y de la Crítica Textual, muy diversas a las que desde la Teología Fundamental o la Cristología se utilizan para el estudio del Cristo de la Fe. A día de hoy únicamente poseemos evidencias textuales de la existencia de Jesús de Nazaret y carecemos absolutamente de restos materiales. Todos los lugares que, de un modo u otro, se relacionan con su vida desde la Casa de María en Nazaret donde habría tenido lugar la Anunciación, hasta el Santo Sepulcro de Jerusalem, donde su cuerpo habría sido depositado, únicamente cuentan con el aval de la Tradición, lo que en un contexto historiográfico supone entenderlo como una fuente oral y que como tal debe tomarse con las debidas precauciones.
Son diversas las fuentes de las que nos servimos para poder reconstruir la vida de Jesús, dentro de las cristianas cobran vital importancia las canónicas, es decir, el Nuevo Testamento en su plenitud, porque si los Evangelios nos dan una enorme cantidad de datos, Hechos y las Epístolas nos aportan también información substancial. Junto a ellos tenemos los textos cristianos extracanónicos, la mal llamada literatura apócrifa y que aglutina un considerable número de escritos evangélicos, apostólicos, epistolares, apocalípticos y sapienciales, además de los textos gnósticos que constituyen un corpus en sí mismos y que fueron descartados por la iglesia nicena por mostrar visiones contrarias a la teología paulina, aunque fueran ampliamente utilizados en los primeros siglos por los diversos cristianismos y en algunos casos continuaron utilizándose con una duración notable, incluso hasta nuestros días de modo residual por algunas corrientes cristianas minoritarias. El lector no habituado a esta literatura suele tener la idea de narraciones llenas de historias fantásticas y, si bien ello es cierto en los relatos de la Infancia de cuyo carácter simbólico (incluidos las de Mateo y Lucas) nadie duda, en el resto las narraciones son muy similares en estilo y contenido a la de los textos canónicos o a la literatura intertestamentaria, aunque con una visión teológica muy diversa. A esta literatura hay que añadir la primera Patrística y los textos desparecidos de autores cristianos que entraron en conflicto con los postulados nicenos, pero de los que se conocen fragmentos de sus obras o sus doctrinas gracias a las alusiones de sus oponentes. A ellos se unen las fuentes clásicas, muy marginales y puntuales aunque en todos los casos las referencias son al proceso y a la muerte, como Tácito, Suetonio, Plinio el Joven, Luciano de Samosata, Thallus, Celso, Eusebio o Sexto Julio Africano. Las Antigüedades Judías de Flavio Josefo se unen a ellas y aunque existe una casi absoluta unanimidad acerca de las interpolaciones cristianas en el Testimonium Flavianum del libro 18, hechas, no obstante sobre un texto original, lo cierto es que la introducción de la historia de Santiago, el hermano de Jesús, en el libro 20 coloca a la obra de Josefo en un nivel altísimo de credibilidad. Igualmente tenemos amplias alusiones, aunque fragmentarias en los manuscritos del Mar Muerto y los textos talmúdicos, donde en diversas ocasiones se habla de las revueltas de Jesús y de su condena a muerte. Estas fuentes serían las más cercanas cronológicamente a los hechos fuera de las fuentes cristianas. Merece destacar la obra de Mara bar-Serapión, filósofo estoico que escribió en la Siria del siglo I o II sobre las muertes de Sócrates, Pitágoras y Jesús. El hecho de ser alguien de religión grecorromana y que no aparezcan alusiones cristianas lo sitúan en un nivel altísimo de fiabilidad por su asepsia.
No deben, en cualquier caso, tomarse las fuentes cristianas con prejuicios a la hora de rastrear las evidencias históricas de Jesús, sino que hay que comprender que la finalidad de estos textos no es el ser una obra historiográfica, sino un testimonio escrito desde la fe y con una fuerte carga teológica, muy diversa de unos a otros, incluso en los canónicos, como es ampliamente sabido. Este carácter de testimonio hace que los textos entre sí puedan entrar en abiertas contradicciones e incluso algunos en inexactitudes, ya que sus autores no conocieron Palestina y escribieron narraciones orales que comenzaron a fraguarse desde el momento de la muerte de Jesús y de las que dos han sido reconstruidas a través de la Crítica Textual, como la Fuente Q, de la que bebieron Mateo y Lucas o el denominado Protoevangelio de Marcos, siendo ambas reconstrucciones una recopilación de dichos de Jesús, que se han recibido la denominación de Ipsissima Verba Iesu, esto es, las Mísmisimas Palabras de Jesús.
