Una vez que empecé a sentirme cómoda en mi nueva comunidad, me prometí a mí misma tratar de mantenerme al margen de los asuntos de la iglesia y de permanecer lo más anónima que fuera posible. Cuando era adolescente tuve la oportunidad de participar activamente en la iglesia Católica de mi comunidad y de alguna manera no quería volver a lo mismo. Me parecía buen plan no inmiscuirme mucho en asuntos de la iglesia, no sentirme obligada a ir al servicio y símplemente no permitir que las personas supieran mucho de mí. «De lejitos» me decía a mi misma, «calladita», así te ves más bonita.

Cuando empecé a sentir mi separación de la iglesia Católica a la edad aproximada de veintitrés años, hice todo lo posible por asirme de ella. Busqué nuevos grupos de jóvenes, me inscribí en nuevas clases de teología, busqué a mis viejos amigos. Eran «patadas de ahogado», un intento en vano de querer ser lo que ya no era, de no dejar lo que por tantos años me había sostenido. El mundo, fuera de lo que hasta entonces había vivido, me asustaba. Por lo tanto, se volvía esencial creer en Dios, y rezar padres nuestros que ya no sentía, y persignarme cada que pasara frente a una iglesia. Había que cantar las canciones de Martín Valverde y hablar de Dios muchas veces hasta que la palabra misma volviera a tomar sentido. Fueron meses, muy largos, de búsqueda. Y cuando al fin acepté que ya no conservaba mi fe católica, me sentí liberada, tranquila, feliz. No era un sentimiento causado solamente por dejar una iglesia en la que ya no creía y en la cual, cada vez que asistía, me sentía hipócrita, era el sentimiento de liberación que otorga la congruencia, cuando sabes que estás siendo sincero contigo mismo y aceptas tu verdad tal cual es.

Creo que ese difícil proceso de separación era lo que me asustaba ¿Y qué tal si volvía a pasar lo mismo?. Pero en una iglesia cuya doctrina se centra en la justicia social, es casi imposible permanecer al margen y anónimo. Siempre hay algo que hacer, siempre hay alguien que necesita ayuda, siempre hay un proyecto pendiente o una legislación que combatir. Así que cuando menos lo esperaba ya estaba ayudando ocasionalmente con las clases de la escuela dominical para niños. Después, empecé a ayudar con la interpretación de los domingos y algunas traducciones. Empecé a asistir cada vez a más eventos y de repente me pidieron que ayudara en el servicio.

Así empezó este caminar por el Unitarismo Universalista. Cada domingo encuentro una comunidad poco convencional de personas que no vienen a la iglesia para ser buenos sino para encontrar a otros que como ellos siguen con la esperanza de construir un mundo mejor. Venimos de muchas fes (católica, mormona, bautista, metodista, judía, etc) pero sabemos que aquello que nos distingue a unos de los otros no es más que una manera de enriquecer nuestras comunión. Estoy convencida que las áreas en las que coincido con mis compañeros de viaje son mucho más importantes que en las que nos diferenciamos. También sé que las diferencias de los demás son una oportunidad de crecimiento y enriquecimiento para mí. De cualquier manera, salgo ganando.

A veces, durante el servicio, cantamos música en inglés, en español, en latin. A veces son baladas populares, música de rock, cantos de protesta o de alabanza. A veces es piano, flauta o violín, a veces guitarra y batería. Lo cierto es que siempre se siente bien estar ahí. Cada domingo, salgo de ese lugar convencida de que es aquí donde pertenezco. Las palabras que recitamos todos los domingos como parte de nuestra confirmación de fe:

«El amor es la doctrina de esta iglesia.

La búsqueda de la verdad es su sacramento

y el servicio es su oración.

Habitar juntos en paz,

buscar la verdad en libertad

y servir a la humanidad juntos,

esto es lo que pactamos unos con otros.»

Se quedan conmigo y son un constante recordatorio de la manera en que me he comprometido a vivir mi vida espiritual y religiosa. Sin dogmas preestablecidos ni deidades volátiles sino con un compromiso real de congruencia de acción y creencia y con plena conciencia de la red de la vida a la que pertenezco.

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Tania Márquez
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Nuestra fe Unitaria Universalista nos exhorta no solo a vivir nuestros valores sino a luchar constantemente por construir un mundo más justo y equitativo para todos. Estoy convencida de que hay muchas personas en en el mundo hispano que necesitan conocer más de nuestra fe y creo que parte de nuestra misión es la de hacer llegar nuestro mensaje a todos los que lo necesiten.
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