Dedico estas reflexiones a todos los hombres y mujeres de buena voluntad; espero que sirvan para expandir su información tanto acerca de las detestables desigualdades culturales entre los sexos creadas por y arraigadas en sociedades patriarcales, como de las nefastas consecuencias emanadas de estas desigualdades. Con estas reflexiones quiero también animar a que basados en nuestros principios Unitarios Universalistas y sacando sabiduría de las Fuentes de Nuestra Fe Viviente trabajemos para eliminar las atrocidades que se siguen cometiendo contra niñas y mujeres incluso en los países más adelantados del mundo.


Nacida y criada en un país dominado por una sociedad patriarcal, y educada en colegios y universidades dominados por una religión también patriarcal y dogmática, no pude evitar los efectos dañinos de tal cultura y religión. Ya de niña no entendía cómo la omnipotencia y el inmenso amor de quien nos dio la existencia pudieran estar encerrados en la figura de un patriarca barbudo, vengativo que favorecía a los hombres. Pero el torrente de ejemplos usados en la literatura religiosa y secular sugiriendo la inferioridad femenina y las amonestaciones desde los púlpitos y confesionarios que la mujer era propiedad del padre y del marido y que como tal, debía ser sumisa, lograron que subconscientemente empezara a dudar de que tal vez las mujeres si éramos inferiores a los hombres, porque así lo había determinado Dios.

Aún recuerdo la primera vez que recibí claramente esa lección. Yo tenía siete años y estaba con muchos deseos de vestirme como los acólitos y de ayudar en la misa. Cuando pedí que me dejaran tocar el incensario fui objeto de burla y se me dijo que solo los hombres podían oficiar en la iglesia. Desde entonces fui observando las prerrogativas que aquellos disfrutaban: el poder ir a las fiestas sin chaperones; seguir carreras consideradas masculinas; escoger sus parejas para bailar, para enamorar, para casarse, silbar, decir groserías, ser infiel, y el no tener estigma alguna por no llegar vírgenes al matrimonio.

La cultura patriarcal me inculcó el mito que era mi responsabilidad hacer felices a los demás, particularmente a los hombres. Esta mentira era reforzada cada vez que escuchaba o cantaba rancheras mexicanas, boleros y tangos sentimentales; estas canciones usualmente narraban la tragedia de hombres despechados que rebajaban a la mujer por haberlos abandonado. Aún recuerdo el fastidio que sentía al escuchar Mira como ando mujer y es por tu querer. Borracho y apasionado no más por tu amor… en que el hombre culpa a la mujer por sus borracheras, o trata de exaltarla diciéndole que debe estar orgullosa y decirle a todo el mundo que si él está borracho, es porque la ama de veras. Yo me decía: Otro cobarde como Adán en el paraíso, culpando a la mujer en lugar de reconocer su propia falta de entereza y responsabilidad. También recuerdo cantar esta copla jocosa colombiana: Mi chatica es buena moza, solo un defecto le hallé, no tiene los ojos negros, pero yo se los pondré, sin entender el mensaje violento que inculcaba.

Lo más triste es que poco ha cambiado. Las canciones en el radio, en los iPhones y otros medios siguen promoviendo la violencia contra las mujeres. Después de seis años de trabajar en la Iniciativa para erradicar la violencia doméstica en la ciudad de Cambridge, Estado de Massachusetts, USA., me sentí descorazonada al escuchar una bachata en la que el hombre le dice a su pareja que porque la ama tanto tiene celos de todo y que si ella se atreve tan solo a salir de casa o siquiera mirar a otro, la matará. Y pensar que el irresponsable autor de esa bachata, como tantos otros, gana fama y dinero esparciendo tal atrocidad. Los efectos de estos mensajes, y de otros emanados de líderes religiosos y políticos desde el Papa para abajo, apoyando la desigualdad entre los derechos de los hombres y de las mujeres en todo el mundo, continúan afirmando que el hombre es superior y que es su derecho dominar y maltratar a la mujer.

Aunque la muerte física es el peor y final resultado de la violencia, otros tipos de violencia doméstica como abuso verbal, emocional, sexual, físico y económico son perniciosos y mantienen a millones de mujeres e infelizmente también a sus familias sufriendo muertes lentas sicológicas, mentales y emocionales.

El menosprecio por el trabajo y las contribuciones económicas de la mujer se refleja en las estadísticas de muchos países. Así, aunque la mujer trabaje de sol a sol, al lado de su esposo o compañero, su trabajo no se registra como fuerza de trabajo. Todavía persisten desigualdades en las oportunidades de estudio para hombres y mujeres y continúan las grandes injusticias manifestadas en las diferencias de pago por el mismo trabajo ejecutado. Cuando acepté la invitación para venir a Estados Unidos a trabajar como Demógrafa, traía la ilusión de que finalmente iba a experimentar lo que era vivir en un país donde reinaba la democracia y donde se respetaban los derechos humanos del sexo femenino. Qué desilusión fue observar que aún aquí, la desigualdad de los derechos y la violencia contra niñas y mujeres son iguales o peores que en muchos de los países menos adelantados. Todavía en el siglo XXI la mujer en Estados Unidos recibe en promedio 67 centavos por cada dólar que el hombre gana por el mismo trabajo; y esta cifra es menor si la mujer es afrodescendiente o latina.

