Por: Rev. Lilia Cuervo.

La historia del cáliz flameante es tan emocionante y llena de sentido* , que hoy en día es considerado el símbolo de nuestra denominación. El cáliz flameante combina dos arquetipos, o sea símbolos usados en forma universal por la humanidad: una vasija para beber y una llama. Cálices, copas y jarrones han sido objetos populares de compartir bebida, generosidad y comunidad a través de los siglos. Por esto se han convertido en objetos sagrados de muchas religiones. Sin duda, el cáliz más famoso, al menos en la cultura occidental, ha sido el grial sagrado, o sea la copa donde se cree que Jesús bebió durante la última cena. Como nadie pudo saber dónde está, se convirtió en objeto de ardiente búsqueda por parte de los caballeros de Inglaterra y de tema ficción en novelas y literatura popular.

El aceite del cual nace la llama, ha sido símbolo de sanar, de unificar y suavizar el dolor. La llama misma, como símbolo de sacrificio y de iluminación espiritual, ha sido muy importante desde los tiempos más primitivos. Esta aparece ya en las sagradas escrituras más antiguas conocidas por la humanidad, las cuales son los himnos Védicos de la India. En ellos aparece la siguiente mantra Gayatri refiriéndose a la llama como símbolo espiritual: “Meditemos sobre la luz sagrada de la Fuente Radiante de Vida. Dejemos que esa luz inspire nuestros pensamientos e intenciones.”

El cáliz y la llama se juntaron como símbolo de los Unitarios mediante el diseño que hiciera en 1941 el artista austriaco Hans Deutsch, entonces secretario del Comité Unitario de Servicios, a pedido del Rev. Charles Joy, director del mismo. En ese año, el Comité Unitario de Servicios era aún una organización desconocida. Esto claro era un problema para su trabajo de asistir a Unitarios y Judíos a escapar de los garras de los Nazis. Desde su sede en Lisboa, el Rev. Joy, supervisaba una red secreta de agentes y mensajeros. El diseño del Cáliz Flameante fue usado como sello en papeles oficiales y como una insignia para los agentes que transportaban refugiados a la libertad. Esta operación era sumamente delicada y peligrosa, ya que un mal paso al establecer comunicación y confianza a través de diferentes idiomas, nacionalidades y religiones, podría significar perder la vida.

Impresionado por la compasión y la valentía del Rev. Joy y por la tremenda importancia del trabajo del Comité, Deutsch le escribió: “Hay algo que me urge que le diga. . . cuánto admiro su suprema auto negación, su estar siempre listo para servir, para sacrificarlo todo, su tiempo, su salud, su bienestar, para ayudar, ayudar, ayudar. Yo no soy lo que se podría llamar un creyente. Pero si la clase de vida que lleva, es la profesión de su fe -como esto estoy seguro que lo es- entonces, esta es la religión a la cual aún un tipo ‘sin dios’ como yo puede decir con todo el corazón, Sí!”

Todo ese simbolismo es hermoso e inspirador. Sin embargo, como dijo el venerable rabino, Abraham Joshua Heschel, “lo que se necesita no es tener un símbolo, sino ser un símbolo.” Y qué mejor símbolo para replicar en nuestra vida cotidiana, que el cáliz flameante?

Nuestro cáliz flameante aparece a veces encerrado en un círculo. Este círculo representa nuestra madre la tierra y declara que todos sus habitantes y los que nos rodea somos uno sola unidad. A veces nuestro cáliz aparece encerrado en dos círculos, para celebrar la unión de la Iglesia Universalista de América con la Asociación Unitaria Americana, ocurrida en 1961. Otras veces el cáliz aparece hacia un lado dentro de los dos círculos; esto es para enfatizar que ninguna creencia, símbolo o forma de expresión, tiene el derecho de colocarse como lo más importante y central, sino que en nuestro círculo Unitario Universalista hay cabida para todas las expresiones de fe y de espiritualidad humanas.

Hagamos el propósito de ser un cáliz flameante, cuya llama de amor inspire, dé calor, irradie luz. Hagamos el propósito de mantener la llama de ese amor, siempre robusta y brillante, no raquítica y vacilante, que al menor viento de pereza espiritual se apague. Que la llama vibrantes de nuestro cáliz, chisporrotee de alegría por la libertad que representa; que queme e imprima el sello del amor por el tejido interdependiente de todo lo que nos rodea y que su luz y calor se desborde a nuestros hogares, a nuestros lugares de trabajo y de diversión. Mis más ardientes deseos para todos es que la llama de nuestro cáliz interior ilumine siempre nuestro sendero hacia una mejor y más profunda armonía con lo divino. Que así sea.

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*Mensaje preparado en parte con la traducción de The Flaming Chalice. A pamphlet by Dan Hotchkiss .

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