Dentro de lxs unitarixs universalistas, hemos asumido como evidente la relación entre la justicia social y nuestra búsqueda de la verdad. No obstante, ¿por qué deberían tener una estrecha relación? ¿Es peligroso asociar las prácticas espirituales liberales con las acciones que nosotrxs creemos nos llevan a la justicia social? En este artículo exploraré cómo la espiritualidad y la justicia social se vinculan a través de la consciencia, siendo ésta la que posibilita los actos de agencia que transforman desde la raíz.
Justicia social y espiritualidad, una asociación fuerte y temeraria
En el año 2013 se debatía en el Congreso de Colombia la ley de matrimonio igualitario. Recuerdo que era de los primeros años en que empezaba a hacer activismo. Lxs jóvenes universitarios del centro de Bogotá nos organizamos para marchar hacia la sede del órgano legislativo para hacer presencia en el debate. Era muy emocionante, sentía que hacíamos de alguna forma historia, recibíamos por parte de lxs espectadores en la calle miradas de admiración, como también de desprecio. Cuando llegamos a la Plaza de Bolívar (donde queda el Congreso) me sorprendí al ver que varios grupos de cristianos ya estaban en la plaza, organizados con pancartas, y con representaciones de un hombre y una mujer que se casaban. La policía les daba la espalda a lxs cristianxs y miraban hacia nosotrxs. Lxs cristianos bloqueaban el paso hacia el Congreso a través de una cadena humana. Estaban increíblemente organizados, y eran un número de personas como siete veces más grande que nosotrxs.
Aunque no comparta las motivaciones de estos grupos de cristianxs, su activismo responde a una concepción de justicia social. ¿Cuál? Quizás defender los valores cristianos de la familia nuclear, compuesta de un solo matrimonio de un solo padre y una sola madre. Considerándome yo también como cristiano (liberal), sentía una gran injusticia. Al día siguiente, en la oficina de la Universidad de los Andes en la cual era voluntario, tuve una conversación con una persona que también había participado en la marcha, pero para mi sorpresa, había asistido con los grupos cristianos. Tuvimos una conversación en la cual sentía un gran dolor. Ella me decía que nos querían, que por eso habían pasado una ley anti discriminación que incluía a personas LGBTI (lo cual es cierto), pero que eso no tenía por qué implicar modificar una institución antropológicamente tradicional dispuesta en el artículo 45 de nuestra constitución de 1991. Sentía una ira profunda, sentía que estaba justificando lo que hacían, que no nos hacían daño de ninguna forma. Me sentía con sus palabras un ser inferior, de una naturaleza distinta que según ella merecía un trato distinto, “no necesariamente discriminatorio”.
De fondo, en la conversación que tuvimos ella y yo, y en las posturas, representaciones, acciones y narrativas de la marcha de lxs jóvenes universitarios y la de lxs grupos cristianos[1], existe una disputa por quién tiene la verdad. Este tipo de disputas han sido peligrosas en la historia de nuestra humanidad, por ejemplo, la Guerra de los 30 años resultó en aproximadamente 4 millones de hermanxs muertos (89% civiles) a causa –en gran medida- de diferencias sobre la verdad de la contrarreforma, es decir, católicos y cristianos protestantes matándose por quién tenía la razón.
¿No deberíamos entonces luchar por una verdad, por una convicción de cómo debería ser el mundo? De las verdades dogmáticas ha surgido la guerra.
En contraste, Gandhi es un muy buen ejemplo de una lucha por una verdad normativa no violenta a partir de lo que él llamó el satyagraha, o la fuerza de la verdad. A través de sus ideas de la no violencia, radicó su increíble y loable perseverancia contra el racismo sudafricano, el racismo de castas indio y la opresión británica en la verdad. Héctor Anabitarte camparte en su biografía de Gandhi que: “En el corazón del satyagraha encontramos la certidumbre de que a la larga el bien triunfará sobre el mal y la certidumbre de que los medios condicionan el fin (…) Quien practique el satyagraha de manera auténtica y radical extrae su fuerza del hecho de que su persona expresa aquí y ahora el amor a la humanidad que desea propagar.” (1985: p.185) Entonces esta lucha por un mundo con justicia social que se enraíza en una postura de verdad, puede ser no violenta, y al mismo tiempo, radicalmente auténtica. La pregunta que resulta es entonces: ¿Qué tipo de justicia social estamos considerando?
¿Qué es la justicia social?
La justicia social es un estado normativo de igualdad, en el cual no existe ningún tipo de dominación y opresión. Por tanto, todas las acciones que mitigan los efectos de la opresión, y sobre todo las que la erradican desde sus raíces, son acciones por la justicia social.
