Muchos ven la Biblia como la palabra inmutable de Dios y la toman literalmente a pesar de las muchas contradicciones encontradas en la misma. Mantienen su creencia a pesar de haber muchas contradicciones fundamentales entre los relatos bíblicos y lo que hemos aprendido a través de la arqueología, la historia, la geología, la biología, la astronomía y otros conocimientos científicos.
El mismo hecho de que determinadas versiones de la Biblia hacen una diferencia significativa para muchos cristianos demuestra hasta qué punto esta colección de libros es un producto, no de la voluntad directa de Dios, sino de la traducción y la interpretación humana. La existencia de la versión católica y la versión protestante, formadas con una compilación diferente de libros y la exclusión de muchos otros por los consejos y prejuicios de los prelados que le dieron forma, hace muy difícil asumir la intervención directa de Dios en cualquier versión de la Biblia.
Contrariamente a lo que afirman los fundamentalistas, la Biblia no es la palabra de Dios, sino más bien la palabra del hombre. Fueron hombres los que escribieron, compilaron y decretaron que sólo algunos libros que ellos escogieron, constituirán la santa escritura.
Esta no es una razón para negar que muchos cuentos y personajes bíblicos tengan alguna base en la historia humana, pero tanto las leyendas y los mitos están asociados y enredados con la realidad, lo que hace difícil hasta para los eruditos saber lo que es verdaderamente cierto.
No obstante, hay relatos bíblicos que expresan profundas lecciones morales, entre ellos están las parábolas de Cristo, por ejemplo, la del Buen Samaritano que valoriza la humanidad de toda persona sin importar su raza, tribu o nacionalidad. También hay que admirar el heroico valor del joven pastor David, que sin armas ni armadura se atreve a confrontar al gigante guerrero Goliat, tan fuerte era su amor para su gente y su fe en Jehová.
Muchas lecciones bíblicas reflejan valores universales como la honestidad, la compasión y la tolerancia. Ninguna persona razonable podría negar el valor de tener un código de conducta basado en buenos valores y mejor aún, vivir de él.
También hay que reconocer que algunos códigos en la Biblia perpetúan el privilegio basado en el género, la raza, la riqueza y las creencias. No obstante, existen diversos y excelentes códigos de ética, a menudo formalizados en la ley oficial, que no solo tienen un propósito útil en las tradiciones religiosas de varias sociedades, sino que también son aplicados en la sociedad civil en general.
Hay numerosas variaciones de la regla de oro, por ejemplo, cada uno es un reflejo adecuado de las condiciones culturales en el cual se articulan. Del mismo modo, los diez mandamientos, reflejan las condiciones morales de vida de una tribu pastoral, con quien tal vez compartimos unos valores básicos, pero muy pocos desafíos comunes.
En el mundo actual, nos encontramos ante un complejo de cuestiones y problemas desconocidos e inimaginables de estos antiguos nómadas del desierto, ignorando la razón y la historia, muchos todavía creen que Dios comunicó sus mandamientos a la humanidad sólo una vez a Moisés en el Monte Sinaí.
Cuando yo era de niño, me preguntaba: “Qué clase de Dios benévolo que ama a toda la humanidad, podía negarse a comunicar sus palabras de sabiduría a los millones de egipcios, chinos, hindúes, africanos y los nativos americanos que vivieron y murieron sin haber oído hablar de los diez Mandamientos o de Cristo? ¿Todos estos pueblos, que construyeron grandes civilizaciones y que desarrollaron profundas y honorables tradiciones religiosas, serán condenados al infierno por no haber conocido la “palabra de Dios?”
Hasta el día de hoy, no he recibido una respuesta satisfactoria a esta pregunta desde el punto de vista cristiano fundamentalista. Dudo que la tenga, porque desde el punto de vista del evangelio tradicional, es esencialmente una pregunta sin respuesta.
Francamente, creo que es arrogante e ignorante pensar como los fieles fanáticos de todas tradiciones religiosas, que Dios habló solamente con ellos.
Como Unitario Universalista, tengo la libertad de creer en un Espíritu Cósmico de Vida, siendo ni masculino ni femenino, sin estar limitado a nuestra forma humana, que ama a toda la humanidad. Su sabiduría y verdad ha sido comunicada a todas las tribus, razas, y naciones a través de la historia. Mensajeros y profetas, mujeres y hombres inspirados por este Espíritu Cósmico pueden haber sido ignorados o venerados entre su propia gente, o quizás incluso perseguidos y martirizados, como Cristo. Sin embargo, la salvación y la iluminación siempre han estado accesibles para todos que sinceramente las busquen y reconozcan la sabiduría de estos profetas.
Algunos podrán considerar que mis creencias son heréticas, pero todos mis estudios y reflexiones sobre la historia, la religión y la antropología me han confirmado que hay muchos caminos auténticos y legítimos a Dios, o sea, hacia la salvación o la iluminación.
Ciertamente, las religiones abrahámicas como la judía, el cristianismo y la islámica merecen ser respetados como tales — pero también hay caminos venerables en otras tradiciones religiosas, por ejemplo, las del oriente y, las más antiguas religiones de la humanidad, basadas en los ciclos eternos de la naturaleza.
Como nunca antes en la historia humana, tenemos la libertad de aprender, investigar y experimentar diversos caminos espirituales.
Es uno de los muchos beneficios de nuestra libertad democrática, estimulada y nutrida por los múltiples medios de información.
En una democracia secular, el hogar y la iglesia tienen el derecho de proporcionar la instrucción religiosa que desean a sus niños y jóvenes. Sin embargo, todo individuo tiene el derecho de libremente escoger su camino espiritual, tanto como el deber de explorar y aprender más allá de lo que le enseñó la sociedad y la familia donde nació.
Además en una sociedad democrática, hay que asegurar que las escuelas y otras instituciones públicas desarrollen sus propios códigos de conducta y métodos de funcionar basado en el bienestar del pueblo, libre de los dictados y los dogmas fanáticos de la religión.
Julio Noboa
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