Hola a Tod@s:

El sábado 30 de julio, reunidos en la Casa de los Amigos, el grupo
de Unitarios-Universalistas de México, celebramos nuestro
acostumbrado culto público mensual de adoración. El tema central de
la reunión fue sobre «La Iglesia Unitaria Universalista como una
iglesia de convenio».

Sé que much@s de ustedes no pudieron asistir por una u otra razón,
así que me gustaría compartir con tod@s ustedes mis reflexiones
sobre este tema que considero fundamental para nuestra organización,
ya que estoy convencido que de la idea y concepto que tengamos de la
forma en nos relacionamos un@s con l@s otr@s y con el grupo, se
desprende en gran medida nuestra participación y la fuerza de
nuestro compromiso.

Hace unos días, leí una entrevista que se le hizo a un sacerdote
católico. En esa entrevista, el periodista le pidió al cura que le
definiera en unas breves y concisas palabras la diferencia entre la
iglesia Católica y las iglesias protestantes, el sacerdote
respondió: «eso es muy sencillo, las iglesias protestantes le dicen
a las gentes: la iglesia te necesita, la iglesia Católica, por el
contrario, le dice a la gente: tú necesitas de la iglesia. Parece
ser que esta respuesta coincide ampliamente con la realidad y es
suficientemente descriptiva de las relaciones al interior de esas
iglesias.

Por otro lado, pero abundando en el mismo tema, ¿nosotros, como UU,
cómo concebimos nuestra relación con la comunidad con la que
compartimos ideas, conceptos, esperanzas y proyectos?

Decimos que la Iglesia UU es una comunidad de convenio, una
comunidad con la que nos hemos comprometido libre y espontáneamente
no en base a una declaración doctrinaria o un sistema estructurado
de creencias reveladas, sino en base a convencimientos y
afirmaciones de carácter ético y conceptual… pero, a fin de cuentas
¿qué es un convenio, y en base a qué estamos conviniendo?

Pregunto esto porque a veces no tenemos suficientemente claro y
entendido el significado del acto de convenir en algo con un grupo,
ni tampoco de las implicaciones que conlleva tanto para el individuo
que lo suscribe, como para los que se involucran en un convenio
social o religioso.

Porque este convenio en el que unos individuos, unos seres humanos
declaran, ante la sociedad de la que forman parte, su ánimo, su
disposición y compromiso para ejecutar una cosa, podría ser una más
de las muchas ceremonias sociales que por repetitivas han perdido
todo su significado y por lo mismo solo se conservan como parte de
un protocolo engorroso y carente de sentido.

Sin embargo, el hecho de involucrarse en un convenio tiene raíces
históricas muy remotas. Un convenio es, en su sentido original, un
acuerdo, un compromiso que se establece entre dos partes,
solemnizado generalmente con la presencia de testigos.

En las sociedades antiguas estos convenios eran sellados con la
mezcla de la sangre de los contratantes y por lo mismo eran
reconocidos como «pactos de sangre».

Eran promesas hechas bajo sanción religiosa ya que los contratantes
invocaban la presencia de los dioses o del dios titular, para
sancionar al que quebrantara el convenio. En hebreo el
término «Berit» usualmente se traduce como convenio y tiene una
aplicación mucho más amplia que el correspondiente castellano ya que
es aplicable a toda clase de compromisos o acuerdos aceptados y
establecidos entre dos o más individuos.

Pero una cosa que debemos tener presente: cualquier acuerdo
celebrado en esas antiguas civilizaciones era siempre solemne y
sagrado, y era considerado un juramento. Quebrantar ese juramento,
ese compromiso aceptado –al estar involucrada la presencia divina
como testigo- era considerado un acto sacrílego, una mofa, una burla
a lo más sagrado.

No es gratuito que la ley mosaica haya prevenido a los hebreos sobre
la gravedad del juramento y las implicaciones que éste podía tener
para el individuo. El historiador judío romano Flavio Josefo en
alguno de sus escritos nos dice que «aquél que no puede ser creído
sin un juramento de por medio, realmente está condenado»

Si recurro a estos ejemplos es para resaltar la importancia que
tenía para las civilizaciones antiguas los compromisos públicos
asumidos. A nadie, ni a mí tampoco, nos gustaría que esas ceremonias
fueran revitalizadas y que yo pasara con un bisturí a sangrarlos y
sellar así sus compromisos y juramentos. Nuestra sociedad secular
del siglo XX sustituyó los compromisos públicos con la «jura» ya sea
de la constitución o de la bandera.

Pero sí me gustaría que recobráramos el espíritu de la amonestación
bíblica que nos recomienda: «has que tu sí sea sí y que tu no sea
no». Es el mismo sentido de la afirmación del poeta latino
Ovidio: «La simple palabra de un hombre virtuoso debe ser como un
juramento: firme, inviolable y verdadero». Que al comprometernos y
convenir con el grupo UU, nuestro decir sea firme, inviolable y
verdadero.

Reciban un fraternal saludo y mis mejores deseos por un magnífico
inicio de semana…

Esteban Zelaya (Comunidad Unitaria de Mexico)

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