Sin entrar en más detalle señalaré que la mayoría de los historiadores dan por absolutamente ciertos dos hechos de la vida de Jesús, el bautismo y la pasión, momentos que constituyen el comienzo y el final de la vida pública. Pese a esta mayoritaria unanimidad en aceptar la certeza histórica de estos dos momentos, no lo existe en absoluto acerca de las fechas del uno y del otro. Baste señalar que los textos sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) dan una duración de un año a la vida pública, mientras que el texto de Juan lo amplia a tres, lo que arrojaría unas fechas entre el 28 y el 35 para el bautismo y entre el 30 y el 36 para la muerte. La lectura sosegada de los textos evangélicos nos hace ver multitud de contradicciones en los relatos, lo que puede, en cualquier caso, explicarse por la mayor relevancia que los autores quisieran dar a unos u otros episodios, lo que también puede justificarse según las tradiciones orales que siguieran o la intención concreta que quisieran dar a su testimonio. Independientemente de ello y siempre desde un punto de vista historiográfico se nos plantea la duda de por qué se prende a Jesús, por qué se lo somete a un proceso y por qué se lo condena a muerte. Son numerosos los interrogantes que se nos plantean y que únicamente pueden encontrar respuesta en una lectura atenta de la predicación y del contenido de ministerio y las enseñanzas.
Si vemos la causa de la condena antes de analizar el proceso tendremos una idea más clara: Jesús es condenado por proclamarse Rey de los Judíos, lo que enlaza con el carácter de Mesías, la original concepción del término Cristo, esto es, Ungido, uno de los signos distintivos de los antiguos Reyes de Israel, así como algunos de los nombres con los que se refieren a él o que él utiliza para referirse a él mismo y que formaban parte de la nomenclatura tradicional de esos monarcas a los que él mismo se vincula a través de su pertenencia a la Casa de David tanto a través de María, su madre, como del marido de ésta, José, y que son Hijo de Dios, Hijo del Hombre o Hijo de David y que deberían ser interpretados en este sentido. El comienzo de lo que se denomina la pasión es la entrada triunfal en Jerusalem, tras la unción en Betania y que hace alusión a su carácter real, mesiánico, ungido y que también se interpretará como un preludio de su entierro apresurado sin tiempo a recibir los ungüentos ceremoniales. Esta entrada a lomos de un asno blanco se vincula con la profecía de Zacarías, hecho en el que inciden los evangelistas, como si quisieran desvincular la entrada de cualquier carga política y ligarla exclusivamente al cumplimiento de las profecías veterotestamentarias, pero también pudo ser un acto de provocación hacia las autoridades romanas y no son pocos los autores que ven en este pasaje un paralelismo con los apoteósicos triunfos romanos. El Rey de los Judíos entra en la capital de su reino haciendo un gesto irreverente hacia el César. No podemos olvidar que la divinidad principal del panteón romano era el propio Emperador y su organizadísimo culto -con sacerdotes propios- obligatorio en todos los rincones del Imperio. A pesar de la permeabilidad del panteón romano, en el que cualquier divinidad tenía cabida y la hubiese tenido el propio Yahveh si el estricto monoteísmo judío no lo hubiera impedido ahorrando tantos sinsabores al pueblo hebreo, la ofensa a los dioses no sólo producía el rechazo social, sino podía acarrear nefastas consecuencias y la burla al César podía traer aparejadas nefastas consecuencias.
