El Día de Los Muertos es una tradición practicada en Méjico y Latinoamérica que honra la memoria de los antepasados queridos y representa una expresión moderna de una práctica antigua de Méjico precolombino y de sociedades humanas por la larga trayectoria de la historia.
Muchos Mexicanos que viven en los Estados Unidos sintieron orgullo y alegría con el advenimiento de la película animada Coco, ganadora del Oscar el año pasado, que generó mucha atención y elogio por sus auténticas representaciones de la música, la danza y las tradiciones culturales mexicanas. Particularmente fascinante fue la interpretación de una fantasía animada del Día de los Muertos y la historia increíblemente colorida y emotiva de amor familiar e inspiración musical que se tejió alrededor de este tema.
El Día de los Muertos nos rodeaba cuando Elsa y yo vivíamos en Texas y en el suroeste de Estados Unidos. Lo vimos en publicidad, altares artísticos y numerosas actividades comunitarias que conmemoran esta antigua tradición mexicana. Estaba lleno de colores, iconos, calaveras, esqueletos, catrinas y todo tipo de imágenes simbólicas que iban desde lo simple a lo profundo, desde lo espiritual a lo político. Toda esta región del sudoeste parecía estar tan obsesionada tanto con el Día de los Muertos como con Halloween.
Esencialmente, esta tradición mexicana y latinoamericana conmemora y honra a los padres, familiares y antepasados que han fallecido pero que aún son amados y recordados. Las tumbas se limpian y decoran con velas, flores de cempasúchil y la comida y bebida favoritas de los difuntos quien se espera visiten y participen de estas ofrendas. A veces se construyen altares de simples a elaborados especialmente para esta ocasión, con fotografías del los difuntos y otros elementos personales o simbólicos que representan la personalidad de los esperados visitantes.
De hecho, los altares se han convertido en un género artístico en sí mismo con muchas variedades de enfoques, materiales y diseños. Después de una década, Elsa y yo todavía recordamos La Plaza de la Antigua Mesilla en Nuevo México que tenía una increíble colección de altares conmemorando no solo a los familiares venerados, sino también a autores, científicos, líderes políticos e incluso hijos de la comunidad que habían muerto en las guerras extranjeras del Imperio Americano.
En realidad, el Día de los Muertos podría entenderse más adecuadamente como una expresión de esa antigua y universal tradición de venerar a nuestros antepasados. Si realmente queremos volver a sus orígenes, siendo una sola expresión del Culto de los Ancestros, tendríamos que regresar a África, la Madre Patria de toda la humanidad, donde primero surgieron los homo sapiens y donde se originó nuestra cultura humana.
A pesar de lo que dice el Talmud, la Biblia y el Corán, los científicos ahora confirman que nuestro verdadero Jardín del Edén estaba en África; y es allí donde el culto a los antepasados tiene sus raíces más profundas que se remontan a miles de generaciones. Quizás por eso, la adoración de los antepasados está muy extendida en África subsahariana y es fundamental en muchas religiones allí. A pesar de la adopción del cristianismo o el islam en todo el continente, la veneración de los antepasados sigue fuerte en toda la Madre África.
De hecho, en todos los continentes, naciones y tribus, la adoración o veneración de los antepasados es una característica fundamental en el ciclo humano de la vida. Todas las culturas realizan rituales para conmemorar el fallecimiento de los seres queridos, pero el culto a los antepasados implica algo más; sus objetivos incluyen garantizar el bienestar de los seres queridos fallecidos, la disposición positiva hacia la vida o quizás una solicitud muy especial. Por estas razones, el culto a los antepasados ayuda a cultivar los sentimientos de lealtad y continuidad familiar.
Es importante tener en cuenta que la «adoración» en el contexto de la veneración de antepasados no es lo mismo que rendir reverencia a Dios, o una deidad o ser divino; es más bien un acto de honor y respeto hacia un ser mortal y un esfuerzo por establecer contacto con su alma eterna.
En ningún otro lugar del mundo entero se conmemora el Día de los Muertos con tanta intensidad e intención como en la tierra de su origen, México. Este evento mezcla armoniosamente las tradiciones de sus raíces indígenas con la católica de los españoles, generando inspiración hoy a millones de mexicanos que continúan construyendo sus altares, a pesar de los ataques del modernismo, el consumismo y la cultura contemporánea de medios masivos.
Esta celebración se originó en tiempos precolombinos entre las más antiguas civilizaciones de Mesoamérica; se practicó entre los Olmecas, la cultura madre de México, así como entre los Mayas, Zapotecas, Mixtecas, y finalmente los Mexicas, quienes construyeron el Imperio Azteca, y le dieron a México su propio nombre.
