El miedo de una tal llamada «invasión hispana» de los Estados Unidos es un mito basado en el racismo y la mentira. Fueron los anglos quienes invadieron la región del oeste del país, en donde por generaciones los hispanos habían establecido los primeros ranchos, pueblos y ciudades.
Las acciones y políticas de Donald Trump reflejan su racismo y xenofobia. Es un presidente que en la campaña insultó a los migrantes mexicanos y los llamó “violadores, gánsteres y delincuentes”. Tiene la intención de construir un muro para evitar la “invasión” de migrantes mexicanos y centroamericanos y continúa separando familias latinas y enjaula a los niños y adultos en campos de concentración.
Con un presidente así, ¿de dónde sacarían los supremacistas blancos el permiso de proteger su nación masacrando inocentes migrantes latinos?
La matanza en el El Paso, Texas, obliga a los políticos estadounidenses a confrontar las realidades de la supremacía blanca, así como la increíble facilidad con lo cual toda persona, independientemente de su edad, intención o estado mental, obtiene un arma militar de destrucción masiva. Ya que legislación y restricciones para la compra de armas requieren voluntad de un Congreso inundado de miles de dólares de la National Rifle Association, solo la presión pública hará posible alcanzar estas metas.
Un cáncer. Por otra parte, el cáncer de la supremacía blanca requiere una respuesta mucho más pensada y profunda. El asesino de El Paso no expresó ningún remordimiento por sus acciones malvadas porque confía en la defensa de la ideología retorcida en su manifiesto.
Estados Unidos no debe permitir que mitos y credos racistas queden sin respuesta; la supremacía blanca debe ser resistida no solo con la fuerza de la ley, sino también en el mercado de las ideas.
Es bastante irónico que el asesino se refiera a la “invasión hispana” de Texas, estado con siglos de historia bajo seis banderas; las dos primeras, las de España y México, mucho antes de la llegada de los anglosajones.
Es un hecho bien conocido que no fueron hispanos, sino los anglos quienes invadieron, comenzando a principios del siglo XIX, llegando del sur en oleadas al estado mexicano de Texas. Generaciones atrás, los texanos habían fundado las ciudades de El Paso, San Antonio y Laredo, tan a menudo mencionadas en canciones y leyendas del famoso cowboy.
Fueron los mexicanos quienes llevaron del norte de su país la tradición ganadera legada al vaquero estadounidense, como se refleja en el lenguaje de ranchos, corrales y rodeos en una tierra semiárida de arroyos, mesas y cañones.
Todas estas palabras en español, así como las ciudades de San Diego, Los Ángeles, Albuquerque y Santa Fe, no solo contradicen la falacia de que el español es un idioma extranjero en Estados Unidos, sino que también confirman que fueron los hispanos quienes establecieron la base de estas crecientes ciudades bilingües y biculturales.
Mezcla cultural. Los conquistadores españoles fueron crueles con las poblaciones indígenas que dominaron y con los africanos que esclavizaron. Pero a diferencia de la mayoría de los invasores anglos, sus descendientes combinaron sus culturas y genes a través de una masiva mezcla racial, creando así las poblaciones multiculturales mestizas y mulatas de México, Costa Rica y América Latina.
Es precisamente esta misma mezcla racial la que está condenada rotundamente en el manifiesto del asesino. Mantener la pureza genética es un motivo racista común que se remonta a los nazis, el Ku Klux Klan y, evidentemente, inspira a los supremacistas blancos de hoy.
Sin embargo, los estadounidenses de todos los colores y credos se siguen encontrando, mezclando, enamorando y descubriendo su común humanidad en escuelas, iglesias, equipos deportivos y lugares de trabajo. Hasta se unen en marchas masivas contra el racismo y la intolerancia.
Los estadounidenses pueden superar el malvado conjunto de las armas y el racismo, pero solo si se unen para presionar a sus funcionarios, exigir el fin de las armas automáticas y enfrentar todas las formas del odio basadas en la raza, el género, la religión y la nacionalidad, sea expresada por un cruel fanático o por el mismo presidente.
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Julio Noboa
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