A esta entrada se une otro episodio que es la expulsión de los mercaderes del Templo, lo que puede constituir el verdadero detonante del arresto por parte de las autoridades judías y su entrega a los romanos para la condena. En esos días en los que Jesús sube a Jerusalem a la Pascua predica en el Templo y protagoniza en él un verdadero disturbio (el texto joánico lo sitúa, sin embargo, casi al comienzo de la vida pública) causando una notable perturbación que pudo hacer que autoridades judías romanas temieran una revuelta. Suele darse por aceptado que el ministerio y la predicación de Jesús fueron eminentemente pacíficos, pero existen numerosas evidencias en contra, especialmente en pasajes de sus enseñanzas en las que se habla abiertamente de violencia, así como en datos que pueden pasar desapercibidos, como el hecho de que los apóstoles fueran armados y baste recordar el prendimiento en el Huerto de los Olivos en el texto de Mateo cuando uno de los discípulos saca la espada y hiere a un siervo del Pontífice. Estamos ante un predicador que ha estado recorriendo Palestina con una generosa aceptación, que se proclama Rey, que ha sido recibido con un apoyo numeroso en Jerusalem, que encabeza un grupo armado y que abiertamente desafía al poder imperial y al del Templo. Aquí podemos empezar a comprender los motivos del proceso que lo llevarían a la muerte. Obviamente las interpretaciones teológicas sobre las consecuencias del mismo no tienen cabida en un análisis como éste que pretende mostrar únicamente los aspectos historiográficos. Antes de continuar lanzo unos interrogantes, ¿por qué las autoridades del Templo no lo detienen en ese momento y esperan a hacerlo después de la cena con los discípulos? ¿Era absolutamente necesaria la figura de la traición para dotar de mayor carga al proceso? ¿Por qué Judas tiene que señalar a los guardias quién es Jesús cuando éste había entrado en Jerusalem en medio de vítores unos días antes, protagonizado el altercado con los mercaderes en el Templo y predicado en ese mismo recinto, lo que harían de él una figura fácilmente reconocible? ¿No estaban acaso suficientemente claras todavía las acusaciones que se verterían sobre él? Como he señalado anteriormente los textos evangélicos que son los que más noticias nos dan son también los que nos despiertan un mayor número de interrogantes a la hora de querer reconstruir los hechos históricos.
Otra de las dudas que se nos plantea es cuánto duró el proceso. Ni siquiera los textos evangélicos se ponen de acuerdo en el día en el que los hechos sucedieron. Para los sinópticos todo sucedería en la madrugada de un jueves a un viernes, sin embargo en el texto joánico sería en la madrugada de un miércoles a un jueves, eso siempre y cuando se acepte que la Pascua en la que se desarrollaron los hechos cayera en sábado y no que fuera cualquier otro día de la semana ya que la Pascua es siempre Sabbat. Además conociendo Jerusalem, los límites que tenía la ciudad en aquellos días, los escenarios en los que los hechos se desarrollaron, el tiempo que se tarda en llegar de unos a otros y la duración que cada uno de los interrogatorios pudieron tener si es que todos tuvieron lugar, podríamos incluso estar ante un proceso que durara más de una noche. La noche podría entenderse como un recurso literario que acentuaría el dramatismo de la acción. No podemos saber por los textos cuántos días transcurrieron desde la Entrada hasta el Proceso, ni siquiera intuirlos, puede que fuera más de una semana o menos, igualmente podría haber sucedido con el juicio, porque ¿qué necesidad habría de realizarlo con tanta celeridad a no ser que se temiera un levantamiento inminente, ya que los cargos de los que fue acusado seguirían siendo igual de graves tras la Pascua? Aquí sí que debe de entrar forzosamente una cuña teológica y es la profunda carga simbólica de la muerte de Jesús en la víspera de la Pascua o, en la antevíspera como señala el de texto de Juan, al hacer coincidir el día y la hora de la muerte con el momento en el que se sacrificaban y desangraban los corderos para la cena pascual. Obviamente esto sería escrito desde posterior la óptica cristiana soteriológica y no tendría sentido alguno desde la judía o la romana.
