Esta fe me ha enseñado a reconocer mi cuerpo precisamente como un verdadero templo, a no despreciarlo ni a quererlo alterar sino a aprender a conocerlo y entender la manera en que se comunica conmigo. Mi cuerpo es el santuario de mi espíritu, de mi mente y consciencia. Tengo muchísimas razones para amarlo.
Tengo memorias vagas de haber escuchado alguna vez en la iglesia de mi niñez que nuestro cuerpo era el templo de nuestra alma, pero a la vez también escuchaba a menudo que se condenaba como pecaminoso, impuro, y como una distracción del trabajo espiritual “real” que santificaría mi alma y me aseguraría la vida eterna.
Esta dualidad heredada de la idea platónica de división de cuerpo y alma aunada a la constante propagación de mensajes en nuestra cultura sobre el cuerpo y a constantes acosos en espacios públicos, resultó sumamente nocivo. Es decir, me dijeron que mi cuerpo era un templo, pero a la hora de buscar ejemplos que pudieran ayudarme a ver a mi cuerpo como tal, en las aceras y servicio de transporte público se le trataba como objeto que podía ser apropiado en cualquier momento, en la radio y televisión escuchaba mensajes que trataban al cuerpo de la mujer como producto de venta y que lo sometían a estándares de belleza que solo terminaban por hacerme sentir inadecuada. La sociedad entera, parecía medir mi valor como persona en base a la forma de mi cuerpo.
Varios años después conocí el programa de Our Whole Lives (OWL por sus siglas en inglés), que se puede traducir como Nuestras vidas enteras. La iglesia Unitaria Universalista en conjunto con la Iglesia Unidos en Cristo crearon un programa de educación sexual completo para personas de todas las edades. No se enfoca solo en la anatomía sino en nuestra relación con nuestro cuerpo y la manera en que este nos permite relacionarnos y experimentar el mundo. No dudé ni un segundo en darles a mis hijas esta oportunidad de desarrollar, a una temprana edad, una relación mucho más positiva con su cuerpo. Hoy en día, he sido capacitada para enseñar este curso a jóvenes de secundaria y preparatoria y estoy a punto de prepararme para enseñar la clase de adultos.
Pero además del programa de OWL, he encontrado personas que me han enseñado a valorar mi cuerpo como nunca antes. Hace unos días, la reverenda Theresa Inés Soto escribió un poema sobre la importancia de no odiar ni rechazar nuestro cuerpo aún cuando este represente un desafío como es el caso de las personas que sufren enfermedades crónicas o alguna discapacidad. “Tu cuerpo, en tanto que te mantiene vivo, es el altar de mi gratitud” expresa en su poema.
Los mensajes positivos sobre el cuerpo humano, en todas sus formas, ha sido constantes. En esta fe he conocido personas modelo que me han enseñado a desarrollar una relación más positiva con mi cuerpo, que me han enseñado a estar verdaderamente agradecida por él y por las experiencias que me permite vivir. A reconocer cada parte no solo en base a su función biológica o anatómica sino por las historias que se guardan en cada espacio.
Esta fe me ha enseñado a reconocer mi cuerpo precisamente como un verdadero templo, a no despreciarlo ni a quererlo alterar sino a aprender a conocerlo y entender la manera en que se comunica conmigo. Mi cuerpo es el santuario de mi espíritu, de mi mente y consciencia. Tengo muchísimas razones para amarlo.
La sociedad espera que las mujeres odien sus cuerpos porque de esa manera se vuelven excelentes consumidoras de productos y tratamientos cosméticos y en pocos lugares se les enseña a amarse a sí mismas, de pies a cabeza. Por eso es importante recordar que vivimos desde nuestros cuerpos, de ningún otro lugar. Y por el simple hecho de que nos mantienen vivos, porque nos permiten amar a otros cuerpos, porque nos permiten conocer este mundo de manera singular e inigualable, nuestros cuerpos también deberían ser, como bien lo dijo la Reverenda Soto, el altar de nuestra gratitud.
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