(English/ Español)

De manera más generalizada, en México hasta el día de hoy la palabra “indio” se usa como una gran ofensa entre los mestizos y los blancos. El racismo institucionalizado es descarado y atraviesa todas las capas sociales y económicas, la religión, la política y los medios de comunicación.

 More generally, in Mexico to this day, the word indio is used as an insult among mestizos and whites.Institutionalized racism is blatant and permeates all social and economic strata, as well as institutions like politics, religion, and the media.


Por Ervin Barrios (Originalmente publicado en UU world,  Marrzo/Abril 2000)

Cuando los zapatistas dieron su primer golpe de rebelión en Chiapas, el 1o. de enero de 1994, no me sorprendí en lo más mínimo. Yo había sido testigo del maltrato que los indígenas recibían a manos de los mestizos y blancos. Yo era un niño de 9 años cuando mi padre fué asignado como ministro presbiteriano a la Villa de las Margaritas, en la parte norte de Chiapas. En ese pueblito, todas las personas se saludaban amablemente en la calle y se decían adiós aunque no se conocieran. Yo ví a muchas de esas mismas personas amables cambiarse de acera para no tener que saludar a un indio o ignorar a los indios cuando pasaban frente a ellos. Los indígenas de esa región, en su mayoría tojolabales, llegaban al pueblo en coloridas peregrinaciones religiosas con tambores, flautas y danzas una o dos veces al año. Llegaban también a vender sus productos agrícolas o a comprar en las tiendas. Eran tratados con desprecio por casi todos, cada vez que venían.

Yo supe de los indios poco antes de llegar al estado. Cuando mi padre era estudiante seminarista escribió su disertación teológica acerca del impacto del evangelio cristiano en los pueblos indígenas de Chiapas. Esto lo llevó a viajar hacia las montañas de Chiapas donde viven los indígenas tzeltales y choles. Cuando volvió de esos viajes trajo consigo muchas fotos y muy gratos recuerdos de su convivencia con los indígenas. Me enseñó que los indígenas eran inteligentes, limpios, trabajadores y sobre todo muy cariñosos y dignos de respeto. Sin embargo, en Chiapas todo lo que yo veía a mi alrededor contradecía completamente ese concepto de respeto hacia los indígenas. De manera más generalizada, en México hasta el día de hoy la palabra “indio” se usa como una gran ofensa entre los mestizos y los blancos. El racismo institucionalizado es descarado y atraviesa todas las capas sociales y económicas, la religión, la política y los medios de comunicación. Basta con mirar la tv mexicana para darse cuenta sobre cuál es el concepto dominante de la belleza en México, a pesar de que el 95 por ciento somos mestizos y llevamos sangre indígena.Un amigo canadiense me dice que las telenovelas mexicanas le recuerdan la tv de Escandinavia. Yo, como mestizo de piel clara, era de los ganadores, disfrutando de muchos privilegios sociales que yo daba por hecho y creía que me los merecía. Cuando podía, hacía uso de ellos y al igual que muchos hacía mofa de los indígenas.

Cuando vine a vivir a los Estados Unidos, mi mundo de privilegio se derribó, porque aquí yo soy el mexicano emigrado, que habla con acento extranjero. Pertenezco a un submundo, en donde la gente hace comentarios acerca de mis hermanos “espaldas mojadas” como si yo no estuviera presente, al submundo en donde otros latinoamericanos se ofenden cuando les preguntan si son mexicanos. No soy automáticamente bienvenido. En realidad, yo represento a la persona non grata. Tengo que luchar para demostrar que no pertenezco al estereotipo del mexicano: flojo, ignorante y borracho, sentado debajo de un maguey, con un sombrero que le tapa la cara y la vergüenza.

Y no es el hecho del acento en sí, porque a mis amigos franceses o austriacos les va mucho mejor que a mí en cuanto a privilegios sociales, a pesar de su acento pesado. Es la sangre indígena en mí, de la cual estoy ahora orgulloso. Cuando yo llegué a los Estados Unidos no podía comprender porqué muchos mexico-americanos preferían no hablar español, o porqué ya lo habían olvidado, aún cuando sus padres o abuelos hablaban solamente español en casa. Ahora lo tengo muy claro: la cultura dominante les ha arrancado su orgullo cultural étnico.

Ervin Barrios, traductor de español e inglés,  miembro de la Primera Iglesia Unitaria de San José, California. Tambien es productor de la serie Proyecto 2000, tv en español.

Two Sides of the Same Coin
By Ervin Barrios ( «Originally published in the March/April 2000 issue of the UU World»)

When the Zapatista rebels first struck in Chiapas, on January 1, 1994, I was not surprised at all, for I had witnessed how badly the Indians there were treated by the mestizos and whites. I was a 9-year-old boy when my father was called to be the Presbyterian minister in Villa de las Margaritas, in the northern region of Chiapas. In that little village, people greeted all passersby politely, even strangers—that is, if the passersby were white or mestizo. I saw many of those friendly people crossing to the other side of the street in order to avoid greeting an Indian. The region’s Indians, mostly Tojolabal, came to town once or twice a year on colorful religious pilgrimages, dancing and playing flutes and drums. They also came to town to sell their agricultural products or to buy at the stores. Each time, they were treated with disdain by almost everyone whose path they crossed.
I had first learned about the Indians just before coming to Chiapas.As a seminarian, my father wrote his dissertation on the impact of the Christian gospel on the indigenous peoples of Chiapas. This took him to the mountains of the state, home of the Tzeltal and Chol Indians. When he got home, he brought back many pictures and cherished memories of the time he had spent there. He taught me that the Indians were intelligent, clean, hard-working, and above all loving people who deserved respect. But everything I saw around me in Chiapas contradicted that concept of having respect for the Indians. More generally, in Mexico to this day, the word indio is used as an insult among mestizos and whites.Institutionalized racism is blatant and permeates all social and economic strata, as well as institutions like politics, religion, and the media. To see this, all you need to do is watch a Mexican soap opera on tv. Though 95 percent of Mexicans are mestizos with Indian blood, the actors on these shows look so European that a Canadian friend of mine says they remind him of tv in Scandinavia. As a light-skinned mestizo, I was among the winners, enjoying many social privileges that I took for granted and believed I deserved. I used them whenever I could, and just like many others I made fun of Indians.

Then I came to live in the United States. My world of privilege collapsed. Here, I am the Mexican immigrant who speaks with a foreign accent and belongs to a sub-world where people make comments about my “wetback” brothers and sisters as if I am not there. A sub-world where other Latin American immigrants get offended when asked if they’re Mexican. I no longer feel I’m automatically welcome; in fact, I represent the persona non grata.I have to struggle to prove that I don’t fit the stereotype of the Mexican: lazy, ignorant, and drunk, sitting under a cactus, wearing a hat that covers his face—and his shame.

This is not because of the accent per se, because my French and Austrian friends have it a lot easier socially in spite of their heavy accents. It is the Indian blood in me, of which I now am proud.

When I first arrived in the United States, I couldn’t understand why so many Mexican Americans preferred not to speak Spanish, or why they had forgotten how to speak it, even though their parents and grandparents speak only Spanish at home. Now I have figured it out: the dominant culture has stripped them of their ethnic cultural pride.

Ervin Barrios, a Spanish-English translator and a member of the GA Planning Committee and First Unitarian Church of San Jose, California. He is also the producer of the Proyecto 2000 Spanish-language television series.

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