(Imagen: portada de Time de 15 de agosto de 1988)

La tradición viva que compartimos procede de diversas fuentes, una de ellas son las enseñanzas judías y cristianas y otra las palabras y escrituras de personas con visión profética. Indudablemente en ambas se encuentra Jesús de Nazaret, a cuya figura histórica nos intenta aproximar en este artículo que se basa en uno de los siete principios, la búsqueda libre y responsable por la verdad y el sentido. Despojado de aditamentos doctrinales, se nos invita a conocer las fuentes que llevan hacia la figura histórica de Jesús y aprender a crear su fisionomía, apasionante y desconocida, a través de sus palabras y de los hechos que rodearon su existencia.


En cualquier sondeo que se plantee acerca de los personajes más relevantes de la historia de la humanidad, independientemente de su verosimilitud científica, siempre aparece en el listado y en un puesto bastante destacable el nombre de Jesús de Nazaret. Con lugar a pocas dudas es uno de los personajes históricos más conocidos, incluso fuera del ámbito de lo que podemos entender como mundo cristiano (no en vano la Era Común que se utiliza como calendario universal toma como inicio la fecha que durante siglos se supuso como la de su nacimiento), de igual modo que Siddartha Gautama lo puede ser en el mundo no budista, aunque quepa preguntarse si quienes son realmente conocidos son Jesús y Siddartha o Cristo y Buda, que son realidades muy distintas, ya que los primeros pertenecen al campo historiográfico o tangible y los segundos al espiritual o teológico. No obstante el personaje de Jesús sea ampliamente conocido, el nivel real de competencia que de él se tiene es muy deficiente. La primera causa del desconocimiento puede resultar paradójica ya que es el mismo cristianismo en cualquiera de sus confesiones mayoritarias y la confusión que, intencionadamente o no (éste es un debate que excede los límites de este artículo) se ha creado entre el Jesús histórico y el Cristo de la Fe desde fechas inmediatamente posteriores a su muerte en torno al año 30 EC y que están ligadas a las diversas corrientes que surgieron de entre sus seguidores. La figura histórica de Jesús se ha cubierto, con el paso de los siglos, de velos que han ocultado tras la realidad teológica de Cristo al hombre que realmente fue, hasta el punto que hoy puede resultar al hombre de la calle realmente difícil reconocer sus rasgos principales.

Los primeros intentos modernos para reconstruir de un modo académico y científico la figura del Jesús histórico se producen durante la Ilustración cuando una serie de pensadores comienzan a acercarse a él con la metodología propia de la época y será, a partir de entonces, cuando empiecen a publicarse una serie de obras conocidas como Vidas de Jesús, que intentaron armonizar a lo largo de los siglos XVIII y XIX las narraciones evangélicas y produjeron unas visiones absolutamente nuevas de su biografía. Será necesario señalar que estas monografías estuvieron marcadas unas por la defensa del cristianismo o por el ataque en otros casos, encontrándose muy alejadas de la objetividad que hoy se reclama a las ciencias humanas y sociales. Con el desarrollo de las disciplinas lingüísticas, arqueológicas e historiográficas y la aplicación de los avances en las mismas en el campo de la biblística surgirán dos nuevas oleadas en lo que ha sido denominado la búsqueda del Jesús histórico una a mediados del pasado siglo y otra desde la década de los ochenta que continúa hasta nuestros días.

Lo primero que es necesario conocer para una aproximación a la figura del Jesús histórico son las fuentes documentales que de él conocemos, bien porque hayan llegado hasta nosotros o bien porque sean citadas por otros autores. Este primer paso sirve para ampliar significativamente el horizonte de que la única fuente que sobre él existe es el Nuevo Testamento. Estableceremos una taxonomía que divida las fuentes en virtud de su origen y que nos servirá para analizar cada una de ellas en su justo contexto.

