Nuestras sociedades son sociedades de consumo. La vida del hombre de hoy no puede desarrollarse plenamente en comunidad sin hacerse un consumidor habitual; de ropa, de artículos comestibles, de ciertas bebidas, de servicios de transporte, de luz, gas, agua corriente y de todo lo que necesita para mantenerse. Es indispensable contar también con artículos de higiene personal, algún corte de pelo cada tanto como así también ser socio de algún club donde hacer deporte y cliente de algún banco para poder realizar actividades financieras. El hombre si quiere vivir en comunidad, no puede negarse a ser participante en la sociedad de consumo.
El consumo puede ser razonable y hasta “sano” si nos manejamos con austeridad, si consumimos aquello que realmente necesitamos, tratando de encontrar más que una marca conocida, un producto bueno, muchas veces no van de la mano, cuantas veces hay productos o servicios de muy buena calidad que sus marcas son poco conocidas. Podríamos nombrar muchos ejemplos, pero vamos a uno que tengamos a mano, teléfonos celulares, todos cumplen la misma función elemental: ¿necesitamos comunicarnos? ¿Por qué no usamos entonces un teléfono solo con llamadas y mensajes, como mucho con Wathsapp? Pero caemos en el consumo desmedido.
No podemos salirnos de este mundo tal como está, pero si podemos regular nuestro nivel de consumo, siendo conscientes de la verdadera necesidad sobre lo que se va a comprar. Muchas veces compramos cosas que no necesitamos, y quedan por algún lugar de la casa ahí tirada, comida que compramos de más y luego se echa a perder, zapatillas o alguna prenda que no nos es útil y un sin fin de otros productos más. Lo que caracteriza a nuestra sociedad es que no compramos solamente cosas que suplan nuestras necesidades elementales, sino también cosas accesorias y decorativas. ¿Por qué no me compro un pantalón solo por la función de cubrirme o abrigarme pero si porque es achupinado, tiene desgastes a la moda, o bolsillos en las piernas? Si necesito una remera, ¿qué importa si es blanca, con estampado, con el cuello en V, redondo, gastado, con bolsillo o sin él?
Cuando salgo de compras por el centro comercial, o algún mercado grande, hay algo que ocurre y que me llama la atención, lejos de ir a conocer personas, vamos a conocer productos, el mercado es un lugar donde nos intermedian las mercancías, de góndola en góndola, de local en local, el intermediario entre el otro y yo es algún producto de exhibición, entro, pregunto por él, y me dan información sobre él, pregunto por otro y por el otro me dan otra información. Es decir, lo que nos conecta en el centro comercial son los productos de consumo, sin ellos nuestras relaciones no tendrían puente alguno.
En el mundo de las ideas sucede algo similar, muchas veces cuando asistimos a ciertos grupos, a ciertas ceremonias o reuniones, lo que nos une es algún ideal compartido, algún elemento que se encuentra en todas las conciencias individuales. Algunos grupos se reúnen para revivir un momento de paz, de compañerismo, de eso que se produce cuando hay más de dos o tres reunidos, pero también nos convocamos por algún acto como un bautismo, una comunión, un casamiento, una cena o una cruz.
La cruz es un símbolo que nos comunica, muchas veces es solo ella la que media entre creyente y creyente, entre uno y otro, a veces solo lo que nos une es un símbolo cargado con alguna ideología. Sin la cruz como mediadora la relación con otro creyente muchas veces caería en el fracaso y en el distanciamiento. La cruz como símbolo de una religión es la que extiende sus maderas para vincular a los miembros de una comunidad, de un grupo social. Pero a veces la cruz se impone sobre aspectos más elementales del hombre, sobre aquello más universal que está en todos nosotros, el amor, la misericordia, la bondad, la alegría de pertenecer a una comunidad y la felicidad de estar entre amigos.
La cruz como aquella mercancía del supermercado, muchas veces puede ser una buena opción para relacionarnos con los demás, para acercarnos y encontrarnos entre tantas personas. Sin duda que la cruz como elemento religioso ha sido de mucha ayuda para conectar con los desamparados y afligidos, con aquellos marginados del sistema, pero también muchas veces hemos encontrado en ella una limitación, limitación que es prudente reconocer, porque más allá de la cruz, el amor, es el vínculo perfecto que nos mantiene unidos.
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