Con los textos en la mano está suficientemente claro que es Poncio Pilatos quien condena a muerte a Jesús y la causa queda escrita en el Titulus, el cartel que anunciaba la causa de la condena y que con ligeras variantes sabemos que su texto dejaba claro que el motivo era el haberse proclamado Rey de los Judíos, esto es, un motivo de sedición política, que nada tenía que ver con el carácter religioso o escatológico de sus enseñanzas y sí con el cariz mesiánico de las mismas, que se ha velado intencionadamente en algunas lecturas, pero que resulta absolutamente evidente. Ahora toca interrogarse acerca de la cooperación de las autoridades judías o de la responsabilidad o corresposabilidad de las mismas en todo o en parte. La elite judía pudo no mostrar simpatía ante la predicación de Jesús, pero el fenómeno de predicadores y mesías que encontraban multitud de seguidores en la Palestina de la época era algo habitual. No es necesario hacer un elenco de nombres que puedan resultar extraños al lector y baste recordar la figura de Juan el Bautista y sus numerosos discípulos, muchos de los cuales le siguieron siendo fieles tras el comienzo del ministerio de Jesús y que daría para otro análisis detallado. Sería la subida a Jerusalem y su comportamiento lo que realmente les preocupó. En cualquier caso los delitos de los que le acusaron las autoridades judías no serían motivo de la pena capital, sino que quedarían ni siquiera circunscritos al ámbito de la blasfemia y podría haber sido juzgado según la Ley de Moisés hasta el punto en el que la pseudoautonomía que Palestina gozaba en esos momentos por parte de Roma les permitiera. Es indudable, con todos los testimonios documentales que poseemos, que fueron los sumos sacerdotes quienes capturaron y entregaron a Jesús a los romanos, el modo en el que los diversos textos nos narran los acontecimientos, en algunos casos absolutamente contradictorios si no dispares, obedecen a los motivos a los que anteriormente aludí. El hecho de que el propio Herodes, Tetrarca de Galilea y, por lo tanto, absolutamente ajeno a lo que sucediera en Judea, no diera importancia alguna a las supuestas pretensiones mesiánicas de alguien que sería su súbito (Nazaret se encontraba en Galilea, no en Judea) puede ser un signo de que el fenómeno de los mesías en Palestina era mucho más abundante de lo que pueda imaginarse con la sola lectura de los textos evangélicos, aunque extraña que al monarca poco o nada le interesaran ese tipo de cuestiones cuando fue el responsable de la ejecución –arbitraria según las fuentes que manejamos- de otro predicador como fue Juan el Bautista.
A raíz de las diferentes versiones del proceso y de las recurrentes citas a los textos veterotestamentarios por parte de los autores de los textos evangélicos canónicos y extracanónicos, los autores se encuentran divididos a la hora de aceptar la historicidad de todo el juicio, aunque sí existe una clara unanimidad en el hecho de que se acepte el desarrollo de un proceso que acabaría en la condena a muerte y que subyace en todas las narraciones que conocemos, incluso en las judaicas y clásicas. Lo que está claro es que hubo un proceso, lo que se debe establecer con una metodología historiográfica es la sucesión de los hechos, cuáles tienen visos de haber sucedido realmente y cuáles pueden haber sido añadidos para dotar a la narración de un mayor énfasis o para justificar algunos aspectos concretos, especialmente el dar una responsabilidad mayor a las autoridades judías de la que realmente pudieron tener. No pueden caber muchas dudas al afirmar que el antisemitismo que ha caracterizado a la Historia de Occidente tenga su origen en estos textos y el hacer que los judíos aparezcan como responsables de la muerte de Jesús puede interpretarse a la luz de que la redacción definitiva se produce tras la destrucción de Jerusalem por Tito en el año 70 y el deseo de las primeras comunidades de no enfrentarse al poder de Roma, que afectaría incluso a Tesalonicenses 2 donde se puede encontrar una interpolación mayoritariamente aceptada por la comunidad académica. Las primeras comunidades que se abrieron a los gentiles querían dejar patente que no eran una amenaza para el poder imperial y asegurarse así unas numerosas audiencias potenciales, como efectivamente fue, ya que a pesar de las persecuciones -que no fueron tan numerosas como podría creerse- finalmente el cristianismo acabaría conquistando al Imperio desde dentro, a pesar de que su propio fundador hubiera muerto ejecutado como un rebelde. Tenemos conocimiento de que los judíos seguidores de Jesús que frecuentaban las sinagogas fueron expulsados de las mismas a partir de ese año 70 por los judíos más radicales que seguían creyendo en un enfrentamiento con Roma. Paradójicamente el movimiento cristiano, que había comenzado su andadura con la crucifixión de Jesús autoproclamado Rey de los Judíos, practicó una política de pragmatismo con respecto al Imperio tras la destrucción de Jerusalem que el sector mayoritario de los judíos que mantuvieron una actitud abiertamente beligerante frente a Roma.
