Por: Ervin Barrios

Es imposible vivir una vida agradable sin vivir sabia, honrada y justamente, y es imposible vivir sabia, honrada y justamente sin llevar una vida agradable. Cuando una de estas cosas falta, por ejemplo, cuando un hombre es incapaz de vivir con sabiduría, aunque viva honrada y justamente, le resultará imposible vivir una vida agradable.


Hace algunos años escuché que en el Carnaval de Río de Janeiro en Brasil, los organizadores del carnaval declararon que iban a llevar el estandarte de Nuestra Señora de la Esperanza para abrir el carnaval. Esto causó furor en la arquidiócesis, y los líderes religiosos dijeron que las autoridades de Río de Janeiro tendrían la posibilidad de prohibir el uso de imágenes sacras en los carros alegóricos del conocido Carnaval de Río tras las apelaciones presentadas por la Arquidiócesis local, pues «el sambódromo no es un lugar apropiado para cultivar la fe, y menos en una fiesta como el Carnaval, profana y frenética».

Esta anécdota describe de manera gráfica el conflicto de valores entre los deseos de la carne y el espíritu religioso cristiano. De acuerdo con la tradición, justo después del carnaval se observa la Cuaresma como una época de ayuno y reflexión. Cuaresma significa un período de cuarenta días, previos a la Semana Santa (Easter week en EE.UU.) en que se conmemora la pasión y muerte de Cristo. El propósito de ayunar y meditar u orar es, llegar a la Semana Santa con el espíritu bien fuerte y templado, y la carne apaciguada.

 

La cuaresma comienza el Miércoles de Ceniza. Por lo tanto en el calendario internacional se han establecido las fechas para darle rienda suelta a los deseos de la carne, durante el carnaval de tres días o hasta una semana anterior al miércoles de ceniza, especialmente el famoso Mardi Gras o martes “gordo”, un día antes del miércoles de ceniza.

 

El plan es llegar al miércoles completamente fatigados y hastiados a causa de los excesos del carnaval que pueden incluir, muchos de los pecados “mortales”, como la fornicación, el adulterio, la borrachera, la lascivia, la glotonería, etc. Una vez que la persona está hastiada de los excesos se puede entregar en alma y cuerpo a la reflexión espiritual. Por lo tanto el creyente llega el miércoles a doblar las rodillas en la iglesia, en arrepentimiento total por todos sus pecados y excesos… y el sacerdote le pinta una cruz en la frente con ceniza.

 

La ceniza es un símbolo muy antiguo que significa penitencia total (culpa y arrepentimiento) y el feligrés lleva esa cruz pintada en la frente durante todo el día, prometiendo a Dios o a la Virgen renunciar a ciertas cosas que no le conduzcan al crecimiento espiritual, como comer carnes rojas, beber alcohol, y otras tentaciones de la carne.

 

Todo este contraste realmente espectacular entre el exceso y la penitencia, nace del concepto cristiano de la dicotomía entre la carne y el espíritu. De acuerdo a este concepto abanderado por Saulo de Tarso (apóstol San Pablo), el espíritu es sublime y la carne es pecaminosa. Tan pecaminosa que muchos cristianos han practicado y algunos aún practican la autoflagelación para apaciguar los deseos de la carne.

 

Aunque supuestamente el freno impuesto es la única solución para controlar los excesos de ciertas personas compulsivas, estas prácticas sociales y religiosas parecen dictar nuestro comportamiento a nivel tribal: Celebra tus sentidos al exceso y ahora renuncia a tus sentidos.

Me recuerda el verso de una canción del cubano Silvio Rodríguez

Entre el espanto y la ternura   la vida canta.   Una tonada clara y oscura,   profana y santa.

