Por: Rodrigo Ferrando.

Foto: Wikipedia 

El fundamentalismo es una cara de la intolerancia, bien podemos salirnos de cualquier

tipo de fundamentalismo de tipo religioso por ejemplo pero seguir permaneciendo

intolerantes ante otras cuestiones y hasta podemos seguir siendo intolerantes con el

fundamentalismo al que pertenecía, del que logré «huir».

La intolerancia se manifiesta de diversas maneras en la sociedad, una de ellas, una,

es la forma religiosa que promueve la interpretación literal de sus textos sagrados sin

considerar la critica textual, tenemos el caso en occidente del cristianismo que

enarbola la infalibilidad de la Biblia, es decir, su inherrancia, manteniéndola en un

círculo tautológico defendida por una fe intolerante.

Tampoco hay que asociar a la religión entera con fundamentalismo, ya que hay tipos

de religiones no fundamentalistas. Son aquellas que le dan un sentido más poético

que imperativo a los textos «sagrados» que no necesariamente sostienen la veracidad

de las narraciones pero si se las utiliza evocando su sentido mágico/místico.

Me acuerdo hace unos meses atrás cuando salimos con un grupo de amigos

evangélicos, y había quienes eran pro homosexualidad y quienes no, entre quienes

eran homofóbicos es bien conocida su postura de rechazo, pero me llamó la atención

la actitud de uno de mis amigos que era pro homosexualidad discutir su postura al

punto de hacer poner en situación incómoda a todo el grupo de los que estábamos

ahí. ¿Qué quiero decir?

Que no por defender al ateísmo, a las contradicciones de la Biblia, a la

homosexualidad y a todo lo que se contraríe con la doctrina principal de una religión

fundamentalista signifique que hemos superado la intolerancia.

Vemos intolerancia en todos lados, en el trabajo, en la calle y en la familia.

En Buenos Aires el tránsito está muy colapsado y cada mínima maniobra errada

puede ocasionar un gran caos, Es común escuchar los bocinazos, las puteadas y los

gritos cuando alguien ha provocado un desorden en el tránsito. Las frenadas abruptas,

infringir normas de tránsito establecidas, no respetar al peatón, no utilizar el guiño para

doblar, pueden despertar nuestro «instinto» intolerante.

Los machistas dicen que siempre que algo «raro» sucede en el curso «normal» del

tránsito hay una mujer al volante, en esto debo defender a mi madre quien conduce

mejor que muchos hombres.

Si queremos realmente convivir en sociedad debemos mirar más allá del paredón del

fundamentalismo y ver que éste es solo una cara de aquello que no toleramos, que no

logramos congeniar. Lo que subyace en cualquier tipo de fundamentalismo es la

intolerancia.

No es cuestión de dejar ideas «erradas» por otras más acertadas, por ver quién tiene

razón en lo que dice o hace o no hace, sino que el punto está en entender que hay

otros, que hay diferentes a mí, y que no todos son igual a mí, igual a mi grupo de

pertenencia, igual a mi país. Por eso hay muchas bandas de música, muchos equipos

de fútbol, muchos modelos de celulares y muchas religiones. Si bien hay grupos que

son más propensos a volverse fundamentalistas todos deben vigilar su nivel de

intolerancia.

Aunque es cierto que los más propensos a volverse fundamentalistas son los grupos

religiosos, cual terreno de cultivo, aquí la intolerancia del humano se exacerba sin

límite. Es decir, muchos encuentran en una religión, la justificación de su intolerancia,

ocultándola, que al no concientizarse de su realidad, cierran todo espacio para la

mejora.

Pero necesitamos comprender que cada persona como cada grupo social tiene una

identidad propia, con ideas, creencias y prácticas propias, y estas son buenas en tanto

mantengan la integridad y la contención que necesitamos respetando las ajenas.

No es cuestión de cambiar de colores ni de Dios, sino de aceptar que en el mundo en

el que vivo también hay otras religiones, otras formas de ser cultura y que entre todos

podemos convivir si dejamos la intolerancia a un costado, o al menos si la intentamos

minimizar.

No está mal ser evangélico, no está mal ser mormón, no está mal ser adventista, no

está mal ser bautista, no está mal ser filósofo, no está mal ser peronista, no está mal

ser de River, lo negativo es querer cambiar al otro para imponer mi verdad.

El kerygma de todo grupo identitario se debe basar en la tolerancia con el resto de los

grupos identitarios, es la evangelización que no pretende imposición de un mensaje,

de símbolos ni ideas sino más bien que comunica su buena nueva de ser una opción

más entre tantas otras, apostando a las multiformes de ganar el cielo y de salvarse del

infierno.

Como dijo Francisco de Quevedo  “El que quiere en esta vida todas las cosas a su

gusto, tendrá muchos disgustos en la vida.”

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Rodrigo Ferrando
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Erudito en signos de interrogación, bastante casado con mi amada. No me gusta usar corbata ni gel. La vida me ha regalado infinitos milagros, y una suegra.
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