La vida de Jesús de desarrolla en la Palestina del siglo I EC, principalmente en Galilea y Judea, esto es, en un contexto que se desarrolla en un marco geográfico y cultural más amplio, propio del helenismo dominante en el oriente del Imperio Romano. Así pues, las primeras fuentes que deberemos conocer y estudiar son las judías. Ni que decir tiene que un conocimiento amplio de lo que los cristianos denominan Antiguo Testamento es más que recomendable para entender no sólo el contexto sociocultural, sino el propio personaje histórico y el contenido y desarrollo de su mensaje y objetivos. La primera de las fuentes judías que puede servirnos para conocer al Jesús histórico es el Talmud, bastante incómoda para la historiografía, la biblística y la teología cristianas, ya que el retrato que de él se hace es el de un hechicero y de hecho no es pequeño el número de académicos que lo han refutado como no válida. Son varias las menciones que de Jesús se hacen en este texto, todas ellas de época tanaítica, es decir desde la destrucción de Jerusalem en el 70 hasta finales del siglo II, con lo que estas referencias son paralelas a los textos cristianos. La más antigua alusión a Jesús en el Talmud y la más importante es la que se hace en Sanedrín 43a que narra la condena y ejecución de Jesús en vísperas de la pascua. No son excesivamente numerosas las referencias que a él se hacen en el texto talmúdico, quizá por la irrelevancia que su figura tenía en el mundo judío y contrastan con las amplísimas referencias en la literatura rabínica e incluso en la romana de otro mesías, Simón bar Kojba, quien sí consiguió establecer un reino judío en palestina entre el 132 y el 135 en tiempos de Adriano. La relevancia de los testimonios del Talmud radica en que, incluso teniendo como objeto desacreditar la figura de Jesús, en ningún momento se niega su existencia y se convierten en pruebas fehacientes de la misma.

Se ha intentado, sin un éxito claro hasta el momento, establecer relaciones entre los manuscritos del Mar Muerto y la figura de Jesús por parte de algunos sectores académicos que no han conseguido un parecer unánime. Sin embargo, son documentos imprescindibles para conocer la Palestina del siglo I EC y, en consecuencia, el marco en el que se tuvo lugar la vida de Jesús de Nazaret y el posterior desarrollo de los hechos, sirviendo para afirmar que la literatura cristiana canónica y extracanónica de primera época es un producto desarrollado en ese marco geográfico y temporal. La última de las fuentes hebreas serán las polémicas Antigüedades Judías de Flavio Josefo. Hoy en día se acepta ampliamente que el llamado testimonio flaviano del libro XVIII es una 0interpolación cristiana muy posterior, quizá construida sobre un núcleo original que no ha llegado hasta nosotros en ninguna de las versiones que conocemos de esta obra. Sin embargo sí existe consenso amplio acerca de la narración que aparece en el libro XX sobre la muerte de Jacobo, hermano de Jesús, que guarda similitudes con lo narrado en Hechos pero también ofrece disonancias. Precisamente en estas variaciones se basa la crítica para no dudar de la originalidad de la narración además de en cuestiones estilísticas, ya que si hubiera sido un autor cristiano quien lo hubiese insertado habría seguido la narración de Hechos o de algún otro texto extracanónico sobre el episodio.

Las fuentes clásicas tempranas, escritas tanto en latín como en griego, tocan a Jesús de un modo muy tangencial y referencias a él se encuentran en Tácito, Suetonio, Plinio el Joven, Luciano de Samosata, Celso y Thalo, los textos de estos dos últimos autores no ha llegado hasta nosotros y lo conocemos por las citas que autores cristianos como Eusebio de Cesarea u Orígenes hacen al criticar sus contenidos. El texto más amplio de origen clásico que ha llegado hasta nosotros es el de Mara bar Serapión, un filósofo estoico sirio que en algún momento entre finales del siglo I y comienzos del II escribe una carta a su hijo en siríaco en la que narra la muerte de tres sabios: Pitágoras, Sócrates y el rey de los judíos. Por el contexto del escrito se colige que Mara era monoteísta, pero no era judío ni cristiano, ya que no aparecen similitudes doctrinales con ninguna de las dos confesiones. El hecho de que se denomine al tercer sabio como el rey de los judíos ha llevado a pensar que se trate de Jesús y que lo denomine tal y como aparece en el título de la cruz, según señalan los textos canónicos y extracanónicos. Sabemos, igualmente, que los judíos cristianos preferían llamar a Jesús en las décadas posteriores a su muerte de esa manera, rey de los judíos. Aunque existen sectores que no ven clara la identificación de Jesús con este rey judío, la crítica admite ampliamente que es de él de quien se está hablando.