No deseo entrar en el debate que aún no se ha cerrado acerca de si Jesús buscaba o no ser reo de muerte por considerar que es un debate delicado en el que entran demasiadas cuestiones subjetivas, pero sí tocaré otro aspecto no menos delicado. La predicación que Pablo hace del mensaje evangélico y la radicalidad de sus prácticas, así como la elaboración de su propio sistema teológico que en muchos aspectos no concuerda con los textos evangélicos canónicos, (a pesar de que los cuatro son aquéllos que el Concilio de Roma del 382 consideró como revelados y que más están influidos por la teología paulina, los cuales a veces también son contradictorios entre ellos) podían constituir una provocación a la sociedad grecorromana y que fueron una de las causas principales de las persecuciones a las que anteriormente me referí. Bien Pablo falleciera en el 67 como afirma la tradición, bien en el 58 como quieren las últimas hipótesis historiográficas, lo cierto es que gran de los textos que habían sido escritos antes de la destrucción de Jerusalem por Tito en el 70 se vieron sometidos a purgas, interpolaciones, extrapolaciones, de las que existe abundantísima bibliografía, y cuyo fin último sería intentar exculpar al poder de Roma, representado por el Prefecto Poncio Pilatos, de la muerte de Jesús y que ésta recayera no ya el Sanedrín, sino sobre todo el pueblo judío. Los sumos sacerdotes eran en su mayor parte saduceos y existe bastante unanimidad al aceptar que Jesús antes de su contacto con Juan Bautista y el comienzo de su predicación tuvo una gran influencia farisea, lo que queda patente en su enfrentamiento con este grupo, cuya doctrina conoce perfectamente, además de que importantes elementos de la doctrina farisea subyacen en su mensaje. Pero ni esta enemistad, ni los disturbios del Templo, ni las blasfemias hubieran sido motivo para la crucifixión. Si el Sanedrín lo hubiese querido Jesús habría sido lapidado inmediatamente en aquel mismo momento, como fue el destino de Esteban el Diácono (en el que el propio Pablo participó activamente) o el de su propio hermano Santiago, cabeza de la comunidad de Jerusalem. Así pues vemos en Hechos de los Apóstoles estas dos ejecuciones sumarias que nos muestran cómo era el comportamiento de las autoridades judías y su competencia a la hora de aplicar la pena capital. Entonces, ¿para qué necesitaba el Sanedrín al Procurador romano a la hora de ejecutar a Jesús si ellos hubieran podido hacerlo mediante la lapidación sin el concurso de la autoridad romana? ¿Tenían las autoridades judías algún especial interés en que Jesús fuera crucificado en lugar de lapidado? Si hubieran querido que la responsabilidad cayera sobre el dominador romano estas preguntas tendrían una respuesta afirmativa, pero el hecho de que aun pudiendo ajusticiarlo, lo entregaran a Pilatos para que él lo condenase, las reticencias que éste muestra en los relatos evangélicos y finalmente la culpabilidad que el pueblo judío asume en éstos de la condena sobre ellos y sus descendientes no parece una narración excesivamente coherente.
Es claro, como ya apunté, que existen argumentos más que razonables para afirmar que fueron las autoridades judías quienes entregaron a Jesús a las romanas, entre otras cosas porque el Sumo Sacerdote era el encargado de velar por la seguridad no sólo ya del Templo sino de toda Jerusalem. Se señala igualmente que en el nombramiento de la magistratura del Sumo Sacerdote Roma tenía la última palabra. El comportamiento de Jesús en Jerusalem, unida a que el ambiente de fervor colectivo que existía habitualmente en la ciudad llegaba a cotas de paroxismo en la festividad de la Pascua y que los brotes violentos eran comunes -como por otra parte suele ser normal en ciertas aglomeraciones donde coinciden personas pertenecientes a diferentes facciones- pudo hacer que el Sanedrín temiera una revuelta viendo como se estaban desarrollando los acontecimientos y que el Sumo Sacerdote lo arrestase y entregase a los romanos para que sirviera de colectivo escarmiento por promover la rebelión contra el orden establecido por su predicación del Reino de Dios, que hay que interpretar justamente desde el punto de vista mesiánico de la Palestina del siglo I y que sería el único motivo por el que el movimiento de Jesús habría despertado la atención de los romanos y supondría para el Sanedrín un motivo para estrechar sus lazos con el poder romano y de mantener a raya al pueblo con un castigo ejemplar ante posibles levantamientos y sediciones.
