El domingo 3 de julio se llevó a cabo un enlace matrimonial en el lugar conocido como “El faro” en la zona de playas de Tijuana, la frontera con Estados Unidos.
Todos los domingos, ese mismo espacio es testigo de un servicio religioso binacional bajo el liderazgo del pastor Guillermo en el lado mexicano y el Reverendo John en el lado estadounidense. Las oraciones, como el amor, no conocen fronteras. La comunión compartida, las bendiciones recibidas, las oraciones pedidas y entregadas, la veneración de Dios en esta iglesia sin muros, ha convertido a este espacio en un santuario para sus feligreses. Muchos de ellos son deportados activistas que luchan por una reunificación familiar: madres de hijos soñadores, dreamers como se les conoce en inglés, y exmilitares deportados. Nunca falta una cara de sorpresa de alguien al escuchar que existen veteranos deportados, pero ese es tema para otra ocasión.
Las familias separadas por la deportación han encontrado aquí un espacio para hablar con sus seres queridos del otro lado de la frontera. La patrulla fronteriza abre el acceso a este parque del lado estadounidense por un par de horas los fines de semana. De esta manera, las familias pueden acercarse hasta la valla que divide la frontera.
Además, hay abogados que cada semana acuden a ofrecer asesoría legal gratuita a quienes tengan preguntas de inmigración. Para los deportados, muchos de ellos de otras partes de México y de Latinoamérica, este espacio se ha convertido en un santuario. Aquí se vuelven visibles y sus historias importan. Aquí hay quienes están dispuestos a escuchar y, de ser posible, a ayudarlos. Todos los domingos, el área del faro en playas de Tijuana, cobra vida de una manera impresionante.
Por estas razones y como mensaje de amor y de esperanza los novios, ambos deportados y procedentes de El Salvador, eligieron este espacio como santuario para su boda. Ambos tienen familia viviendo en los Estados Unidos y conocen las dificultades de los migrantes. Su intención era demostrar su solidaridad con las familias que han sido separadas y enviar un mensaje de amor y de reunificación familiar. Querían solidarizarse con las familias que domingo a domingo, sin importar el clima, llegan hasta este punto de encuentro para hablar con sus seres queridos y saludarse, a través de la valla, aunque sea con las yemas de los dedos.
A mí me invitaron a formar parte de una boda que se pretendía fuera binacional e interreligiosa, lo cual me emocionaba mucho, pero por cuestiones de fuerza mayor terminé siendo la única oficiante de la boda. Cabe mencionar que esta es la segunda vez que se invita a una ministra unitaria a celebrar una en Tijuana, tengo entendido que años atrás se llevó a cabo la primera.
Mi propósito no era solo el de dirigir la ceremonia, sino la de ayudar a crear una experiencia memorable para los novios. Mi primera función fue la de ofrecer una presencia tranquila para el novio quien se veía nervioso y abrumado por la presencia de cámaras y reporteros. Ese día, llegaron varios grupos de prensa y cinematógrafos independientes a grabar lo que ocurre en ese lugar.
La ceremonia fue corta pero llena de vida, de alegría, y de amor. Yo me regocijaba en ver la dicha de los novios y la de sus amigos cercanos. Me daba esperanza ver que los ojos de muchos volteaban a ver este lugar. El sonido del mariachi enmarcó la ceremonia y todo en ese momento era una fiesta.
Tuve la oportunidad de ser entrevistada por un joven que me dijo que trabajaba en un documental. Me dijo “quiero documentar las cosas buenas que pasan aquí”. Cuando me pidió que diera unas últimas palabras le dije “Gracias por el trabajo que estás haciendo. Sí, diles a todos las cosas que pasan aquí. Que aunque todo lo que vean sea este muro, hay quienes tenemos recuerdos de un pasado distinto, que sabemos que un mundo distinto es posible. Diles que aquí no rebotan los sueños, aquí se viven. A los que ven el muro del otro lado (del lado estadounidense) diles que el enemigo no está de este lado y que este lado del muro cuenta una historia distinta.”
Esa era la intención de Claudia y Fabián, que el mundo, o parte de él, voltearan sus ojos aquí y hacer visibles las tribulaciones de los migrantes y de las familias que viven con la esperanza de una reunificación familiar.
Yo no podía más que sentirme honrada de haber sido invitada a formar parte de un mensaje de amor que, literalmente, trascendió fronteras.
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