Finalmente llegamos a las fuentes cristianas, que son, con gran diferencia, las más numerosas. En primer lugar estableceremos la distinción entre las fuentes canónicas y extracanónicas, las primeras son aquellos textos que están incluidos en el Nuevo Testamento desde que el cristianismo niceno los declaró como revelados en el concilio de Roma del año 382. Estos textos fueron escritos íntegramente en griego en su versión original y la iglesia romana tomó como única versión válida un siglo más tarde la traducción de Jerónimo de Estridón recogida en la Biblia Vulgata. Todos los libros no incluidos en este canon fueron considerados apócrifos, término despectivo que hoy en día se continúa usando ampliamente. En cualquier caso, y a pesar de ello, el canon difiere según las confesiones y hoy en día un Nuevo Testamento no contiene los mismos libros según este sea católico, ortodoxo o protestante. Hay que señalar que los libros del Nuevo Testamento no aparecen por orden de su antigüedad de composición, como podría creerse comúnmente, sino que los más antiguos de entre todos son las trece epístolas firmadas por Pablo (sean éstas paulinas o deuteropaulinas) escritas entre las décadas de los 50 y los 60 del siglo I EC. Este hecho es profundamente importante porque el ser anteriores a cualquier otro texto cristiano va a influir profundamente en la posterior inclusión de éstos en el listado de libros considerados revelados por la corriente cristiana paulina según su coincidencia, o no, con la teología gestada por Pablo y desarrollada por sus seguidores. Independientemente de su sesgo teológico, las epístolas son una fuente primordial de noticias sobre el Jesús histórico que guardan paralelismos con otros textos cristianos. Los cuatro evangelios canónicos, Hechos, las epístolas de Jacobo, Pedro, Juan y Judas y el Apocalipsis se escribirán en los últimos treinta años de ese siglo I EC. La gestación de los tres evangelios sinópticos (Marcos, Mateos y Lucas) es digna de mención. El evangelio más antiguo, el de Marcos, tiene como precedente una fuente que ha sido reconstruida con criterios académicos que es denominada como el Protoevangelio de Marcos. Mateo y Lucas, además de sus propias fuentes y del texto marcano, se nutren de la denominada Fuente Q, que es todo aquello que tienen en común los textos de Mateo y Lucas y que no aparece en Marcos. Esta Fuente Q también ha sido reconstruida con criterios científicos y es una recopilación de dichos de Jesús. Estos dichos podrían haberse transmitido de forma oral por los discípulos que hubieran conocido a Jesús en persona y que en algún momento tras su muerte fueran puestos por escrito, aunque ninguna copia haya llegado hasta nosotros. Textos extracanónicos, como el Evangelio de Tomás, guardan enormes similitudes con esta Fuente Q.

El desarrollo de los cristianismos después de la muerte de Jesús fue un fenómeno de lo más dispar, teniendo características peculiares propias en cada lugar, generando procesos absolutamente diversos que sólo tenían como punto de unión, en muchos casos, la figura de Jesús de Nazaret, cuya visión e interpretación no tenía por qué coincidir necesariamente. Entre estos cristianismos primeros se pueden destacar el judío, el paulino, el joánico o el gnóstico, tan diferentes entre sí hasta el punto de no ser unánime la aceptación de la divinidad de Jesús, como ejemplo más notable de estas diferencias. Así pues, las desavenencias del denominado concilio de Jerusalem que se narra en Hechos y en Gálatas no son más que el enfrentamiento entre los judíos cristianos encabezados por Jacobo, hermano de Jesús que en ningún modo querían abandonar el judaísmo y el legado mesiánico que habían recibido de su maestro, y el sector de Pablo que creía en un Cristo divino al que nunca conoció en vida y cuya versión de sus enseñanzas causaba extrañeza entre aquéllos que habían estado con Jesús a lo largo de su vida y que se acabaría imponiendo a partir de la declaración del cristianismo niceno como religión oficial del imperio romano en el siglo IV, momento en el que esta facción intentará aplastar a las otras corrientes cristianas que serán estigmatizadas, desde entonces, con el calificativo de herejías, término nada científico y que, sin embargo, suele verse todavía en numerosas obras que versan sobre historia de la iglesia.

