Todos los seres humanos somos diferentes los unos a los otros, el color de la piel, la estatura, la complexión corporal, las habilidades, los defectos y las virtudes, cada uno tiene una forma de pensar, y su propia manera de las cosas; pero los seres humanos tenemos en común es la capacidad de hacer nuestras propias decisiones. Todos los días desde que amanece hasta que anochece, estamos tomando decisiones, estamos eligiendo todo el tiempo. Algunas veces tomamos buenas decisiones y otras veces, no son tan buenas y otras tomamos malas decisiones, pero al fin de cuentas son nuestras decisiones.

Hay cosas en las que yo y cualquier ser humano no pude elegir, hay otras en las que no se nos permitió elegir, otras en las que podemos elegir, pero la presión social (La sociedad donde uno haya nacido) no nos lo permite y finalmente están las cosas en las que podemos decidir por nosotros mismos.

Por ejemplo, yo no elegí el color de mi piel, ni mi estatura o mi sexo, o el ser gay, mis genes fueron los que eligieron por mí y contra eso no puedo hacer nada; tampoco pude elegir el país a donde nací, así que me toco nacer en México, y tampoco pude elegir mi religión, ya que me toco nacer en el seno de una familia católica pobre, tal vez si hubiera nacido en Irán, mi religión hubiera sido la musulmana. (la religión de la mayoría de los seres humanos, es cuestión de geografía)

Mis padres tampoco me permitieron escoger mi nombre, es más, ni siquiera la comida que yo quería cuando era niño, porque como decía mi madre cuando yo le decía que a mí no me gustaba la sopa de fideos y que quería otra cosa, “aquí no es restaurante para escoger de un menú, pero si quieres elegir, tú puedes elegir entre estas tres cosas, sopa de fideos, o sopa de fideos, o una chancliza”, a tan buenos argumentos por supuesto que elegía sopa de fideos.

Como a la mayoría de los que nacemos en países Latinoamericanos, mis padres me bautizaron, me enviaron al catecismo para poder hacer mi primera comunión y jamás les pasó por la mente si yo quería profesar una religión diferente a la suya, eso se daba por entendido que ellos lo eran y eso era suficiente.

Conforme fui creciendo empecé a preguntar cosas en la iglesia a la que me enviaban mis padres y en mi casa, que a mí no me sonaban lógicas; mi madre me decía que esa clase de preguntas no se hacían y en la iglesia la única contestación que yo recibía era que eso era un dogma. ¿Dogma?, ¿y qué es eso? Entonces me contestaban: eso es así, porque así es, porque Dios lo dijo y él es incuestionable, eso a mí me sonaba a lo que mi madre decía “porque lo digo yo, porque soy tu madre”, entonces para mí esa era la única y mejor contestación que recibía cuando yo hacía alguna pregunta.

Desafortunadamente para los sacerdotes de mi iglesia y para mis padres, llegue a la adolescencia y seguí haciendo preguntas y ya no me conformaba con la clásica respuesta de que es un dogma o con el clásico “porque yo lo digo, porque soy tu madre”; perdón pero no, yo decía, eso no es así, esos son cuentos, son cosas que ustedes se están inventando, eso no se oye lógico, yo leí y decía algo muy diferente a lo que dicen, hasta que un día un padrecito me dijo “deja de estar preguntando cosas que tú no entiendes y que nunca llegaras a entender. Ah, conteste, ¿entonces si dios me pide que me tire de un edificio de 20 pisos yo me tengo que tirar, solo porque él lo dice?, Claro, me contesto el padre, porque un buen cristiano siempre debe de hacer lo que dios le está pidiendo que haga, como cuando dios le pidió a Abraham que matara a su hijo Isaac, para probar su fe; Abraham no le pregunto a dios por qué lo tenía que hacer, como tú estas lo estás haciendo en estos momentos. Entonces dios es un asesino, un abusivo, un malvado, o ustedes se lo están inventando, le conteste al padrecito. El padrecito me dijo hasta de lo que me iba a morir y mi alma sufriría eternamente en el infierno por blasfemo. Por supuesto, esa fue la última vez que yo me pare por una iglesia y me sentí parte de una religión.