La injusticia ha sido teorizada en la academia como un asunto de una mala redistribución de la riqueza (Young, 1990: capítulo1); no obstante, el enfoque de justicia social de feministas como Young comprende una ontología de los grupos sociales, y, por tanto, de las relaciones humanas dentro de los asuntos de justicia social. El marxismo identificó la injusticia como las asimetrías que existen en los modos de producción y acumulación del capital. No obstante, nuevas ideas de izquierda y liberales incluyen dentro de situaciones injustas no sólo las evidentes asimetrías existentes entre las clases burguesas y nuestrxs hermanxs que están bajo la línea de pobreza, sino que incluye muchos otros casos de personas que pertenecen a grupos sociales minorizados.
Esta expansión del concepto de justicia implica incluir casos tales como: las barreras que tienen las mujeres para acceder a las juntas directivas de las empresas; la baja probabilidad de que los pueblos latinos voten por una presidenta negra/afrodescendiente; las acciones policiales que maltratan a las mujeres trans; como también las barreras que sufren las personas que se movilizan a través de una silla de ruedas para acceder a los espacios de encuentro públicos y privados. Por tanto, el concepto de justicia social al cual hago referencia consiste en las acciones que buscan que todxs tengamos las mismas oportunidades, sin variaciones en las probabilidades de acceso por el solo hecho de pertenecer a un grupo social minorizado (mujeres, indígenas, negrxs/afrodescendientes, personas con diversidad funcional, LGBTIC[2], minorías religiosas, adultxs mayores y jóvenes, migrantes excluidos).
¿Cuál es entonces la relación entre espiritualidad y justicia social?
La consciencia es uno de los conceptos más difíciles de definir, en particular, porque no es algo que pueda ser pensado, racionalizado, y expresado en palabras. La consciencia es un estado que poseemos lxs humanxs, en el cual despertamos, sentimos el silencio absoluto, nos iluminamos. Mientras más ejercicios y grados de consciencia podamos despertar en nuestro ser, más fácil podremos identificar nuestros pensamientos y emociones. Esto implica que se nos facilite, entre otras cosas, tanto sanar miedos y creencias que nos limitan desde nuestra infancia, como ser sensibles a aquello que en el mundo no anda bien, que puede estar mejor, que debe armonizarse a través de la transformación profunda.
Por tanto, la consciencia posibilita el reconocimiento de nuestro ser interno, como de aquello que nos rodea en la red interdependiente a la cual pertenecemos. La consciencia de aquello que sucede en nuestro entorno nos puede hacer sensibles para identificar las sutilezas de las brechas de género y techos de cristal por los cuales deben vivir permanentemente las mujeres, como percibir lo indigno que es para una mujer u hombre trans tener que ser tratado por el género que les fue asignado, como también sentir compasivamente las situaciones de escases por las cuales viven tantas personas empobrecidas por nuestra desorganización económica global.
De la sociología, y posteriormente de las ciencias sociales en general, surge el concepto de agencia, pilar fundamental para la comprensión de la transformación social. Este constructo es la traducción académica de lo que la iglesia católica identificaba en la escolástica como libre albedrío. La agencia es la capacidad profunda que tenemos de decidir, y, por tanto, de actuar. Este concepto es sorprendente, porque aunque somos en gran medida determinados por la estructura social (nuestra familia, circunstancias, contexto cultural, grupos sociales a los que pertenecemos), existe una posibilidad de no determinismo que nace de nuestra agencia, nuestra consciencia. Y esta consciencia se entrena: a través de la literatura, la poesía, la meditación, el yoga, el arte, escuchar o leer a otro ser, la programación neurolingüística, los rituales entre tantas prácticas espirituales. Por tanto, la espiritualidad se conecta con la justicia social de forma auténtica, cuando las acciones para la transformación nacen del compromiso despertado por la consciencia, y no, desde los dogmas irracionales.
Referencias:
- Anabitarte, Héctor (1985) Gandhi, Grandes protagonistas de la humanidad. ISBN: 958-9018-00-9. Editora Cinco: Bogotá.
- Young, Iris Marion (1990) Justice and the Politics of Difference. ISBN:0-691-07832-7. Princeton University Press: Princeton
[1] Es bastante peligroso dividir el mundo en grupos sociales de ellxs y nosotrxs. En gran medida, porque –al igual que varios unitarios- nos consideramos cristianos liberales, como también, seguramente algunxs o varixs de los asistentes por los “grupos cristianos” han cambiado de opinión, se han sensibilizado y han acogido a quienes estamos en alguna de las siglas LGBTIC como hermanxs y, por tanto, como iguales.
[2] Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transgénero (Travestis, Transexuales y Transformistas), Intersexuales, y Cuir (Queer en la versión anglófona).
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Pablo Correa
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