Cuando trabajé en la oficina Internacional de Planificación de la Familia, aprendí que la responsabilidad por el uso de los métodos anticonceptivos recaía en la mujer. Y cuantas veces durante mis viajes a lo largo y ancho de Latinoamérica y el Caribe vi a cientos de mujeres cansadas, enfermas, agobiadas por múltiples maternidades indeseadas, lavando ropas en los ríos de aguas contaminadas, cargando a la espalda paquetes inmensos de leña, de carbón o de víveres. También aprendí que millones de mujeres son doblemente oprimidas y explotadas por ser pobres y por ser mujeres. Y supe que cuando muchas de ellas acudían a la iglesia en busca de esperanza, encontraban racionalizaciones y paliativos que en muchas ocasiones hacían su carga, más amarga.

Aún siento repulsión y profunda tristeza cuando recuerdo el día que buscando información para un artículo sobre mortalidad materna encontré los archivos que mi predecesora había acumulado sobre el tema. Para ese tiempo yo sabía de las antiguas prácticas estúpidas y crueles entre la nobleza China, de encajar los pies de las niñas en diminutos zapatos de hierro impidiendo así el crecimiento normal de los pies, porque a alguien se le ocurrió que esta deformidad las hacía más atractivas. También sabía de la costumbre en la India de obligar a la viuda a tirarse a la hoguera donde su difunto esposo estaba siendo incinerado. Nada me había preparado sin embargo, para el choque de leer sobre prácticas tan irracionales, aun en boga en ciertos países Africanos como la mutilación genital de las niñas para evitar que de adultas disfruten del gozo sexual. Esta práctica sin anestesia y con instrumentos burdos causa la muerte por hemorragia e infecciones en cientos de niñas.

En su libro Un Llamado a la Acción. Mujeres, Religión, Violencia, y Poder, Jimmy Carter quien fue presidente de los Estados Unidos de 1977 a 1981, ganador del Premio Nobel de la Paz en 2002, cofundador con su esposa Rosalynn del Centro Carter dedicado a mejorar la vida de las personas alrededor del mundo y autor de más de 20 libros, clasifica así las prácticas violentas más comunes contra la mujer, existentes alrededor del mundo aún hoy en día: Encarcelamiento y pena de muerte injustos; asalto y violación sexual; genocidio de niñas; esclavitud y prostitución; abuso por parte del esposo o compañero; matanzas por “honor”; mutilación genital; matrimonio de niñas y darle muerte a la prometida cuando sus padres no pueden pagar la dote para el matrimonio.

¿De dónde surgieron las ideas de la inferioridad femenina? Basta darle un vistazo a la Biblia y a otros escritos sagrados y filosóficos para encontrar la respuesta. Platón, Aristóteles y Sócrates consideraban al sexo femenino como el sexo débil. En el capítulo V, de su famoso libro La República, Platón habla de cómo los dioses crearon a la humanidad y ordenaron los niveles de la reencarnación así: El que ha vivido bien durante el tiempo que le fue concedido, retornara a la estrella de la cual descendió, y que fue su habitación antes de nacer. Allí tendrá una existencia bendecida y apropiada. Si él falla en obtener el bien, entonces, en su próximo nacimiento vendrá como mujer. Y en caso de que aún no desista del mal, mientras que es mujer, entonces regresará como un animal que se asemejará a ella en sus malos hábitos. Los rabinos en el tiempo de Jesús, daban gracias a Jehová por no haber nacido gentiles, por no ser ignorantes de la ley, y por no ser mujeres.

Qué mundo tan diferente fuera si los predicadores del judaísmo, el Cristianismo el Islamismo y las demás religiones patriarcales y todas sus sectas, fueran instruidos y honestos y predicaran y escribieran con imparcialidad en cuanto a la igualdad de los sexos se refiere. Cuánta violencia y dolor se hubieran evitado y se evitarían si los que basan sus creencias en la Biblia hubieran puesto el énfasis en Génesis 1, versículos 27 a 29 donde se narra la primera historia de la creación así: Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios los creó. Macho y hembra los creó. Dios los bendijo, diciéndoles: Sean fecundos y multiplíquense. No sabemos cuándo los escritores patriarcales decidieron adaptar de las leyendas de Babilonia y de Egipto la muy difundida historia en Génesis 2, versículos 20 a 24. Allí de la costilla que Jehová había sacado al hombre, formó una mujer y la llevó ante él quien exclamó: Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada varona porque del varón ha sido tomada. Es interesante notar que en algunas traducciones la mujer fue creada para que ayudara a Adán y no como su compañera. Otro ejemplo contundente de como los escritores de la Biblia Hebrea, antes conocida como el Antiguo Testamento, crearon y esparcieron el mito de la superioridad masculina, viene dado en el capítulo 12 del Levítico, versos 1 al 5. Dice allí: Jehová habló a Moisés para decirle: Habla a los hijos de Israel y diles: cuando una mujer conciba y tenga un hijo varón, quedará impura durante siete días, igual que en el tiempo de sus reglas. Al octavo día será circuncidado el niño, pero ella esperará treinta y tres días la purificación de su sangre. No tocará ninguna cosa santa, ni entrará en el santuario hasta que se cumplan los días de su purificación. Si da a luz a una niña, estará impura dos semanas, y lo mismo será doble el tiempo de su purificación: esperará sesenta y seis días la purificación de su sangre. Podría llenar páginas con pasajes bíblicos donde la mujer es botín de guerra, igual a los asnos y al ganado y donde es violada y apedreada hasta morir por acciones no cometidas, o cometidas igualmente por el hombre, como en el caso de adulterio, en que generalmente él sale ileso.