Muchos años después, ya viviendo en los Estados Unidos, gracias a un amigo que me invito a su iglesia, la Primera Iglesia Unitaria Universalista de San José, es que volví a asistir a una iglesia, primero con desconfianza y mucho escepticismo. Ahí pude encontrar algunas de las respuestas a mis preguntas sin los clásicos dogmas, prohibiciones y amenazas de los cristianos. También entre los Unitarios Universalistas aprendí que yo puedo buscar la verdad con responsabilidad donde yo quiera buscarla, y encontrar mis propias respuestas ya sea en la Biblia, en el Corán, en el Torá, en los libros científicos, en la filosofía Budista o Zen, en la filosofía humanista, o en mi propia experiencia personal y compartir esas respuestas con otros, sin obligarlos a estar de acuerdo con mi forma de pensar y sentir. También entre los Unitarios encontré aceptación por ser gay, es por esto y muchas cosas más que yo elegí ser Unitario Universalista porque eso es lo que a mí me llena desde el punto de vista espiritual, humanista e intelectual.. En otras palabras, me empecé a sentir libre.

Algunas personas que conozco y algunos familiares me han dicho que como es posible que yo haya cambiado de religión y yo les contesto, porque tengo la libertad de elegir, elegir lo que alimente mi alma y mi intelecto, elegir lo que me hace ser un buen hombre, sin el miedo ancestral al castigo del infierno. Pero aún le sigues rezando a dios como cuando eras niño, me pregunto un día un primo, y le conteste que sí, eso es algo que nunca dejare de hacerlo, pero ahora no rezo pidiendo algún milagro como aprendí en la iglesia católica de mi niñez, ahora rezo para mí, para confortarme a mí mismo y pongo mi mejor esfuerzo físico y mental para ayudar a que este mundo cada día sea un lugar mejor para vivir, para los demás seres que lo habitan y para mí. Entonces compartí con él un poema de Sarah Voss que encontré por ahí y que ejemplificaba perfectamente con lo que siento y pienso el día de hoy.

«Metáfora extraña», de Sarah Voss, ministra UU quien además tiene esta idea de desarrollar una teología basada en las matemáticas.

“En el cuarto mi mente hay muchas y diversas lámparas. La lámpara del cristianismo, una vieja linterna de aceite recientemente adaptada con alambre para la electricidad, con todos los últimos adminículos científicos; cuando me acerco, se enciende automáticamente.  Confío en esta lámpara: era la luz en medio del camino cuando aún estaba pequeña y me asustaba la oscuridad. Incluso ahora utilizo esta lámpara,… Ah, pero no a toda la hora.Pero cuando tengo momentos libres, en catedrales góticas o en pequeñas capillas de pueblo oliendo la cálida madera encerada.

La lámpara del este es de cobre hecha a mano, hecha como una góndola, cuyo pabilo enciende la lámpara de Aladino. Es un encanto con la antigua promesa de un tesoro nunca contado, yo solo debo frotarla y ver,… oh ¿allí, pueden verlo?

El serio y hermoso budista de Sri Lanka quién reside en el sótano de mi casa, que se lamenta que las mujeres jóvenes de este país no cuidan mucho el color de su piel. ¿Yo? Estoy vieja. Amo el rico resplandor azul-negro que vive en el resplandor de esta lámpara.

La lámpara judía, realmente siete velas soldadas juntas. La que está en el cuarto de mi mente es altamente estilizada. Contemporánea. Poco ortodoxa.Tú no puedes hacer mucho con su llama suave, sobre todo con sus marcas abstractas, quizá habría alguna diferencia si tú supieras leer hebreo.

No obstante, amo buscar las sombras que forma para las cosas familiares y extrañas, como ordenar de la nada en solamente siete días y arbustos que se queman con la luz del Sabbath ahora y por siempre. Amen.

En esta tierra donde nací, hay lámparas nativas; la mía es un artefacto de arcilla gris, fue descubierta tirada por un indio Erie tatuado cuyo cuerpo fue enterrado de un hoyo y cuyo espíritu me encuentra aún hoy cuando clavo mis dedos del pie pelados profundamente en la tierra y escucho la respiración del viento.

Todas éstas y más son las lámparas que descansan en el cuarto de mi mente, aun la que yo más acaricio es el cáliz que enciende mi corazón, porque veo con su luz en el cuarto mi mente a todas sus magníficas lámparas, entre ellas el cáliz que enciende mi corazón que me muestra en el cuarto mi mente al querido Dios de muchas maneras, pueda todo su ligero brillo para siempre, como un Cantor pone la trascendencia”.

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Roberto Padilla
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El doctor Roberto Padilla es miembro de la Primera Iglesia Unitaria de San Jose, California.
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