 

En ese esquema tradicional de valores, se asume que el placer del cuerpo en sí es malo, pero veamos por un momento algunas cosas que producen placer a nuestros sentidos: escuchar nuestra música favorita, recibir un buen masaje, ver a los niños jugar, leer un buen libro, escribir un poema, tocar un instrumento musical, cantar debajo de la regadera, hundirnos en una tina de agua tibia, escuchar un buen concierto, beber una bebida caliente cuando hace frío, comer nuestro platillo favorito, dormir una hora extra el fin de semana, reírnos a carcajadas de un buen chiste, la contemplación, la compañía del ser amado, la belleza de la naturaleza, las buenas amistades, las palabras de amor. Todo esto nos produce extraordinario placer y bienestar.

Ahora, díganme ustedes si eso les parece un detrimento para el espíritu humano.

El placer es bueno para los sentidos y para el espíritu humano. El exceso y la conducta compulsiva es otra cosa completamente diferente.

 

En la antigua Grecia, Epicuro de Samos, enseñó que el placer era la base de toda acción humana. El filósofo griego nunca fue defensor del consumismo desenfrenado ni de salvajes orgías de exceso, como algunos creen.  El decía: «No sé cómo podría concebir lo bueno sin los placeres del gusto, del amor, del oído y de las emociones agradables provocadas por la visión de una forma bonita.»
Pero lo que Epicuro tenía en mente eran placeres cotidianos, fácilmente obtenibles, sencillos. Comer algo de queso de cabra y beber agua de manantial sentado al sol invernal, en paz con el mundo, era el ideal epicúreo. Se necesita comida para sobrevivir, y comer es un placer. Pero mientras que no se deberían despreciar los platos extravagantes si son los que están disponibles, tampoco se debería depender de ellos ni negarse a tomar comida más sencilla pero nutritiva igualmente. Epicuro permitía el matrimonio y el sexo como deber cívico, pero consideraba el sexo como un placer menor, pues no era necesario para la supervivencia individual.   Más allá del placer físico se encontraba el placer mental derivado de la compañía de personas afines y, sobre todo, de abandonar el miedo a la retribución divina (castigos o recompensas de parte de los dioses) y abandonar el miedo a la muerte. El placer no consistía en una mera sensación física, sino que estaba unido con la sabiduría, el honor y la justicia en una red de relaciones de causa y efecto no diferente a aquella propuesta por el Buda quien dijo: «Es imposible vivir una vida agradable sin vivir sabia, honrada y justamente, y es imposible vivir sabia, honrada y justamente sin llevar una vida agradable. Cuando una de estas cosas falta, por ejemplo, cuando un hombre es incapaz de vivir con sabiduría, aunque viva honrada y justamente, le resultará imposible vivir una vida agradable.»

Ahora sabemos que el renunciar a comer carnes rojas no aplaca los deseos de la carne ni soluciona los problemas del espíritu. De otra manera los vegetarianos serían drásticamente diferentes a los demás seres humanos y estarían llenos de virtudes.

Además, la penitencia de la cuaresma requiere que yo me arrepienta de mi naturaleza humana y que me sienta culpable de ser un ser humano de carne y hueso, con deseos y apetitos sensuales naturales, que le dan a mi vida una serie de experiencias y sensaciones que enriquecen mi espíritu.

Mi cuerpo no es inferior a mi espíritu, ni mi espíritu es superior a mi cuerpo. Mi cuerpo y mi espíritu, son un todo integral y se alimentan mutuamente. Creo honestamente que eso es algo que deberíamos enseñar a nuestros niños y niñas para que crezcan sanos y felices y sin culpabilidad.

 

“Todos nosotros somos seres sexuales, ya sea que seamos jóvenes o viejos, casados, solteros, o célibes, viudos o divorciados: con o sin discapacidades físicas. Es erróneo asumir que las sensaciones (o sentimientos) sexuales comienzan con la pubertad y que disminuyen conforme nos aproximamos a la vejez. De hecho, nuestras respuestas sexuales comienzan cuando estamos en el vientre de nuestra madre, crecen rápidamente hasta incluir sentimientos sexuales y ambos permanecen como una parte vital de nuestra experiencia hasta que morimos”. (Principles Guiding the United Church of Christ Commitments to Sexuality Education).