Fue durante los meses del verano, en julio y principios de agosto, que los antiguos mexicanos conmemoraron este evento venerable, sin embargo, los sacerdotes españoles cambiaron esa fecha para coincidir con el Día de Todos los Santos, el 1 de noviembre, y con Día de Todas las Almas en el segundo. Sin embargo, a diferencia de estas otras festividades cristianas, El Día de los Muertos es deliberadamente más alegre y festivo, porque no solo honra la memoria de los difuntos, sino que también celebra la vida misma.
Los mexicanos de hoy están extrayendo de sus raíces culturales más profundas de la antigua Mesoamérica el concepto de que la muerte no es final y definitiva, que hay una vida futura espiritual que es parte de la experiencia humana. La idea no es temer a la muerte, como sienten la mayoría que siguen la tradición cristiana europea, sino reconocerla como otra etapa de nuestra larga existencia.
Es un sentido bastante reconfortante poder superar nuestro miedo a la muerte, aunque para la mayoría de nosotros, criados en esta cultura occidental, estamos condicionados a venerar el aspecto y el vigor juvenil y temer todos los signos del envejecimiento y la muerte.
Sin duda, muchos Mexicanos, Chicanos, Texanos, aquí y en el extranjero, como otros Latinoamericanos que aún observan el Día de los Muertos, también temen la muerte, como la mayoría de nosotros. Pero al menos tienen una manera vívida y conmovedora de recordar algo muy importante: es decir, que todos tenemos un alma que sobrevive más allá de las montañas del tiempo y del aterrador abismo de la muerte.
Para los Unitarios Universalistas, que valoramos muchos caminos hacia la iluminación y la realización espiritual, todas estas formas de veneración hablan de esa verdad básica. Además de nuestros siete principios, describimos las diversas fuentes de nuestra inspiración espiritual. La primera declaración está muy en armonía con los valores expresados en el Día de los Muertos:
«Experiencia directa de ese misterio y maravilla trascendental, afirmado en todas las culturas, que nos mueve a una renovación del espíritu y una apertura a las fuerzas que crean y sostienen la vida…»
Como delegado de la Primera Iglesia UU de San Antonio, tuve el privilegio de participar en la Plenaria de la Asamblea General en 1995 en Spokane, WA, donde los Unitarios de toda la nación se reúnen para debatir y decidir cuestiones vitales. Nunca podré olvidar que después de un largo y acalorado debate, la mayoría de nosotros votamos para incluir la siguiente frase final en nuestra declaración de fuentes:
«Las enseñanzas espirituales de las tradiciones centradas en la Tierra que celebran el círculo sagrado de la vida y nos instruyen a vivir en armonía con los ritmos de la naturaleza».
Con esa declaración, nuestra comunidad UU formalmente reconoció que más allá de todas las grandes religiones organizadas de la humanidad e incluso antes de que existiesen, había una espiritualidad centrada en la Tierra y la naturaleza. Estos ritos fueron compartidos por todos nuestros antepasados, consistentes con los ciclos de las estaciones, las estrellas, la luna y el sol, todos los cuales se reflejaron en la religión, la imaginación y la creación humana.
El profundo significado del Día de los Muertos puede estar más allá de nuestra comprensión científica, histórica o antropológica. Es posible que, al igual que nuestros ancestros más remotos, admiremos las maravillas de la creación, de la vida, y de este vasto universo que nos rodea y del cual formamos parte.
En ese día, podemos honrar no solo a nuestros antepasados, sino también a nuestros seres queridos fallecidos, otros parientes y amigos cercanos que han tenido un profundo impacto en nuestras vidas. Los honramos a todos en nuestros corazones, y al hacerlo donde quiera que estemos, nos unimos a millones de corazones, en ciudades y remotas regiones de México, y en innumerable barrios y hogares mexicanos y latinos que celebran el Día de los Muertos.
Entre muchos aspectos maravillosos del Día de los Muertos está que tenemos la seguridad de un legado perdurable, aunque estemos en ese desconocido del más allá, habrá aquellos que todavía nos recuerden, y nos ofrecen tanto amor que ni siquiera la muerte lo puede borrar.
No sé si los espíritus de nuestros queridos difuntos vendrán y honrarán nuestros humildes
altares con su presencia etérea. Tal vez cada uno de nosotros espere alguna señal personal o privada de que realmente han visitado nuestro tributo a ellos. Pero, independientemente de los pequeños milagros que puedan ocurrir debido a este acto de memoria, espero que nos traiga gozo, consuelo y una sensación de asombro con los misterios universales de nuestra existencia.
Ojalá que cada uno de nosotros se conecte con nuestro ser más profundo al recordar aquellos que vinieron antes, y al hacerlo, que podamos encontrar consuelo y paz… ¡¡¡Que así sea!!!
Julio Noboa
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