Por: Bruno Maroneze. Me pidieron que hiciese una reflexión sobre el tercer princípio de la UUA, que, en portugués (mi idioma), se traduce así: “Aceitação um do outro e encorajamento ao crescimento espiritual em nossas congregações.”
O sea: “aceptación del uno al otro y el estímulo al crecimiento espiritual en nuestras congregaciones.”
Siempre que ese tema aparece, me viene a la mente una charla que tuve cierta vez con una monja zen-budista muy conocida aquí en Brasil. (Para quien no sabe, en mis búsquedas espirituales yo frecuenté templos zen-budistas durante un tiempo.) Yo no entendía por que ella siempre incentivaba a que la meditación fuese practicada en el templo, con otras personas, si nosotros siempre permanecíamos en silencio, interactuando muy poco. ¿Por qué no practicar solo en casa? Ella me dijo que, en grupo, aun inconscientemente, nosotros nos animamos uno a otro a perseverar en la práctica. Aunque tú no hables con la persona a tu lado, ella te reconoce como a un igual, alguien que tiene las mismas dificultades que tú. Se tú perseveras en tu práctica, la otra persona va a percibirlo y se sentirá animada a hacer lo mismo; se tú fallas, ella también va a percibirlo y puede incluso sentirse con derecho de fallar un poco también, pero el conjunto mayor de las personas va a corregir eso y siempre “eleva” al grupo entero.
Esa explicación fue reveladora para mí. Ella muestra que muchas veces el simple hecho de estar allí presente puede hacer un beneficio muy grande al crecimiento espiritual, nuestro y de nuestros compañeros de jornada.
No obstante, para que haya crecimiento espiritual en comunidad, es indispensable la aceptación uno del otro. Es sólo reconociendo al otro como mi semejante es que yo puedo reciber su aporte para mi propio crecimiento. ¡Pero qué difícil es eso! A primera vista, puede parecer algo muy sencillo. Al final, nadie se opone a la participación de otras personas, quienquiera que ellas sean, en nuestras comunidades. Todos son invitados a participar. “De una comunidad de fe no se expulsa ni a un perro”, dice la mãe-de-santo (sacerdotisa afro-brasileira) de la comunidad que frecuento. Pero, ¿será que eso es suficiente?
“Aceptarnos unos a los otros” no es solamente sentarnos juntos alrededor de un cáliz encendido. Lo más difícil, me parece, es estar siempre con el espíritu abierto a aprender con la experiencia del otro. Es perfectamente posible para mí estar totalmente “de acuerdo” con la presencia de otra persona allí, pero aún así no aceptarla como alguien que me pueda animar a crecer espiritualmente.
En ese sentido, existe una contradicción aparente entre que seamos iguales y que seamos diferentes. Por un lado, siempre acostumbramos a enfatizar que las personas son diferentes unas de otras, y que debemos valorar esas diferencias. Pero para que aceptemos la contribución del otro, es preciso que también consigamos ver a ese otro como un igual. En una comunidad de fe estamos todos igualmente buscando nuestro crecimiento, aun con nuestras diferencias. Sería posible incluso decir que somos iguales en nuestras diferencias.
Invito de este modo a cada uno de nosotros a mirar al compañero y buscar en él lo que nos hace crecer espiritualmente. Vamos a decir: “este amigo mío anima mi crecimiento espiritual porque…” (porque yo veo en él tal o cual característica, porque él me lleva a reflexionar sobre tal punto, porque él me desafía a pensar de tal forma, etc.). Ese debería ser un ejercicio prácticamente diario en nuestras búsquedas espirituales.
Para terminar, me gustaría recordar dos puntos más: primero, me gustaría traer ahora esta reflexión para la realidad actual del UUismo brasileño. Nuestra búsqueda actual ha sido justamente encontrar una forma de posibilitar ese mutuo ánimo en nuestra comunidad, numerosa, pero dispersa por todo el país. Yo mismo me siento muchas veces desanimado, debido al gran volumen de trabajo que eso me demanda, pero observo a nuevos interesados surgiendo y vuelvo a sentirme dispuesto. Por eso, quiero pedirles que continúen animándome, ¡como ya lo están haciendo!
Y por fin, el segundo punto es que en estos días, en Brasil, conmemoramos dos fechas muy especiales: el día diez de octubre es el día de los niños, y yo no podía dejar de recordar la importancia de los niños en nuestra comunidad. Es muy importante también que veamos a los niños como seres que nos ayudan inmensamente en nuestras búsquedas espirituales. A veces me parece que ellos consiguen mostrarnos el camino de la espiritualidad porque ya están mucho más avanzados que nosotros, y en algún momento de nuestras vidas nos perdimos en ese camino. Pero, esa es sólo una reflexión…
La segunda fecha conmemorativa es el día 12 de octubre, día de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, a santa patrona de Brasil. Es un gran símbolo de la espiritualidad brasileña y también es cultuada como la orixá Oxum, diosa de la belleza y de la fertilidad. De este modo, cierro mis reflexiones pidiendo que, en este día, Oxum extienda sus bendiciones a todos hermanos brasileños, hispanoamericanos y demás UUistas de todo el mundo, siempre ayudándonos a fortalecer nuestra comunidad de fe.
Reflexión de Bruno Maroneze (Brasil) para el servicio dominical del 11 de octubre de 2015.
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