Cada comunidad, en los años siguientes a la muerte de Jesús, elaboraba sus propios textos y convivieron unos y otros de modo más o menos pacífico hasta que el cristianismo paulino en su versión nicena fue declarado religión oficial del imperio romano por Constantino. Conservamos más de un centenar de libros extracanónicos, constituyendo un corpus mucho más voluminoso que el del Nuevo Testamento. Habitualmente se dividen en categorías tales como evangelios gnósticos, de la natividad, de la infancia, de la pasión y resurrección, asuncionistas, judeocristianos, varios, epístolas, literatura apocalíptica… Junto a ellos se sitúan los numerosos fragmentos que no se han podido insertar en una obra mayor y los llamados textos perdidos que únicamente se conocen por citas en otras obras cuyo número es de varias docenas. Además es necesario añadir los ágrafa, dichos de Jesús que no se contienen en ningún texto conocido canónico o extracanónico, y que han sido recopilados por fuentes cristianas, judías y musulmanas. Se conservan más de dos centenares, pero por su carácter disperso y aislado hay que tomarlos con medida precaución. Algunos textos de la patrística pueden incluirse como fuentes para el conocimiento del Jesús histórico, especialmente Papías, quien intenta discernir entre los discursos de los ancianos qué había dicho cada uno de los apóstoles, y Cuadrado, quien fue testigo ocular de la vida de Jesús. Las obras de ambos se han perdido y únicamente las conocemos a través de las citas de Eusebio de Cesarea.

Todos los textos extracanónicos fueron tenidos por válidos durante los primeros siglos por diversas comunidades dispersas a lo largo y ancho del Mediterráneo. Hay que señalar que mientras los textos extracanónicos muestran muy pocas señales de alteración (algunos se han conocido gracias a los hallazgos de Oxirrinco en 1882 y Nag Hammadi en 1945), los textos del Nuevo Testamento están mucho más intervenidos con manos de diversos autores que han practicado interpolaciones y extrapolaciones cuando algún pasaje podía resultar incómodo a la luz de la teología desarrollada por la facción paulina. Por este motivo muchos textos extracanónicos son excelentes fuentes para el conocimiento del Jesús histórico. En cualquier caso hay que tener siempre en cuenta que todos los textos cristianos, canónicos y extracanónicos, no fueron escritos con una intencionalidad histórica, sino doctrinal, con lo que hay que saber aproximarse a ellos como fuentes para poder extraer lo que de historicidad en ellos se contiene.

Las fuentes hasta ahora señaladas, nos servirán para acercarnos a la figura del Jesús histórico. Si nos damos cuentas todas estas fuentes son documentales y no podemos incluir ninguna material, ya que todos los objetos relacionados con Jesús tienen un vínculo exclusivamente atribuible a la tradición y no se le puede dar una verosimilitud historiográfica. Con lo que respecta a los lugares que se vinculan a él nada hay excepto la tradición tardía en muchos casos que asegure el vínculo, sirvan como ejemplo la gruta de Belem, la casa de Nazaret, el monte de las bienaventuranzas, o el mismo sepulcro. Sí se identifican perfectamente lugares como la sinagoga de Cafarnaúm, el templo de Jerusalem, el pretorio, o el Gólgota, pero no se han hallado restos materiales en ellos que atestigüen el paso de Jesús por los mismos. Existen diversos criterios a la hora de abordar la metodología que debe usarse para el estudio del Jesús histórico, pero es un tema que entiendo excede los límites de este artículo que se supone divulgativo.

