Estamos en una crisis mundial con muchas facetas. Esta pandemia, además de la crisis sanitaria y económica, ha creado una crisis hospitalaria, una crisis de liderazgo gubernamental (algunos de los líderes de algunos países no han respondido eficazmente para salvaguardar la salud de la población en general de sus países y en consecuencia, de la población mundial), y lo peor de esta crisis está en nosotros mismos, en nuestros valores humanos.

 

Mientras prácticamente todo el mundo se preparaba para entrar en el mes de diciembre con sus diferentes festividades,  el 1 de diciembre del 2019 en la ciudad de Wuhan, capital de la provincia de Hubei, en China, se reportaba a un grupo de personas con neumonía de causa desconocida, la cual de acuerdo con algunos expertos, estaba vinculada principalmente a los trabajadores de un mercado que comercializaba pescado, pollos, gatos, faisanes, murciélagos, marmotas, culebras venenosas, ciervos, órganos de conejos y otros animales salvajes. 

También nos enteramos que a finales de enero y principios de febrero de este año, se ordenó a la población de las zonas más afectadas como Wuhan y Huanggang que se encerrase en sus viviendas. Solo se autorizaba una salida por familia cada dos días para comprar alimentos y medicinas, los cuales entraban a la ciudad solo a bordo de ciertos vehículos autorizados, a través de estrictos puestos de control específicos.

Diciembre es el mes de festejos, fiestas prenavideñas, fiestas navideñas, festejos de fin de año, y nosotros  estamos muy lejos de China y de sus problemas de salud, y muchas personas se dedicaron a criticar a los chinos por su tipo de alimentación a través de las redes sociales, y seguimos con nuestra forma de vida y nuestros festejos cono si nada hubiera pasado en China.

Esto me recuerda un poema del alemán Martin Niemöller con respecto a la Alemania Nazis en la segunda guerra mundial: 

«Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista. 

Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío. 

Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista. 

Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante. 

Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada»

Y desafortunadamente eso es lo que ha estado haciendo mucha gente alrededor del mundo. “China está muy lejos, a mí no me va a pasar nada”. “Se dijo que las personas mayores de 60 años son las que se están muriendo, pero yo soy joven, a mí no me va a pasar nada”. “Yo no he ido a China ni he estado en contacto con alguien que haya viajado o que este contagiado del coronavirus, así que a mí no me va a pasar nada”.

Pero a pesar de todos los esfuerzos del gobierno chino y los gobiernos de otros países, el COVID-19 pasó a los países asiáticos vecinos como por ejemplo Japón y Corea del sur, y posteriormente a Europa, América, África y a Oceanía. 

Desafortunadamente estamos viendo que a la fecha en que estoy escribiendo, o sea, tres meses después de iniciarse la infección en China, se ha informado que hay 584.324 enfermos de Covid-19 y más de más de 28.848 muertes en todo el mundo, sin importar su edad, sexo, identidad sexual, color, religión o nivel socioeconómico.

Esta crisis sanitaria también trajo consigo una crisis económica; la mayoría de las bolsas de valores del mundo se desplomaron, afectando también a la gran mayoría de la población mundial. Las diferentes industrias y comercios se han paralizado y con la cuarentena, millones de personas alrededor del mundo se han estado quedando sin ingresos, debido a la falta de trabajo, además de que esta misma crisis termino de sobrepasar la capacidad de los hospitales para poder atender a las víctimas de esta pandemia.

El efecto Mariposa nos dice que cuando una mariposa bate sus alas en Hong Kong, en Nueva York hay una tormenta, en otras palabras, lo que pasa en un extremo de nuestro planeta, invariablemente va a afectar al otro extremo.

Aparentemente, a los seres humanos se nos ha olvidado que somos parte de una red interdependiente de todo lo existente, del cual somos una parte, como dice nuestro séptimo principio UU.

Lo que hagamos o dejemos de hacer cada uno de nosotros, nos va a afectar a todos. Todos vamos a terminar afectados de uno u otra manera, sin importar que seamos humanos, animales o plantas.

Estamos en una crisis mundial con muchas facetas. Esta pandemia además de la crisis sanitaria y económica, ha creado una crisis hospitalaria, una crisis de liderazgo gubernamental (algunos de los líderes de algunos países no han respondido eficazmente para salvaguardar la salud de la población en general de sus países y en consecuencia, de la población mundial) y lo peor de esta crisis está en nosotros mismos, en nuestros valores humanos.

En cuanto se empezó a decir que se podría poner en cuarentena a una ciudad, un estado, una región o incluso el país completo, como pasó con Italia, muchos de sus habitantes empezaron a hacer compras de pánico, comprando alimentos, productos de limpieza y desinfectantes, mascarillas y guantes de látex como si esta crisis fuera a durar muchos años.

A todas estas personas no les importó que los hospitales, clínicas y otras personas requirieran muchos de los productos necesarios para protegerse cuando se atienden a los enfermos, o que miles de personas también requieren de los alimentos y los insumos de limpieza y protección sanitaria que otros acapararon y siguen acaparando.

¿En dónde quedó el valor y la dignidad propia de cada persona como nos dice nuestro primer principio UU, en otras palabras, dónde quedó aquella máxima de Jesús que dice “Amad a tu prójimo como a ti mismo”?

Como dijo Carlos Castaneda: “Ocuparse demasiado de uno mismo, produce una terrible fatiga y además uno se hace ciego y sordo a todo lo demás”

Después de la tormenta, siempre viene la calma, eso todos lo sabemos, pero,  ¿qué es lo que esta crisis nos ha enseñado? ¿Cuál será nuestra conducta como seres humanos después de que termine esta crisis mundial? ¿Regresaremos a nuestros viejos hábitos de seguir destruyendo la naturaleza? 

De seguir pensando y actuando solo para nosotros mismos, sin que nos importe el dolor, la pena, los problemas económicos de los demás, seguiremos autodestruyéndonos a nosotros mismos como sociedad. 

A mi mente vienen las palabras de Alberto Einstein: “No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo. La  crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia, como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis, se supera a sí mismo sin quedar “superado””. 

Quien atribuye a  la crisis sus fracasos y penurias, violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones. La verdadera crisis, es la crisis de la incompetencia. El inconveniente de las personas y los países es la pereza para encontrar las salidas y soluciones. Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia. Hablar de crisis es promoverla y callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de esto, trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora, que es la tragedia de no querer luchar por superarla.

 

coronavirus, COVID-19, Pandemia

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Roberto Padilla

El doctor Roberto Padilla es miembro de la Primera Iglesia Unitaria de San Jose, California.
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