Cabe la posibilidad de que las circunstancias que rodean a este proceso no hayan sido comprendidas en su totalidad, y no sólo desde el punto de vista procesal (aunque la legislación judía y romana se conocen a la perfección) sino desde la ignorancia de datos anteriores al momento en que se desarrollaron los hechos. Los textos cristianos canónicos y extracanónicos son, como he señalado, composiciones de carácter testimonial y doctrinal y no tienen una pretensión de obra historiográfica o de mera crónica. Los autores narran los episodios de la vida de Jesús que creen de interés para sus destinatarios y muchos otros quedan ocultos por no considerarse relevantes. Igualmente otros, que son ampliamente considerados como simbólicos y no historiográficos, se incluyen para dotar a la narración de la intencionalidad que se desea. Vemos de hecho cómo las distintas narraciones que poseemos nos narran procesos completamente diversos y en algunos aspectos hasta contradictorios. El texto más antiguo es el de Marcos (cuyo reconstruido protoevangelio se escribió en fecha muy cercana a la muerte de Jesús) y nos narra un proceso realmente breve. Según transcurren los años y van apareciendo nuevos relatos de la Pasión los elementos del proceso van aumentando y la narración se va enriqueciendo, pero según se añaden detalles el número de cuestiones que contrastan con la realidad aumenta. Sirvan de ejemplo el hecho de que un tribunal no pudiera reunirse tras la caída del sol o en la víspera de la Pascua, la mayor festividad judía, las declaraciones de Jesús ante el Sumo Sacerdote o el Sanedrín de considerarse Mesías habrían sido tomadas por sediciosas, pero no hubiesen constituido blasfemia y ni siquiera los delitos por los que supuestamente es acusado no eran ni mucho menos motivo para ser declarado reo de muerte, y si se hubieran encontrado argumentos suficientes para ajusticiarlo los Sacerdotes, como ya señalé, podrían haberlo condenado a muerte por lapidación y no habría habido necesidad de llevarlo ante las autoridades romanas para condenarlo a la crucifixión. Algo completamente ajeno e inexplicable a la jurisprudencia romana es el hecho de que Jesús fuera sometido a dos penas, la flagelación y la crucifixión, aunque en este punto y sin poder explicarse el porqué jurídico, la Historiografía es unánime a la hora de afirmar la historicidad de la doble condena por la inclusión de los azotes desde el texto más antiguo conocido, que es como dije el de Marcos, y que debe de tomarse como la base sobre la que partir a la hora de la reconstrucción de los hechos.
A modo de recapitulación puede decirse que, junto con el bautismo, la pasión (y dentro de ella, obviamente, el proceso) es uno de los dos hechos de la vida de Jesús que se admiten casi unánimemente como históricos, aunque la fecha exacta se discuta. Tanto las fuentes cristianas bíblicas, extracanónicas y patrísticas, como las grecorromanas y las judías coinciden en afirmar que Jesús murió ajusticiado, de lo que se puede colegir que antes de dicha condena debió de existir un proceso. A pesar de ser considerado histórico el desarrollo en sí de los hechos presenta dificultades a la hora de ser reconstruido y la base de dicha reconstrucción son los relatos más antiguos, que a la vez son los más simples en elementos, a partir de los cuales se fueron añadiendo adornos en las versiones más tardías y que hacen muy difícil conocer cómo se desarrollaron los hechos exactamente. A ello hay que añadir, como anteriormente se indicó, que a partir del año 70, con la destrucción de Jerusalem por Tito, las primitivas comunidades cristianas se alejan de los judíos partidarios de la rebelión y elaboran versiones del Proceso en las que se exima de culpa a los romanos y recaiga la misma sobre los judíos para evitar los conflictos con el aparato imperial. Este proceso llevará incluso a interpolar algunos fragmentos dentro del corpus del ya fallecido Pablo para hacerlo más amable a ojos de la población grecorromana que se acercaba al incipiente movimiento en su corriente paulina.