De un modo muy resumido podemos afirmar que los hechos históricos de los que tenemos auténtica constancia histórica acerca de Jesús de Nazaret son que fue un maestro y predicador judío que nació en algún momento de la última década del siglo I AEC, siendo el año 7 AEC la fecha máxima y el 2 AEC la mínima, en lugar discutido, aunque lo más probable es que éste fuera Nazaret; que su madre biológica era María y que su padre, al menos a efectos legales era José, un obrero manual de Nazaret, y que tuvo cuatro hermanos, José, Simón, Jacobo y Judas (que fueron apóstoles y discípulos) y dos hermanas, como mínimo, cuyos nombres ignoramos. Un buen número de parientes aparecen a lo largo de los textos canónicos y extracanónicos, e igualmente en algunas fuentes no cristianas. Nada conocemos de su estado civil, únicamente un texto gnóstico nos habla de su matrimonio, pero su tardía datación y su singularidad no lo hacen resultar una fuente fiable. El hecho de que todos los textos cristianos canónicos y extracanónicos guarden silencio al respecto puede deberse a que no se encontrara relevante hablar de ello, ya que sí se habla en ellos de los matrimonios de algunos de sus discípulos.

Puede parecer que sabemos muy poco acerca de la familia de Jesús, pero si nos paramos a pensar en lo que conocemos de las familias de Pitágoras, Heráclito, Sócratres, Zoroastro, Confucio o Lao Tse nos daremos cuenta de lo poco que sabemos de sus parientes o de lo escasamente relevantes que son para el desarrollo de su pensamiento. Así pues el conocimiento de la familia de Jesús es bastante amplio, aunque suela estar silenciado o tergiversado por las enseñanzas de las principales confesiones, y ello nos hace ver a un hombre que podemos insertar en un núcleo familiar amplio, como por otra parte era lo normal en la época y el lugar. Sus relaciones con la familia no se caracterizan precisamente por la cordialidad, llegando a renegar de ellos. La relación con su madre, María, no es excesivamente fluida y prueba de ello es que únicamente el evangelio de Juan la sitúa junto a la cruz al final del relato de la pasión. Por otro lado la mayoría de textos evangélicos canónicos y extracanónicos, hacen hincapié en su aspecto de descendiente del rey David, una característica que comparte con Siddartha, cuyo origen regio es, en cualquier caso, mucho más cercano ya que era príncipe de nacimiento, y es que esta filiación de Jesús con el linaje de la Casa de David está íntimamente relacionado con su papel mesiánico.

En la década de los 30 del I siglo EC se producen los dos momentos indiscutidos de su biografía, el bautismo y la condena a muerte. La crucifixión se produjo, como muy tarde, en el año 36 EC, con lo que el bautismo se debió producir no antes del 28 EC y no después del 35 EC. El hecho de que casi todas las fuentes judías, clásicas y cristianas, canónicas y extracanónicas coincidan en señalar estos dos momentos es un factor básico a la hora de establecer su historicidad por un criterio de atestación múltiple, entre otros. En medio de estos dos episodios fundamentales se desarrolla eso que ampliamente se conoce como la vida pública, es decir la predicación de su mensaje y el movimiento que en torno a su persona se generó y cuya duración habría sido de entre uno y tres años. Durante este período Jesús se expresa en arameo con un marcado acento galileo y conoce el hebreo, ya que es capaz de leer las escrituras. Por algunos textos intuimos que al igual que su padre tuvo un oficio relacionado con la construcción antes de comenzar su predicación y por sus palabras puede afirmarse su conocimiento profundo del mundo rural y una formación rabínica sólida. También sabemos que es capaz de escribir, aunque no nos haya llegado ninguna obra suya, pero tampoco tenemos obras de Pitágoras, Sócrates o Siddartha y son sus discípulos (como los de los otros maestros) quienes recopilan sus dichos. Es muy complejo intentar llegar a un consenso acerca de en qué consistió este período exactamente, cómo se desarrollaron los hechos, su duración o cuál fue su mensaje exacto o la intencionalidad del mismo. Un análisis detallado de sus palabras en las distintas fuentes nos revela la cercanía de sus postulados doctrinales al sector de los fariseos pero su comportamiento nos hace pensar que fue un maestro aislado y errante en su predicación. Además de ello existen una serie de ideas que poseen una gran densidad existencial con una profunda carga transformadora, las cuales se repiten en las enseñanzas de otros grandes maestros anteriores y posteriores. Por un lado el término griego evangelio significa literalmente buena nueva y se ha insistido mucho desde un punto de vista doctrinal como un mensaje pacífico dirigido hacia los marginados y excluidos, que por otra parte choca frontalmente con muchas de sus frases o -baste el ejemplo significativo- con el que sus discípulos más cercanos fueran armados. El hecho de que la causa de su condena fuera su autoproclamación como rey de los judíos nos habla de un delito relacionado con el ámbito de lo político, especialmente de la secesión o la rebelión y reo de muerte con la pena más humillante que se podía sufrir en la época. En este contexto mesiánico cobra todo el sentido el hincapié que se hace de su condición de descendiente de David que anteriormente se señaló.