 

Vivimos en una sociedad de valores post-cristianos y esos conceptos de la negación del cuerpo y la sublimación del espíritu aun persisten en nuestra sociedad actual. Sin embargo, existe una gran diferencia entre la generación de los mayores y la generación de los jóvenes modernos que reciben instrucción sobre educación sexual a una edad muy temprana en escuelas e iglesias, pero a la vez escuchan los conceptos de los mayores que no han sido educados de la misma manera.

 

Ahora existen múltiples cursos de educación sexual para niños y jóvenes que han sido implementados por varias iglesias, incluyendo el curso Our Whole Lives/ Nuestras Vidas Integras, diseñado por un esfuerzo conjunto de nuestra Iglesia Unitaria Universalista y la Iglesia Unida de Cristo (United Church of Christ) y que se enseña a nuestros niños y jóvenes.

 

De acuerdo a la psicología moderna la información sobre la sexualidad debe ser franca y abierta para los niños y jóvenes. Existen diferentes opiniones sobre cuánta información se les debe dar de acuerdo a su edad, pero en general la información es accesible y disponible por muchos medios incluyendo el internet.

Algunos educadores afirman que la conducta de las nuevas generaciones en cuanto al placer sexual no depende exclusivamente del conocimiento de la información académica sino que depende en gran parte de los valores que reciban en su familia y en su contorno social, pero finalmente son los individuos mismos los que tienen la decisión final sobre esa conducta. Por eso creo que debemos educar a las nuevas generaciones con sabiduría y sin manipularlos con la culpa. Y nosotros los adultos vivir de acuerdo a esos conceptos, y estar agradecidos al universo por ese regalo extraordinario de la sexualidad.

 

Hace tiempo vi en la televisión una serie de entrevistas con celebridades, hombres y mujeres, casados y solteros, en las que les preguntaban si sentían vergüenza o culpa después de hacer el amor. Me sorprendió ver que la gran mayoría de las personas entrevistadas se sentían culpables o avergonzadas. No cabe duda que somos resultado de la sociedad en que vivimos. Desgraciadamente este es un factor que determina la infelicidad sexual de muchas parejas.

 

“Por amor a la vida y al placer, es conveniente reflexionar sobre la actualmente desdeñada virtud de la templanza, que destrona nuestra omnipotencia infantil, aquella que nos hace pagar con lágrimas de sangre algunos placeres.A veces la vivencia del placer se enreda fatalmente con la culpa creando una relación fatal entre placer y sufrimiento». (Savater) ¿Cuál es esa desdeñada virtud de la templanza? La voy a explicar con aquel conocido dicho popular: “Ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre”… en otras palabras, moderación, mis amigos, moderación.De acuerdo al diccionario, templanza es: (1) la moderación en acción, pensamiento, o sentimiento; control. (2) una moderación habitual en la indulgencia de los apetitos o las pasiones. Ahora, esta virtud no es tan sencilla de aprender y aplicar. No existe la formula mágica para todos. Cada persona tiene una libido (o apetito sexual) diferente, y lo que es moderación para una persona puede parecer como un exceso para otros…Y una vez más volvemos a la importancia de la individualidad de cada uno de nosotros y el reconocer que la única autoridad moral para cada uno de nosotros, somos nosotros mismos.

Por el otro lado, durante esta cuaresma, muchos otros hábitos que practicamos cotidianamente, aparte del placer, deberían ser revisados y corregidos porque pueden ser nocivos para el espíritu y para el cuerpo, como por ejemplo:

El egoísmo, la arrogancia, la avaricia, la apatía, la falta de compasión, el chisme, la intriga, la manipulación, la irresponsabilidad … etcétera.

Y en su lugar deberíamos aprender y cultivar virtudes como: la paciencia, la generosidad, la compasión, la cooperación, la templanza de carácter, la comunicación honesta y respetuosa, la perseverancia.

Ojalá que vivamos agradecidos y orgullosos por nuestro cuerpo y que podamos cada día enriquecer y fortalecer nuestro espíritu.

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