Otra forma muy común de abuso contra la mujer ha sido el de negarles el mérito como artistas, compositoras, inventoras, poetas y hacerlas usar pseudónimos o el nombre del esposo al publicar sus obras. Aún en muerte, sus nombres fueron y aún son ignorados según lo indican las lápidas en los cementerios. Aquí yace fulana, esposa de, madre de, sin mencionar su propio apellido. ¿Y qué decir del uso de la palabra hombre para representar a hombres y mujeres?

Cuán diferentes hubieran sido nuestras vidas si se nos hubiera enseñado desde la infancia que uno de los nombres más alabados e importantes en el texto hebreo es el de Shekina que significa «el rostro femenino de Dios». ¿Y qué hubiera pasado si en lugar de esas tremendas polarizaciones creadas entre los sexos, hubiéramos internalizado que Dios no tiene sexo, pero que en su infinito misterio conlleva lo masculino y lo femenino y que los dos aspectos no son para repudio del uno por el otro, sino bellísimos complementos?

Personalmente siento muchísima gratitud por los miembros fundadores y sostenedores de mi fe quienes se distinguieron y continúan distinguiéndose por reconocer y predicar la igualdad entre los sexos. Ya en el siglo IXX, el ministro Unitario Theodore Parker, quien era el más erudito y popular de los predicadores de su tiempo, abogaba en sus sermones por los derechos del sexo femenino. En uno de sus sermones dijo:

Examinando la materia tanto filosóficamente como como a través de la historia, aparece claro que la mujer es igualmente como el hombre, merecedora individual y socialmente de los mismos derechos.  

Y en otra ocasión, hablando acerca de la participación de la mujer en la política, dijo:

He demandado que la mujer debe decidir por sí misma esa cuestión, que ella debe escoger su propio lugar de acción, dar su voto en todos los asuntos políticos y ser elegible para cualquier puesto.  

Elsa Tamez, teóloga metodista mexicana, autora de libros muy importantes dentro de la teología de la liberación, dice: las mujeres necesitamos una teología militante y combativa que nos de herramientas teológicas y bíblicas para extirpar de raíz las fuentes de la marginalización. y añade: Las mujeres teólogas latinoamericanas e hispanas están declarando alrededor del mundo que ellas alcanzarán poder dentro y fuera de la iglesia, y que ese empoderamiento será usado al servicio de las mujeres pobres, quienes son las que más están sometidas al riesgo de ser las más oprimidas entre los oprimidos.

Yo estoy totalmente de acuerdo con esa misión y también consciente de que la gran mayoría de hombres y mujeres todavía necesitamos liberarnos de los preconceptos dañinos que separan los sexos. La tarea no es fácil. Pero, poco a poco, sin perder la fe y la esperanza podemos trabajar unidos con una base de respeto y aprecio por la dignidad y el valor inherentes de cada persona, como lo proclamamos en nuestro primer principio Unitario-Universalista. Practicando La justicia, equidad y compasión en las relaciones humanas, según nos lo incita nuestro segundo principio y trabajando por la meta de una comunidad mundial con paz, libertad y justicia para todos, que es a lo que aspiramos al enunciar nuestro sexto principio, estoy segura que lograremos difundir el respeto por el tejido interdependiente de todo lo existente, del cual somos una parte cumpliendo así con nuestro séptimo principio y haciendo nuestra parte para crear y dejar para las niñas y los niños del futuro un mundo donde la vida a cada momento sea apreciada como el milagro que es y donde con paz, justicia y alegría, todos puedan alcanzar su máximo potencial y la realización de sus más altos y caros ideales.

 

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Rev. Lilia Cuervo

La Rev. Unitaria Universalista Lilia Cuervo obtuvo su maestria en Divinidad del Seminario Unitario Universalista Starr King para el Ministerio, en Berkeley, California. Ademas es licenciada en Matemáticas y Física de la Universidad Nacional Pedagógica Femenina en Bogotá, Colombia y tiene otra maestría en Demografía de la Universidad de Georgetown, en Washington D.C.
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