El contexto temporal en el que se haya estudiado la figura de Jesús también ha influido en la imagen que de él se ha querido transmitir, desde la dulcificada imagen decimonónica hasta el icono revolucionario de los sesenta, pasando por el autoritario Cristo Rey del convulso período de entreguerras o el pacifista y naturalista cercano al movimiento hippy en los setenta. Hoy en día hay una corriente con fuerza que muestra a un Jesús como un profeta del cambio social, un reformista radical que se enfrenta al sistema liderando una concepción integradora y feminista. La evolución de la propia iconografía desde los albores de los cristianismos hasta nuestros días nos hará ver la evolución de la imagen de Jesús con la que se ha adoctrinado a los seguidores de las diferentes confesiones. Creo que es relevante señalar que en ninguno de los credos mayoritariamente aceptados por las iglesias que proceden del cristianismo niceno y que son memorizados desde la infancia por sus fieles se haga la más mínima referencia al desarrollo de la parte central de su vida.

Puede parecer una obviedad el decir que Jesús de Nazaret es el antecedente básico de los cristianismos. Deseo aclarar que suelo utilizar el término en plural porque desde la muerte de Jesús son múltiples las corrientes que se han desarrollado, muchas de las cuales, que nada tienen que ver con el cristianismo paulino y su posterior desarrollo niceno, suelen ser silenciadas incluso en ámbitos académicos y engloban, entre otros, a grupos unitarios o difisitas, algunos de los cuales alcanzaron un amplio desarrollo y un número de seguidores notable en los quince siglos que transcurren desde la muerte de Jesús hasta la Reforma y algunos de los cuales han llegado hasta nuestros días sin tener relación alguna con ésta. Al afirmar que Jesús está al comienzo de los cristianismos nos damos cuenta de que existen, al menos, dos maneras de acercarse al Jesús histórico. Por una parte a través de la verdad fáctica, del conocimiento del hecho de su existencia o de los hechos que la rodearon para poder reconstruir historiográficamente su biografía y reconstruir igualmente su mensaje a través de la interpretación de los hechos. Por otro lado nos podemos acercar a través de la verdad expresiva, de la fisionomía que se crea de Jesús a través de sus palabras. Ambas son complementarias, no se pueden entender los hechos sin los discursos y viceversa. Cada cual sentará las bases de hasta dónde quiere profundizar y cuál es su intencionalidad al conocer el Jesús histórico, un hombre apasionante y cercano, muy diferente del distante Cristo de la fe y que está al alcance de cualquiera que desee profundizar en su vida y su mensaje.

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Francisco Acedo

Francisco Acedo Fernández nació en 1971. Completó los Estudios Comunes en la Universidad de Salamanca (1989-1992), al tiempo que estuvo becado en la School of Modern Languages de la Universidad de Saint Andrews (1991) y en la School of European Studies-Sussex European Institute de la Universidad de Sussex (1991-1992). En la Universidad Autónoma de Madrid se licenció en Filosofía y Letras, Geografía e Historia (1994). Amplió estudios en Dublín, Trinity College de Londres, Oxford, Cambridge, Bolonia y Roma.
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