Los interrogantes que despiertan los textos son numerosos, especialmente ¿cuál fue la causa exacta de la condena?, ¿quién la promovió?, ¿cuáles fueron los motivos?, ¿era necesario que Jesús muriera? Hay que tener en cuenta el cambiante significado de las palabras en los dos mil años transcurridos y el peso de los significados al ser traducidas. Mesías, por ejemplo, es entendido desde hace siglos como sinónimo de Salvador, mientras que originalmente quiere decir en hebreo “Ungido”, es decir, el mismo significado que en griego posee “Cristo” y que es un símbolo de realeza. El pórtico de la pasión es la unción en Betania, allí Jesús se convierte realmente en Mesías, en Ungido, en Cristo y el lugar de ese pasaje no está casualmente elegido en los textos evangélicos. Jesús es considerado Mesías, se enaltece su pertenencia a la Casa de David, se corre el peligro de una revuelta mesiánica (esto es, de un levantamiento a favor de un Reino de Israel) en esos días en Jerusalem, tras la entrada de Jesús, su predicación y su expulsión de los mercaderes del Templo. Hay muchas preguntas de las anteriormente formuladas que tienen su respuesta en los propios textos cristianos si se leen con atención y rigor científico. En las enseñanzas de Jesús se encuentran abundantes ejemplos de este mesianismo al que se llega leyendo en clave de la Palestina del siglo I y no con el significado que dotó al término desde el cristianismo niceno para intentar borrar esa mancha de la sedición que subyacía en los orígenes. Sólo así entenderemos el complejo desarrollo del proceso que se nos muestra hasta conseguir que el lector vea en una pena aplicada según la legislación romana la responsabilidad de las instituciones judías, que si hubieran querido condenar a muerte a Jesús podrían haberlo hecho perfectamente por lapidación.
En cualquier caso es innegable la connivencia entre las autoridades romanas y las judías y el deseo de congraciarse éstas con aquéllas. El hecho de que quienes lo capturaran fueran las autoridades judías y más tarde lo entregaran a las romanas es un hecho que parece contar con todos los visos de veracidad. Caifás, entregando Jesús a Pilatos, le daba un elemento subversivo que tenía un importante número de seguidores y que estaba aumentando el número de simpatizantes en aquellos días en Jerusalem y se garantizaba la continuidad como Sumo Sacerdote, puesto que dependía del Procurador, al tiempo que evitaba más desórdenes como los que Jesús había protagonizado en el Templo los días precedentes. ¿Veían las elites judías como un potencial peligro a Jesús?, ¿encontramos aquí una prueba de la separación entre los gobernantes y el pueblo judío que se materializará de forma palpable en las revueltas judías que darán lugar a la destrucción de Jerusalem por Tito años más tarde?, ¿sirvió Jesús de escarmiento público para quienes osaran desafiar al poder establecido, bien sea la casta sacerdotal judía, bien los militares romanos?, ¿por qué Herodes que decapitó arbitrariamente a Juan el Bautista, quien promovió un movimiento en apariencia más pacífico que el de Jesús se desentendió absolutamente si es que es cierto que éste fue conducido ante él?, ¿encontramos en la versión inculpatoria de los judíos en la condena de muerte el origen del antisemitismo?
Numerosos interrogantes plantea el tema del Proceso a Jesús desde un punto de vista histórico la mayoría de los cuales se han esbozado simplemente en este artículo. Si a ello añadimos toda la problemática teológica el tema sería interminable. Lo cierto es que casi dos mil años después seguimos sin conocer exactamente cómo se desarrollaron exactamente los días más fundamentales de la vida de Jesús y de los que, no obstante, tenemos más noticias, a pesar de lo contradictorio de todas ellas. Descubrir al Jesús histórico a través de las fuentes es un reto apasionante, intentar conocer cómo fue realmente el hombre antes de la apoteosis. Nos acercamos al Jesús más humano, el que se enfada, el que medita, el que es aclamado con vítores, el que dialoga, el que enseña, el que bebe, el que come, el que llora, el que siente soledad, el que sirve, el traicionado, el humillado, el que comparte, el que escribe, el que mira cara a cara a los poderosos, el que reza. Un Jesús que es diferente según cada texto y cada autor pero que posee siempre unos rasgos comunes y que es capaz de dar a cada lector un mensaje diverso incluso en el día de hoy.
Francisco Acedo
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Magnífico, eres un gran historiador,pero aún más difícil todavía,un pensador, que busca el porqué de las cosas.
Madre mía que interesante es todo lo que dices sobre Jesús.Cuantos datos, como me ha gustado leerlo. Pero que difícil es todo, para mi por ejemplo es todo más fácil, yo solo creo en El y lo amo más que a nada en el mundo. Un saludo cordial.